Prolegómenos del disparo

Querido J:

Pocos días antes de que se produjera el suceso había acabado de leer la versión final del manuscrito de Sergio González Ausina, Última carta. Quizá recuerdes a Sergio. En aquel Factual llevaba un blog sobre el suicidio, que era un asunto que le interesaba profundamente. Y aunque nuestro Factual fue brevísimo le dio tiempo a dejar escritas un par de notas maestras. Ahora acaba de ultimar un libro que comienza así: «Vivo en un país desértico y ruidoso donde el suicidio se guarda en un armario. No hay mayor novedad. Salvo que esta vez el cadáver corre de mi cuenta. A finales de 2009, trabajaba sobre el suicidio en un periódico digital. Por entonces, mi padre me reveló un secreto: en verano de 1977 su hermano se había suicidado en un tren, tras la muerte sucesiva de sus padres y un diagnóstico de esquizofrenia. Pregonaba la muerte del tabú y resulta que lo llevaba encima». Es un libro grande e infrecuente. Como él, y como sabes, yo también tengo un cierto interés por el suicidio. Un interés, por cierto, que debería ser algo más compartido.

Dale un repaso a estos números. Una vez que han disminuido tan notablemente los accidentes de tráfico, el suicidio es la principal causa de muerte externa en España. Según datos de la OMS, alrededor de un millón de personas se suicidan cada año en el mundo. El número de suicidas masculinos casi triplica al de femeninos. Y fíjate en estos números en especial: el total de suicidas ha aumentado un 60% en los últimos 45 años. Y en España, donde en 2012 se suicidaron 3.529 personas, ha habido un aumento del 50% en las últimas tres décadas, según datos de la Asociación Española de Psiquiatría Privada. Como ha demostrado Pinker en su último libro, Los ángeles que llevamos dentro, la violencia no ha dejado de disminuir en el mundo. Salvo la violencia autoinfligida, de la que por cierto no se ocupa en su voluminoso y excelentísimo ensayo. Desconozco las causas del crecimiento. Están las obvias del aumento de la esperanza de vida y de una mejor detección de los casos. Pero es improbable que expliquen un crecimiento tan espectacular. Al margen de estas dos objetividades todo es de una gran inestabilidad analítica: el incremento de patología psiquiátrica en la sociedad industrial, el llamado efecto de contagio en la sociedad mediática, la interrupción de los tratamientos antidepresivos... Nada concluyente. El disparo suicida es un gran misterio contemporáneo.

Tampoco tengo una explicación clara de mi interés personal. Soy todo lo contrario a uno/a de esos cursis que cuando les dices ah, yo viviría eternamente, hacen un mohín y pronuncian, uf no, qué pereza. Pero, sea como fuere, las noticias sobre suicidios no suelen pasarme inadvertidas. Y no me ha pasado por alto el suceso del Hospital La Fe de Valencia al que me refería al principio. Este lunes, de mañana, entró un hombre de unos 50 años y pidió los papeles para hacer una donación de órganos. Hay los confusos detalles habituales sobre su presunto nerviosismo y sobre el descubrimiento que supuestamente hizo una de las enfermeras que le atendía: el hombre llevaba una pistola al cinto. Parece que coincidiendo con ese descubrimiento el peticionario interrumpió su petición de papeleo para la donación de órganos, fue hacia el baño, entró, cerró la puerta, y poco después se oyó el disparo. El hombre yacía sobre un charco de sangre y no era una novela.

Las escenografías que elige el suicida suelen transmitir algún tipo de mensaje. Y a veces se trata de letales y ruines mensajes para los que quedan. Es probable que el suicida de La Fe escogiera el hospital por razones vinculadas con su decisión. Pero lo que me conmociona, particularmente, de su final es la intención anunciada de donar sus órganos, finalmente frustrada porque la donación de los órganos de un suicida no puede esquivar los aparatosos trámites legales que implica su forma de muerte. Puede que haya en ese intento de donación un mensaje oculto que tal vez una sola persona en el mundo pueda descifrar. Puede que la única persona capaz de interpretarlo fuera precisamente el suicida. Puede que no haya mensaje, ni siquiera razón alguna: sólo una ocurrencia de última hora, improvisada y banal: dijo de donar los órganos como si hubiera dicho que quería sacarse una muela: prolegómenos del disparo. Sin embargo, querido amigo, y aun escarmentado por mil hermenéuticas vacuas, literarias, yo no puedo apartar mi vista de la imponente contradicción de un hombre que va a destruirse, pero antes implora que quede a salvo todo lo que de él pueda ser útil. Y creo que el fulgor patético de la contradicción resiste, incluso, la explicación psiquiátrica. Es decir, la posibilidad de que el suicida incurriera en alogia (falta de lógica), que es un síntoma claro de algunas enfermedades mentales como la esquizofrenia. Tal vez la mejor representación del síntoma, como me explicó el doctor Jambrina, sea la de aquel personaje de La quimera del oro que se empeña en entrar en la cabaña por todos los sitios menos por la puerta. Así pues es probable que el suicida de Valencia incurriera, entre los prolegómenos y la consumación, en una alogia de manual. Pero si así fue, qué sofisticada y hasta qué hermosa diría, si no me tuviera prohibido el menor coqueteo con la zafiedad y bajeza de la muerte.

Sigue con salud,

Arcadi Espada.

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