Prueba nuclear contra Obama

El conflicto de Corea (1950-1953), paroxismo de la guerra fría, terminó en un armisticio ahora en entredicho dictado por el cansancio de los contendientes, la muerte de Stalin, su brutal instigador, y el temor de China a las furias atómicas del presidente Eisenhower tras la sonada destitución del general MacArthur por Truman en el ocaso del mandato de este. Casi 60 años después, el statu quo en el Extremo Oriente está alterado por el empecinamiento de Corea del Norte de dotarse del arma nuclear, de modo que Seúl y Tokio se preguntan con alarma si no regresa un nuevo periodo de gélida hostilidad en la península dividida y sus aledaños.

La prueba atómica y los lanzamientos de misiles hechos por el régimen de Pyongyang se escenifican con gran fanfarria cuando el presidente norteamericano tiene que enfrentarse al declive estratégico y económico de la hiperpotencia, en medio de una aparatosa crisis financiera y cuando otros actores, sobre todo China y Rusia, los antiguos rivales comunistas, tratan de ganar posiciones en el tablero geoestratégico y sacar tajada de la negociación.

Barack Obama llegó al poder repudiando la actitud de su predecesor, que se aferró al dogma de que no se puede «dialogar con el diablo», y abogando por la negociación «con el enemigo», o con los países hostiles, persuadido de que el diálogo es más efectivo que el antagonismo frontal, pero ahora tropieza con una situación similar o peor a la que padeció George Bush en octubre del 2006, cuando se produjo la primera explosión atómica norcoreana. Aunque los asesores de Obama han alardeado de una respuesta contundente, para no ofrecer ningún síntoma de debilidad, reconocen que las opciones son limitadas (diplomacia y/o sanciones).

Los fracasos de la estrategia de EEUU respecto de Corea del Norte se remontan a los años 60, de manera solo comparable a lo ocurrido con Cuba. Una relativa distensión, o tal vez un olvido deliberado, siguió a la entrevista de Mao y Nixon en Pekín (1972), hasta que la caída del comunismo en Europa y las reformas en China –además de la sucesión dinástica del amado líder Kim Il-sung por su hijo Kim Jong-il-- acentuaron el hermetismo, el delirio militar, la tiranía implacable, la hambruna y la paranoia del último vestigio del estalinismo, epítome de las perversiones del siglo XX.

La primera escaramuza nuclear estalló en 1994, con Clinton en la Casa Blanca, cuando Corea del Norte, tras rechazar una visita de los inspectores, se retiró de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), encargada de los asuntos relativos a la proscrita proliferación. Tras una enrevesada negociación, Washington y Pyongyang firmaron un acuerdo (21 de octubre de 1994) por el que los norcoreanos se comprometieron a desmantelar sus reactores a cambio de 500.000 toneladas de petróleo y la construcción de dos reactores de agua ligera sufragados por un consorcio internacional.

La crisis se recrudeció en el 2002, cuando Pyongyang reactivó su programa nuclear, expulsó a los inspectores que controlaban el complejo de Yongbyon y se retiró del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). Bush se resignó a la vía diplomática a través de unas negociaciones de seis países (EEUU, Rusia, China, Japón y las dos Coreas). Por el acuerdo de 19 de septiembre del 2005, Pyongyang se comprometió de nuevo a desmantelar sus instalaciones nucleares, pero, tras otro incumplimiento, hizo su primera prueba nuclear (9 de octubre del 2006), condenada por el Consejo de Seguridad de la ONU con una resolución similar a la adoptada esta semana tras la explosión de un ingenuo nuclear el 25 de mayo, seguido por el lanzamiento de misiles en el mar Amarillo y la reapertura de la planta de plutonio.

Obama advirtió de que una Corea nuclear es inaceptable, pero cómo conseguir su renuncia es una cuestión problemática, empezando por la ardua movilización de China, Rusia y los aliados. Las citas diplomáticas son un terreno sembrado de frustraciones. Pekín siempre estuvo más interesado por la estabilidad de su protegido que por sus avances atómicos, actitud reforzada porque no se sabe si los militares, una casta temerosa de perder el poder, pretenden consolidar la dinastía comunista o se sirven de un claudicante Kim Jong-il para perpetuar un régimen tan cruel como imprevisible, embarcados en un proceso de sucesión de dinámica suicida.
¿Cómo desarmar a Corea del Norte? Los técnicos creen que es demasiado tarde para destruir las instalaciones nucleares sin correr unos riesgos que Corea del Sur, Japón y la misma China reputan inasumibles. En Washington, unos preconizan el diálogo directo, sin pasar por Pekín, y otros propugnan el continuar como hasta ahora, aunque nadie se atreve a despejar las incógnitas apremiantes y apocalípticas.

La primera es si el régimen de Pyongyang trata de obtener nuevas concesiones o si, por el contrario, pugna por convertirse en potencia nuclear sin reparar en el gasto y el aislamiento. La segunda y en verdad aterradora sugiere que la lógica de la disuasión nuclear universal –la mutua destrucción asegurada-- quizá no puede aplicarse a un régimen tan fanático, esotérico e imprevisible. Otra igualmente ominosa apunta hacia una proliferación errática, que acabará incrustándose en Oriente Próximo, con la bomba en manos de Irán o de grupos subestatales terroristas y lunáticos adeptos del suicidio como arma de ilusoria liberación.

Mateo Madridejos, periodista e historiador.