Propiedad privada y nacionalismo

Las sociedades prósperas y libres son, sin excepción, sociedades capitalistas. Sociedades caracterizadas por la propiedad privada de los medios de producción y la amplia libertad de los titulares de la misma para utilizarla como consideren adecuado para satisfacer sus intereses. Es innegable que es inherente a estas sociedades la existencia de múltiples regulaciones estatales y un entramado de gasto público e impuestos que limitan esta libertad. Pero no es menos cierto que las sociedades cuyas leyes y psicología social más protegen y respetan los derechos de propiedad privada tienden a ser más ricas y más libres que aquellas donde estos derechos están más constreñidos y son más débiles o nebulosos. Así lo constata un excelente informe publicado recientemente por el Instituto de Estudios Económicos (La propiedad privada en España). Desgraciadamente, como también se muestra en dicho informe, nuestro país se sitúa en la cola de los rankings más prestigiosos que miden el grado de protección de la propiedad, muy por debajo de los puestos alcanzados por el resto de los países de la eurozona.

Las dos amenazas a las sociedades libres son dos variantes del socialismo: el comunismo y el nacionalsocialismo. Lo primero consiste en abolir la propiedad privada; lo segundo, en vaciarla de contenido. El nacionalsocialismo se caracteriza por controlar férreamente la propiedad privada e intervenir el libre funcionamiento de los mercados. Así, estos regímenes premian o penalizan, nacionalizan o expropian la propiedad privada según la lealtad o alejamiento de sus titulares a los intereses del partido o del líder gobernante, y controlan precios por doquier cuando arbitrariamente estiman que son demasiado altos o demasiado bajos. En el nacionalsocialismo ideal, en suma, puede haber empresas privadas pero el Gobierno decide qué, dónde y a qué precio deben producir, así como cuántos trabajadores y a qué salarios deben contratar.

Esta filosofía económica se pergeñó en los años de la primera posguerra mundial y se puso en práctica con la llegada de Hitler al poder en 1933. La utilidad e inevitabilidad de este modelo en tiempos de guerra total impidió a muchos entender las ineficiencias y elevados costes económicos del mismo en tiempos de paz, amén de las severas limitaciones de la libertad individual que comporta. Hayek advirtió proféticamente de lo uno y de lo otro en su obra de 1944 ‘Camino de servidumbre’.

Despojado de sus componentes raciales, el programa económico para angostar el capitalismo y construir el socialismo que perseguían los fundadores del nazismo no difería del de otros partidos socialistas. El lector incrédulo o interesado puede juzgar por sí mismo consultando los nombres de Gottfried Feder y Gregory Strasser, aliados tempranos de Hitler y principales arquitectos intelectuales del programa económico del nazismo, o la evidencia suministrada por Hayek en su obra citada. Hitler aborrecía por igual el comunismo y el capitalismo, cuyos orígenes y desarrollo atribuía al judaísmo. De hecho, capitalismo y judaísmo eran términos esencialmente sinónimos para el dictador alemán. Otto Wagener, asesor económico y confidente de Hitler, cuenta en sus memorias que el Führer se vanagloriaba de haber instaurado el paraíso de los trabajadores en Alemania, el dominio del trabajo sobre el capital, sin haber librado una guerra civil para liquidar a los capitalistas, como sucedió en Rusia. Ciertamente la legislación laboral del nazismo hacía prácticamente imposible el despido, y los desplazamientos del trabajador a otras empresas, profesiones, sectores o ubicaciones geográficas tenían que ser aprobados por la oficina nacional de empleo.

El ideario económico del nacionalsocialismo se ha propagado más de lo que se suele pensar. Fue copiado por el fascismo italiano y por la Falange Española, y aunque ambos países terminaron abandonándolo, su marco laboral aún tiene huellas de ese ideario. El laborismo británico de la posguerra lo hizo suyo en buena parte y Corbin se afanó en resucitarlo en las últimas elecciones británicas. También influyó decisivamente en el peronismo, no en vano Perón fue en su juventud agregado militar en Roma y Berlín y testimonió su admiración profunda por aquellos regímenes, por lo que no sólo se llevó nazis a su país sino también sus ideas económicas. Los problemas económicos recurrentes de la Argentina no son completamente ajenos a la pesada carga de ese ideario en dicha sociedad. La Rusia de Putin es un ejemplo paradigmático de nacionalsocialismo. Los gobiernos bolivarianos y sandinistas se pueden interpretar mejor como nacionalsocialistas que como marxistas, si bien, como se ha indicado anteriormente, no hay mucha diferencia práctica entre ambos idearios.

No se debe menospreciar el riesgo que el comunismo y el nacionalsocialismo suponen para las sociedades libres. Su ideario será siempre un obstáculo para el progreso y para la suerte material de los más desfavorecidos, a los que pretenden no dejar atrás mediante el contraproducente método de parar o hacer retroceder a los que van delante. Hoy como ayer, por otra parte, los comunistas y los nacionalsocialistas están especializados en la agitación social y la violencia urbana para intentar revolucionar o cuando menos desestabilizar la sociedad. En la mejor tradición de Marx (y de Goebbels), unos y otros se desviven creando superestructuras emocionales sobre la base de agravios y otros eventos que nunca existieron, dilapidando recursos y envenenando la convivencia social allí donde alcanzan cotas de poder efectivo.

La profunda crisis originada por la pandemia y la reconstrucción económica necesaria para superarla abre un mundo especialmente propicio para el nacionalsocialismo, más insidioso pero igualmente dañino que el comunismo. Una coyuntura que alienta un vivero de tentaciones intervencionistas cuya materialización pondría en peligro irreparable la libertad y prosperidad que damos por sentadas. Este riesgo es especialmente acusado en un país como el nuestro en el que la propiedad privada no está tan protegida como en los principales países de nuestro entorno, como estamos viendo de forma flagrante en el ámbito inmobiliario. Un país, por si eso fuera poco, en el que la coalición parlamentaria que sustenta al Gobierno incluye partidos comunistas y nacionalsocialistas declarados, estos últimos, además, con el componente racial incorporado.

José Luis Feito es economista y miembro de la Junta Directiva de la CEOE.

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