Progresismo o excelencia educativa

El pasado 26 de marzo, la ministra de Educación anunció el nuevo currículo para los estudiantes de Primaria y ESO, con el que se pretende reformar el aprendizaje en la escuela. Entre otras cuestiones, el nuevo modelo plantea una enseñanza menos basada en la memoria y en los conocimientos impartidos y más centrada en la adquisición de competencias. Muy acertadamente, uno de los mejores expertos, el profesor Ismael Sanz, ha señalado que no se pueden adquirir las competencias (saber hacer) si antes no se han adquirido los conocimientos (saber). Es decir, el que sabe poco nunca sabrá hacer mucho.

El planteamiento del Ministerio entronca con la línea habitual de la izquierda, que busca una educación que iguale a todos por abajo y confunde igualdad de oportunidades con igualdad de resultados. De este modo, se considera negativo el esfuerzo, el afán de superación y la búsqueda de la excelencia. Se premia la mediocridad y se evita que haya diferencias entre unos alumnos y otros, aunque para ello sea necesario implantar un modelo educativo de baja calidad.

En este modelo educativo los mejores alumnos se sentirán desatendidos, al ver que el profesor se centra exclusivamente en ayudar a los alumnos con dificultades, se aburrirán en el aula, se desmotivarán y, lo que es más grave, a largo plazo perderán la ilusión y rebajarán su nivel de exigencia. Parece razonable intentar sacar lo mejor de todos los alumnos y no solo de una parte.

El nuevo proyecto considera que el alumno tiene toda la vida para aprender y es necesario reducir los contenidos que se transmiten en el aula. Esta premisa modifica sustancialmente las funciones del educador, que hasta ahora buscaba que sus alumnos crecieran intelectualmente, conocieran la realidad e incrementaran sus conocimientos.

En esta situación, la tarea fundamental de los educadores consiste en resolver problemas de índole no académica, para los que no se encuentran capacitados. Ante la nueva coyuntura, muchos profesores, descontentos con la misión asignada, preferirán abandonar la docencia y reorientar sus carreras profesionales en búsqueda de alternativas más agradecidas.

Debido a la importancia que tienen la educación y formación de las personas, parece prudente repensar y analizar detenidamente la situación en la que nos encontramos y las medidas que se están tomando en esta materia. Guste o no guste, vivimos en un modo globalizado y la educación se ha convertido en la mejor forma de obtener un empleo. Hoy en día, numerosas empresas tienen dificultades para cubrir algunos puestos cualificados y la mayoría de las organizaciones considera esencial la retención de sus empleados más valiosos.

Pasados los años, los que ahora son estudiantes recordarán con agradecimiento a aquellos que les enseñaron y ayudaron a ser personas de provecho, capaces de aportar un servicio a la sociedad, desarrollarse profesionalmente y mantener una familia. En la actual sociedad líquida predomina lo perecedero e inmediato, sobre lo permanente y duradero. Se desprecian la memoria, el esfuerzo y la constancia. Esta nueva reforma educativa, en su propia terminología, necesita mejorar.

Ignacio Danvila del Valle es profesor de la Universidad Complutense de Madrid.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *