Progresistas: una mayoría en minoría

La mayoría de los ciudadanos, en España y en casi todo el mundo, prefiere las políticas progresistas, pero no se moviliza en su defensa. Según el último European Election Survey, un 58% de los europeos se autodefine de centro izquierda, pero en las elecciones del pasado 7-J los partidos conservadores han obtenido un 15% más de escaños que los socialdemócratas. ¿Cómo explicarlo?

La mayoría cree que el Estado debe actuar para proteger a los más débiles y que la religión no debe interferir en la política; defiende la promoción activa de las minorías y acepta nuevas formas de familia; otorga un papel importante al Estado en educación, sanidad, seguridad o dinamización económica, y sospecha de la capacidad de las grandes corporaciones para comportarse como deben sin controles públicos. Pero los partidos progresistas no logran persuadirles de que les voten con un mensaje sólido vinculado a valores ampliamente sentidos. En esta crisis económica es evidente: los progresistas ponen "las políticas" y los conservadores se llevan "la política", es decir, los votos, como Antonio Estella ha escrito aquí mismo recientemente.

¿Por qué los conservadores sacan la mejor tajada electoral? Pues porque aunque formuladas con franqueza sus políticas no tendrían apoyo general, su relato de "fuerza, seguridad y libertad" suena bien. En general, los conservadores ya no discuten los logros políticos y sociales defendidos y conquistados por sus adversarios a lo largo de la historia (el derecho a votar, a trabajar dignamente, al subsidio de desempleo, a la educación y la sanidad públicas, a la libertad de expresión, etc.), e incluso se han apropiado de algunos de ellos. Ahora se presentan como "centristas" y combinan su histórica defensa de la bandera nacional, la familia tradicional y la política de ley y el orden con un aura, más mítico que real, de gestión eficaz de la economía.

El retrato que haría de sí un neoconservador es el de un centrista compasivo, hombre o mujer de principios claros y moral sólida, buen gestor económico, amante de la libertad individual y riguroso en la defensa de la seguridad. Enfrente estarían los progres: izquierdistas trasnochados, empeñados en defender la salud y la educación públicas de inexistentes enemigos, que llaman a la lucha de clases, la nacionalización, el libertinaje, la desaparición de la religión, el aborto, la subida de impuestos, el despilfarro, la promoción de la pereza, la tolerancia con los criminales y la falta de principios morales.

Esta caricatura ignora la herencia de los pensadores de la Ilustración y de políticos progresistas egregios como Lincoln, Roosevelt, King, González, Brandt, Allende o tantos otros. Y ofende porque la Historia repite siempre lo mismo: los conservadores estuvieron siempre instalados en el"no" a cualquier avance cívico y social. Siempre "no"... hasta que el avance se impone y ya no hay vuelta atrás.

¿Cómo superar esta caricatura grosera e interesada del progre? Tal vez ayudaría la acuñación de un nuevo término que deshiciera tal simplificación y recogiera la esencia del nuevo pensamiento progresista del siglo XXI. De hecho, bajo el término neoprogresista se comienzan a agrupar distintos pensadores y políticos en los foros mundiales.

Un neoprogresista no acepta la contraposición clásica entre libertad e igualdad, porque la verdadera libertad se logra promoviendo la igualdad. Ama la libertad más que los conservadores, pero no sólo la del "dejar hacer, dejar pasar". Porque, ¿cómo puede llegar a ser libre un niño que no accede a la mejor educación posible a causa de la pobreza de sus padres? ¿Cómo puede ser libre una persona con discapacidad si no se garantiza desde el Estado que pueda circular como cualquiera por las calles? ¿Cómo puede una mujer ser libre si no se garantiza su igualdad cuando trabaja? ¿Cómo puede un país ser libre si no se le protege de los abusos del mercado y no se favorece su nivelación?

La búsqueda de esa verdadera libertad es lo que motiva las dos grandes políticas que hoy distinguen un programa progresista de uno conservador: la protección y la capacitación (lo que en inglés se llama empowerment).

Un neoprogresista cree en la necesidad de dar seguridad a los niños, a los mayores, a los débiles, a las minorías, a los pobres... porque no cree que las desigualdades tengan un origen natural, sino un origen social que puede mitigarse. No se trata de proteger a los trabajadores frente a los empresarios, ni a los parias de la tierra y los descamisados contra los terratenientes y los nobles. Se trata de proteger a todos los ciudadanos de los excesos de un mercado sin normas y sin control.

Protección, sí, pero también capacitación, porque con ella se libera el potencial de los individuos y disminuye la necesidad de protección. Así adquiere sentido la regulación frente a una "libertad" mal entendida: para equilibrar las desigualdades, para que el porvenir del planeta no quede hipotecado por la ambición desmedida de unos cuantos, para que la generación de hoy no condene a las siguientes. Bajo los nuevos conceptos de "economía virtuosa", "recuperación verde" y "sociedad sostenible", los neoprogresistas están agrupando las políticas que marcarán el futuro.

Para capacitar hay que invertir y habilitar recursos públicos: es decir, cobrar impuestos. Sin avergonzarse. Reniegan de los tributos quienes no creen en lo público. Pero mucha gente necesita de la acción pública... y máxime en tiempos como los actuales de crisis financiera y económica.

De estos temas y enfoques se debate en los diferentes foros de think-tanks progresistas de todo el mundo celebrados en los dos últimos años en Londres, Washington, Santiago de Chile... o en el que, dentro de unos meses, se celebrará en Madrid. La idea que va emergiendo de tales intercambios de ideas es que una mayoría de ciudadanos firmaría un manifiesto con estos principios y apoyaría las políticas que de ellos se derivan. Ahora el reto está en comunicarlos bien.

Los neocon llevan décadas promoviendo sin pudor ni complejo sus ideas, defendiendo "la libertad, la fuerza y la seguridad", y presentándose como portentosos gestores que acabarían con los funcionarios y las instituciones públicas supuestamente inoperantes. La crisis en que nos encontramos ha demostrado que estaban equivocados, pero su habilidad comunicativa ha conseguido distraer a la ciudadanía de la responsabilidad plena que sus políticas tienen en la actual situación.

Los neoprogresistas deben neutralizar la demagogia conservadora y acertar a comunicar su visión esperanzada de futuro. Si no lo hacen, verán como se imponen de nuevo el miedo, el desprestigio de lo público, la llamada al poder duro más peligroso. Un ambiente en el que los conservadores se mueven como pez en el agua, pero que nos abocará a la asunción resignada de la formación y estallido de burbujas insostenibles, con la consiguiente ampliación de las desigualdades. El desafío es grave y urgente.

Obama, Zapatero, Sócrates, Brown, Rudd, Bachelet, Lula y sus pocos colegas progresistas aún en el poder han de contarnos su relato con claridad: protección y capacitación para la igualdad y para una verdadera libertad. También para la paz, la seguridad y el desarrollo sostenible. Y deben hacerlo con determinación ante cada reto. El más inmediato es el de superar un estereotipo aún vigente, un estereotipo que puede haber pesado en los resultados del 7-J en el conjunto de la Unión Europea: que la derecha gestiona mejor la economía y es más decidida ante las crisis. Los progresistas tienen que demostrar que sus valores son capaces de producir las políticas más eficientes. Esto requiere coraje, y también asumir que las reformas que ganan el futuro no siempre satisfacen a todos en el presente.

La mayoría estaría con ellos si desplegaran un discurso cohesionado, emotivo y movilizador. Como lo hicieron antes cientos de líderes que lucharon para que las mujeres y los hombres fueran libres, para que se sintieran seguros y para que fueran capaces de construirse un futuro mejor. Los neoprogresistas, si decidimos asumir este término, son herederos de una larga y épica historia de libertad, derechos y protección que hoy deben reivindicar más que nunca.

Carlos Mulas Granados, director de la Fundación Ideas, y Luis Arroyo, presidente de Asesores de Comunicación Pública.