Protestar en la era digital

Las elecciones y los referendos son sólo dos maneras a través de las cuales la gente opina sobre cómo está gobernada. Protestar es otra, razón por la cual los derechos de asamblea y libre expresión están protegidos en la mayoría de las democracias.

Y, en muchas democracias hoy en día, esos derechos se están ejerciendo al máximo. Los activistas climáticos y las manifestaciones relacionadas con el Brexit han cerrado parcialmente Londres el mes pasado, y los manifestantes ya están haciendo planes para la visita estatal del presidente norteamericano, Donald Trump, al Reino Unido en junio. En Francia, los Chalecos Amarillos se movilizan todos los sábados.

Las redes sociales han facilitado la organización de protestas masivas. Gracias a Twitter, Facebook e Instagram, la gente con una causa común puede instantáneamente alimentar la indignación mutua compartiendo al mismo tiempo detalles logísticos. Pero estas manifestaciones modernas suelen carecer de capacidades de liderazgo y de construcción de coaliciones que puedan traducir el reclamo colectivo en un cambio real.

Es verdad, las protestas de grandes dimensiones pueden ayudar a incluir una cuestión en la agenda y a fomentar el debate público. Pero, aún en las democracias, las grandes multitudes muchas veces no bastan para hacer tambalear gobiernos. Las gigantescas manifestaciones en contra de la guerra en el Reino Unido y Estados Unidos en febrero de 2003 no impidieron que los dos países invadieran Irak al mes siguiente. El movimiento Occupy Wall Street de 2011, que se propagó a unas 900 ciudades en todo el mundo, no logró ningún objetivo particular. Tampoco lo hicieron las tres Marchas de las Mujeres anuales que tuvieron lugar entre 2017 y 2019 en ciudades de todo el mundo.

Una falta de liderazgo claro es parte del problema. Antes del advenimiento de las redes sociales, organizar manifestaciones masivas efectivas demandaba más tiempo y esfuerzo. Los activistas tenían que planear, recaudar dinero para publicar anuncios en los periódicos, crear listados telefónicos y encontrar oradores entusiastas capaces de atraer a las masas.

Todo esto requería de liderazgo para garantizarle a la gente que invertir su tiempo, dinero y conexiones en una protesta valía la pena. Por el contrario, la nueva “adhocracia” impulsada por las redes sociales, a pesar de su flexibilidad y eficiencia, muchas veces carece de líderes que puedan movilizar a la gente hacia un objetivo bien definido y alcanzable.

Sin embargo, ha habido algunas historias de éxito. En Polonia en 2016, protestas bien organizadas persuadieron al parlamento del país de rechazar una propuesta que aspiraba a una prohibición casi total del aborto. Las manifestaciones callejeras en varias ciudades importantes polacas estuvieron acompañadas por una campaña online y una huelga de mujeres, donde las mujeres se negaron a asistir a la escuela, ir al trabajo o realizar tareas domésticas. Los organizadores también movilizaron a seguidores en otras partes en Europa y aplicaron las lecciones aprendidas en otros países. Más importante, los manifestantes articularon un objetivo claro –impedir que se sancionara la nueva ley- y su campaña para lograrlo se vio beneficiada por un liderazgo efectivo y una planificación cuidadosa.

Las recientes protestas masivas que tuvieron éxito en Argelia y Sudán, por otra parte, resaltan la importancia de construir coaliciones con partes de un régimen gobernante. Los manifestantes en estos dos países también tenían objetivos claros, a pesar de los mayores peligros que implica participar en protestas callejeras contra gobiernos autoritarios. Cuando los argelinos protestaron por primera vez contra la postulación del achacoso presidente Abdelaziz Bouteflika para un quinto mandato en el poder, no estaban protegidos por derechos de asamblea o libre expresión “democráticos”. Y las protestas iniciales en diciembre de 2018 fueron reprimidas de inmediato.

Sin embargo, en marzo de 2019, según informes unos tres millones de argelinos se congregaron en las calles. El objetivo de los manifestantes era claro: obligar a Bouteflika a renunciar. Lo lograron no sólo por sus meros números, sino también porque su persistencia finalmente llevó al ejército de Argelia a ponerse de su lado y destituir a Bouteflika. Y, en Sudán, tres meses de protestas nacionales finalmente persuadieron al ejército de derrocar al presidente Omar al-Bashir.

Estas alianzas improbables entre los manifestantes y el ejército fueron cruciales tanto en Sudán como en Argelia. A muchos movimientos de protesta les resulta difícil forjar coaliciones con quienes están en el poder y prefieren, en cambio, la excitación vertiginosa de un ataque frontal al régimen. Pero las protestas más efectivas apuntan a cooptar a algunos de los poderosos para debilitar a un régimen. La campaña de Mahatma Gandhi contra el régimen británico en la India, por ejemplo, no confrontó al poder colonial de lleno. Por el contrario, y para el asombro inicial de sus compañeros insurgentes, Gandhi comenzó con una marcha de protesta contra el impuesto de sal británico en 1930.

Las redes sociales por lo general dificultan la construcción de estas coaliciones improbables. Las plataformas digitales son buenas a la hora de socializar la insatisfacción y magnificarla online, pero es más factible que polaricen y no que ayuden a un movimiento a extender puentes.

La adhocracia puede rápidamente unir a quienes comparten un reclamo, ya sea contra el capitalismo global como contra los planes del Reino Unido de abandonar la Unión Europea. Sin embargo, hace falta mucho más para unir a la gente en torno a un objetivo positivo, y movilizarla para que pueda alcanzarlo.

Las protestas exitosas requieren un liderazgo efectivo, ya sea individual como colectivo. Y necesitan ir más allá de “decirle la verdad al poder” desde la calle. El cambio sucede cuando los ciudadanos bien liderados encuentran maneras de decir la verdad a través del poder en coaliciones que poco probablemente se forjen online. Las herramientas digitales pueden facilitar una organización política efectiva. Pero nunca se las debería considerar un sustituto de esta organización.

Ngaire Woods is Founding Dean of the Blavatnik School of Government at the University of Oxford.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *