PSOE y Bildu, ni valor ni moral

«Las naciones –como los individuos que sobreviven a traumas profundos– necesitan el valor de enfrentarse a su pasado». Así introduce Elizabeth Jameson Cartas de los ausentes, la historia de una familia judía durante el nazismo. Muchos son los que carecen de valor para enfrentarse al pasado del terrorismo etarra y a sus consecuencias en el presente. Los acuerdos entre el Gobierno y Bildu evidencian esa falta de valor, así como la inmoralidad que impregna nuestro sistema político.

Jonathan Shay define como «herida moral» el conflicto que puede generar la «traición a lo que es correcto», la aceptación de la culpa como paso previo a reparar el daño. No hay «herida moral» en Sánchez o el PSOE tras pactar con quienes justifican el asesinato de tantos españoles, entre ellos militantes socialistas. Prefieren instrumentalizar ese legado con falacias en las que la conclusión –«son miserables quienes nos acusan de inmorales»– no se deduce de la premisa –«porque enterramos a nuestras propias víctimas»–. Ante tamañas distorsiones morales y políticas recordemos que los familiares del socialista Fernando Múgica, asesinado por ETA, denuncian con la valentía hoy ausente en el PSOE las inmoralidades del partido que abandonaron por honor y coherencia.

Las tímidas críticas de algunos socialistas revelan su cobardía al fingirse heridos moralmente mientras eluden acciones contundentes y congruentes con otra legitimación más del terrorismo. Esto implica la ya consolidada normalización de Otegi y su partido, testaferro de ETA y parte de la estrategia terrorista, como acreditó el Tribunal Supremo. El líder terrorista carece de la «herida moral» de quienes sí poseen una conciencia política y moral decente y democrática. Sí descubren con pudor su «herida moral» Iñaki Viar, Mikel Azurmendi y Teo Uriarte, miembros de ETA en sus inicios, en el documental Traidores de Jon Viar. Su condena del terrorismo abarca a la ideología que lo inspira y que ha rentabilizado el terror: el nacionalismo. Iñaki Arteta muestra la antítesis en Bajo el silencio: los terroristas y sus cómplices sin la «herida moral» que solo los fanáticos soslayan, los inmorales con los que el socialismo forja alianzas innegables minimizadas ocasionalmente para su digestión por la opinión pública. Cuando Marlaska dice que sería más fácil para Bildu si Otegi no estuviera en política, está reconociendo la inmoralidad y la gravedad del pacto con el proyecto político de aquéllos. Sin Otegi, para el PSOE sería más fácil vender esa alianza.

Ante esta degradación política y moral, algunos socialistas intentan distanciarse con un equilibrio imposible, embelleciendo un pasado reciente que precisamente es la causa del presente por el que ahora simulan indignación. Censuran «la conveniencia» del pacto pidiendo a Bildu un «recorrido ético aún por hacer» que saben jamás harán, pues socialistas y nacionalistas ya han legitimado a los representantes de ETA como demócratas aun defendiendo un proyecto político sustentado en el asesinato. Ahora que no deja de reclamarse memoria, conviene hacerla, pero sin manipulaciones. La memoria fidedigna requiere desnudar la mentira que ensalza la victoria de la democracia sobre ETA aduciendo que se forzó a Bildu a rechazar la violencia para ser legalizado. Este relato tramposo es simplista y por ello eficaz para apaciguar conciencias y esquivar una realidad incómoda: Bildu fue legalizado tras negociar el Gobierno socialista con ETA la vuelta a la legalidad de su brazo político como contrapartida por cesar el terrorismo; Bildu jamás condenó el terrorismo de ETA, incumpliendo así la propia jurisprudencia del Tribunal Constitucional que, como resumió el profesor Tajadura, «incurrió en un exceso de jurisdicción evidente erosionando el Estado de Derecho». Tan grave erosión eximió a Bildu de sus responsabilidades por el terrorismo con las repercusiones actuales: la institucionalización del brazo político de ETA debilitando a la democracia al tratar como iguales a quienes evidentemente no lo son con el fin de mantener el poder.

Este presente solo es el lógico corolario de un pasado reciente edulcorado. La legitimación de quienes ya en 2013 pactaron con los socialistas los Presupuestos de Guipúzcoa se ha producido gradualmente mediante dañinos actos que el PSOE niega según le conviene. En 2006, Peces-Barba, comisionado para las Víctimas del Terrorismo mientras los socialistas negociaban con ETA, aseguraba: «Toda tolerancia en relación con lo que pudiera ser una falta de respeto a la legalidad produciría daños irreparables para el funcionamiento del Estado de Derecho». Perfecta descripción de la destructiva acción del Gobierno al que, no obstante, servía. Este destacado socialista calificó como una «ofensa a las víctimas» la reunión en 2005 del lehendakari Ibarretxe con Otegi tras ilegalizarse Batasuna en 2002. La misma ofensa de su partido revelaba la doble moral socialista: Patxi López se reunió en 2006 con Otegi asegurando con cinismo que «sólo siendo una formación legal podrá ser interlocutor político».

Se critican ahora las concesiones a los presos etarras a cambio de meros formularios consignando un estéril reconocimiento del dolor causado como toda muestra de su supuesta transformación. Pero se olvida quién inició ese fraude: Rubalcaba. El mismo que decía que el espectacular incremento de votos de Bildu en las municipales de 2011 fue «por alejarse de ETA» y no por una política antiterrorista «opaca», como la describió El Mundo en su editorial del 15 de junio de ese año. El sanchismo es tan devastador que la comparación con el socialismo que le precedió siempre es ventajosa para éste aun siendo el origen de la legitimación de Bildu que ahora avanza otro paso más. El simbólico brindis de Idoia Mendia con Otegi en Nochebuena; o el manifiesto por los derechos humanos firmado este año por PSOE y Bildu, principal referente en la justificación de la violación de los derechos humanos en España, no surgen de la nada.

Como recuerda Aurelio Arteta, la política es una cuestión de argumentos morales que descansa sobre tres categorías: los derechos humanos, la justicia y la legitimidad. El proyecto político de Bildu emana de la sistemática violación de los derechos humanos, de ahí su injusticia e ilegitimidad. La ética política desenmascara la impostura del socialismo maquillando su alianza con Bildu como un éxito al integrarle en el sistema democrático. Por el contrario, confirma la exoneración de las culpas y responsabilidades de Bildu que, siguiendo la tipología de Jaspers para el nazismo, lo son tanto de orden criminal, como político, moral y metafísico al apelar también a quienes no hicieron lo suficiente para evitar los crímenes. Si la fraudulenta legalización de los testaferros de ETA canceló injustamente su culpa criminal, no debería haber cancelado ninguna de las restantes. En cambio, la democracia española aceptó un final del terrorismo que rehuyó la derrota ideológica del terrorismo nacionalista y su imprescindible juicio político y moral. Estas son las raíces de una injusticia que el socialismo rentabiliza al rehabilitar a Bildu banalizando el asesinato.

Con hipocresía se reclama memoria para las víctimas del terrorismo, ignorándose que, como observa Yerushalmi, el antónimo del olvido no es la memoria, sino la justicia. La justicia a las víctimas requiere castigo jurisdiccional, pero también justicia política pues, como advirtió Arteta, «cuando para matar al vecino se aducen justificaciones y metas políticas, la justicia para las víctimas tampoco puede contentarse con su mera indemnización o resarcimiento». Ante tanta injusticia, memoria y relato solo son palabras talismán para embellecer la impunidad apelando a las emociones. El Día de la Memoria, frente a varias víctimas, el delegado del Gobierno en el País Vasco se limitaba a pedir a «ese mundo que aún homenajea la muerte» que «suspenda» sus homenajes porque «pisotean la dignidad de las víctimas». Pero también porque «tratan de secuestrar la voluntad del excarcelado». Ni valor ni moral para aplicar la Ley de Víctimas que prohíbe esas humillaciones. La victimización del terrorista instrumentalizando el dolor de las verdaderas víctimas e invocando su memoria.

Rogelio Alonso es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos. Su último libro es La derrota del vencedor (Alianza).

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