Prohibir los toros no es gratis

Pasado ya el tiempo de las argumentaciones a favor y en contra de la tauromaquia, se acerca el momento de la verdad. La hora del indulto o la puntilla a los toros en Catalunya. De la parte antitaurina se ha hablado de maltrato animal, de ablación de clítoris, de racismo, de barbarie y de modernidad; por contra, los defensores de la pervivencia de la corrida hemos apelado a la libertad, denunciado la hipocresía animalista, la utilización de la prohibición como chivo expiatorio y, en fin, hemos apelado al componente ético y ejemplar de la tauromaquia en el marco de nuestra cultura. Las posturas se han manifestado irreconciliables.

De lo que no se ha hablado ha sido de los costes que supondría la prohibición; el coste económico, el coste social, moral y político que llevaría consigo. En lo económico, cerrar la Monumental significa cerrar el negocio a sus propietarios. Y la casa Balañá no parece dispuesta a dejarse ir en crudo el negocio de un cierre obligado por nuestro Parlament. Trescientos millones de euros parece que pueden pedir por la bajada de persiana forzosa. De forma que pasarían de contribuir con los impuestos que gravan su negocio a beneficiarse directa o indirectamente por la vía de las indemnizaciones públicas o de la recalificación de sus terrenos. En su lógica empresarial, puro maná caído del cielo en los tiempos que corren. Además, a los millones que pida Balañá habría que sumar los derechos laborales de los trabajadores que se irían al paro, de los toreros sin posibilidad de torear, de los ganaderos y de todo aquel profesional que se sienta damnificado por la prohibición.

Cuando se avecinan recortes salariales, aumentos de impuestos, parones en la obra pública y demás desgracias derivadas de la crisis, sabiendo los políticos de antemano que va a costar una fortuna a las arcas de la Generalitat, ¿es de recibo cerrar por ley la Monumental ahora? A ver cuál de nuestros gobernantes va a ser el guapo que tendrá valor para explicar a los ciudadanos que, aunque al negocio taurino en Catalunya le queden tres telenotícies para su desaparición por causas naturales, la prioridad del país ahora es cerrarlo por ley, pagarle a Balañá una millonada y dejar en el paro a unos cuantos trabajadores más.

Y cabe preguntar también quién de los prohibicionistas consolará al industrial o al comerciante catalán cuando el mercado español, hoy por hoy todavía importante, le mande a él y a su mercancía al corral metafórico de la Catalunya idílica y antitaurina ¿y antiespañola¿ sumida en un probable nuevo boicot comercial, esta vez más feroz que el del cava que abonó el terreno de lo anticatalán en las Españas.

En el campo de la política hay que recordar que el terreno lo abonó en Barcelona el alcalde Joan Clos cuando declaró Barcelona ciudad antitaurina, a propuesta de su socio Jordi Portabella, sin que en la ciudad nadie se lo pidiera. En el 2004, el ayuntamiento tripartito regó con su meada fuera del tiesto un jardín convertido ahora en campo espinoso y políticamente envenenado. Por aquel entonces, Clos, con su alegría particular, atendió las fobias antitaurinas de sus socios. Hoy ,con Montilla en la Generalitat, se ha repetido la historia, ahora con final de trayecto previsto. Dicen los socialistas catalanes que casi seguro que están por no prohibir, que es CiU quien tiene la llave con su mayoría en el Parlament. Dice CiU que otra vez el dichoso tripartito les ha dejado la patata caliente, que ellos no saben-no contestan y que no votarán en bloque. Que allá cada diputado con su conciencia.

Montilla, según ha declarado, no está por la prohibición. Ahora habrá que ver si la conciencia de los diputados convergentes les dicta el voto contra la iniciativa legislativa popular pensando en el bienestar general y en soltar, de paso, un lastre innecesario y molesto por si un día quieren mandar también en Madrid. Además, deberán calibrar si para gobernar Catalunya de nuevo necesitarán votos de la población antiabolicionista que, de no tenerlos, le podría fastidiar de nuevo el invento a Artur Mas.

Ojalá impere el sentido común como pide la calle y nuestros políticos no celebren el final de la legislatura con un gran petardo que nos perjudicaría a todos. Que sepan los políticos catalanes, todos, que, prohíban o no los toros, nadie sensato va a dejar de señalarles como cómplices de la tortura que sufren la ternera de su entrecôte sagnant, el pato de su micuit de foie, los miles de palomos que quieren aniquilar, ni de la tortura lenta y cruel de cualquier animalito de su zoológico indigno. Y que blindar los correbous de las Terres de l'Ebre por motivos estrictamente electorales es un ejercicio de cinismo político éticamente inadmisible. Que sepan también que somos muchos los catalanes que no renegamos de nuestros abuelos por inculcarnos su sana afición a los toros.

Algunos políticos quieren hacernos creer que Catalunya será mejor en un mañana sin toros, a sabiendas de que no será ni mejor ni peor. Si acaso, será menos rica y menos plena. Si erradican la tauromaquia de Catalunya, todavía habrá más buena gente que creerá que nuestros políticos s'han begut l'enteniment.

Salvador Boix, apoderado de José Tomás.