PSOE: voluntad para cambiar

Decía Gramsci que el pesimismo es un asunto de la inteligencia y el optimismo, de la voluntad. Una descripción benigna de la reunión del pasado Comité Federal del PSOE podría referirse a un debate entre el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad. Claro que, aunque los miembros del Comité Federal del PSOE son bastante emocionales -como corresponde a la cultura política de la izquierda- no son ingenuos ni ilusos sino que por el contrario son personas con harta experiencia política: los debates no siempre reflejan las verdaderas razones ni las verdaderas voluntades. Cuando esto ocurre en exceso la lectura del debate resulta brumosa.

El valor de un personaje político radica en satisfacer las expectativas que su función y naturaleza concitan. De ahí, que triunfa más el que más conecta con los anhelos, intereses y sentimientos de la mayoría, y triunfa menos el que demuestra estar defendiendo una posición individual. La emocionalidad en el discurso resulta entonces artificial y los argumentos políticos poco rigurosos.

Pedro Sánchez superó el Comité Federal -uno más tras las pasadas elecciones- por representar la voluntad del cambio político y el afán por sintonizar con unas bases que son, por extensión, el enganche del PSOE con la sociedad. Pero también por la simpatía que humanamente despierta quien, empeñado en una difícil y compleja empresa, solo encuentra objeciones y alarmas exageradas, más propias del fracaso que de la cooperación positiva.

Algunos se empeñan en no desprenderse del trauma de la derrota del 20-D para no abordar la responsabilidad que el resultado de las elecciones ha otorgado al PSOE como pieza básica para cualquier desenlace en esta compleja situación política. Hay mucho de irresponsabilidad política en esa actitud, como la hay en la resignación o en la impotencia para leer adecuadamente una situación incómoda. Y poca coherencia con los procesos que cada uno o una ha protagonizado.

Un actor político está obligado a alimentar la esperanza cuando ésta no resulta una quimera. Decía Carlos Quijano que todos los pecados tienen redención, salvo uno, pecar contra la esperanza, que resulta imperdonable.

Puestos a poner las cosas difíciles, algunos y algunas dirigentes tratan de imponer a Pedro Sánchez condiciones tan difíciles cuya superación resultaría más propia de la prestidigitación que del arte de la política, o estrategias tan al descubierto que solo nos llevarían a un claro fracaso por tratarse de jugadas de póker solo admitidas en un cotolengo.

En definitiva, hay falta de confianza, que como dice mi amigo Torres Mora significa, aún sin saber, construir una relación positiva con el otro, porque cuando todo lo sabemos, sobra la confianza.

El problema, sin embargo, es que esa falta de confianza es reiterada por unos o unas, y confronta con la que otros y otras otorgamos, también reiteradamente, a Pedro Sánchez. Y en estas condiciones es como se produjo el debate del Comité Federal que dejó como resultado que las cosas siguen igual.

La desconfianza obliga a la prevención, y en ocasiones, la exagera. Alertar de posibles pactos con Podemos y formaciones independentistas, cuando ni siquiera hemos entrado en esa fase, adopta las formas de un debate anticipado. Descalificar a los representantes de las formaciones rivales, dejándose llevar por el pánico, no es la mejor defensa para un proyecto que se siente en peligro de ser devorado.

A mí no me gusta el histrionismo de los dirigentes de Podemos, pero no me siento humillado ni ofendido con sus representaciones. Confío en la sensatez de la gente que, aunque disfrute del teatro en ocasiones, el resto del día ha de procurar arreglar su vida. Pero sí me interesan sus votantes. En principio, porque tienen el derecho a ser tratados igualmente como a los demás. En segundo lugar, porque en esos cinco millones hay muchas personas que fueron socialistas, algunas todavía hoy se sienten socialistas, muchas personas de la izquierda política, otras  que quieren un cambio progresista con independencia del cauce elegido y otras que expresan políticamente su rechazo a fórmulas conocidas. Una formación de vocación mayoritaria como la del PSOE no puede despreciar ese electorado, pero es más, una formación política netamente democrática tampoco puede estigmatizarlo ni desconsiderar a sus representantes.

Hay quien entre las alarmas que emite, advierte de que el poder vírico de Podemos puede afectar a la identidad socialista. Muy artificiosa debe resultar tal identidad. La identidad socialista no solo reside en las políticas desarrolladas, sino sobre todo en los principios que las inspiran. Principios que tienen que ver con la defensa de la dignidad de las personas, y de ahí el combate contra todas las formas de explotación e injusticia que amenacen a las personas y la lucha por la igualdad, condición previa para la libertad. Esa es, para mí, nuestra identidad, que lamentablemente está más lejos del esperpento que transmiten algunos viejos socialistas conspiradores y de la falta de generosidad de algunos ex ministros, que de que algunas expresiones indignadas. Nuestro desafío es integrar institucionalmente el resultado de la expresión popular. El electorado se ha pronunciado y nos toca  a sus representantes ejecutar su mandato. No vale decirles que vuelvan a tomar otras decisiones porque las que tomaron no sirven, no son serias o no sabemos administrarlas.

La pluralidad es una realidad, como el deseo de cambio, aunque éste no resulte unívoco y la demanda de institucionalidad para nuevas expresiones tampoco. La acción democrática no es estática sino dinámica, no es aritmética sino política. Una legislatura breve que establezca las bases de la regeneración política que la sociedad demanda, que restablezca el dialogo político, social y territorial y recupere derechos y libertades sustraídas resulta más edificante que unas nuevas elecciones que no modificarían la actual situación, pues no se han producido hechos que obliguen a que los electores revisen su opción. Y para ello, es preciso, un gobierno reformista tan amplio como exijan las necesidades y las posibilidades sobre la base de acuerdos programáticos que permitan lograr mayorías parlamentarias, aun cuando éstas puedan resultar variables. Entre tanto, el PP puede aprovechar para resetearse y ganar en humildad y decencia.

Miedo solo podemos tenerle a la frustración que provoca el inmovilismo. Lamento que a quienes les costó mucho o poco aprenderse el manual de orientación política comprueben que éste se ha quedado desfasado.

José Luis Ábalos es secretario general del PSPV-PSOE en la provincia de Valencia y diputado nacional.

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