Pudimos en el 78, podremos en 2015

Nosotros, los de la «generación del 56», muchos ya octogenarios o casi, y los de la generación que nos siguió, ya también talluditos, pudimos lograr algo que parecía imposible: la transición a un sistema democrático. Hicimos lo que pudimos y como pudimos, con los resortes que teníamos, con más voluntad que experiencia y conocimiento. Quienes no la vivieron –y es evidente que los que ahora la ponen irresponsablemente en tela de juicio solo hablan de oídas– podrían llegar a pensar que la pacífica y civilizada transición de un régimen autoritario a un régimen de libertades que se produce tras la muerte de Franco fue un auténtico milagro. Claro que podrían pensar y decir también lo contrario: que aquello no fue sino un somero retoque de imagen para que los mismos siguieran en el poder.

Ni milagro ni mascarada. La situación política y social sufrió un cambio profundo en el que participamos la mayoría de los españoles. Hubo naturalmente de todo: acuerdos y «componendas», compromisos firmes de cambio y adaptaciones interesadas. Era el tiempo de la conciliación, el tiempo del pacto social y del consenso político por el bien del futuro democrático del país. Y todos, unos más convencidos y otros menos, arrimamos el hombro.

Nos equivocamos sin duda en algunas cosas, y acertamos en mucho, porque era mucho lo que nos jugábamos entonces. Ahora son otros tiempos y cada tiempo trae sus problemas. Los de nuestros días son, como bien sabemos, graves y preocupantes. La corrupción se ha extendido como una gangrena que amenaza a todo el tejido social del país. Nadie pone ya en duda, del Rey abajo, que ha llegado el momento de hacer las revisiones y reconsideraciones que sean necesarias para acabar con la profunda crisis moral que estamos atravesando. Aún nos causa escándalo, nos provoca indignación, la mala noticia de cada día que nos muestra el caldo gordo y espeso en el que estamos, la fragilidad de nuestra democracia, y eso es bueno, lo bueno de lo malo de la situación actual. Lo digamos o no, me parece que la mayoría de los ciudadanos somos conscientes de nuestra propia responsabilidad en lo que está pasando y de que solo entre todos podremos sanear y adecentar nuestra vida colectiva.

El lector avisado habrá descubierto ya probablemente que me estoy metiendo en el terreno de Podemos, el nuevo partido que ha irrumpido de forma aparentemente imparable en el panorama político del país. Ha sabido dar con la clave de la comunicación pública necesaria para activar los resortes de la movilización y el activismo de los ciudadanos aglutinando parte de la indignación y del hartazgo de muchos. Me temo, no sé, que esos éxitos fulgurantes –debidos más a los errores de los partidos políticos «convencionales» que a sus propios méritos– han envalentonado a sus dirigentes más de la cuenta: ¿quién es Pablo Iglesias, me pregunto, para distinguir entre la «buena y la mala casta», como le oí decir en una entrevista con Iñaki Gabilondo? No me gusta, lo siento, ese aire de superioridad y cierta displicencia de sus dirigentes. Podemos expresa y canaliza, ya lo dije, parte del hartazgo individual y colectivo que vive el país, pero no es, ni puede pretender ser, la única clave ni mucho menos el único cauce para resolverlo. Estamos hartos de corrupción, sí, y no solo de la política; también estamos hartos, y curados de espanto, de puritanos, puristas, inquisidores y salvadores de la patria.

En este punto es en el que sí creo que deberíamos sacar algún aprendizaje del pasado, algunas de las «lecciones» de la experiencia social y política de nuestra transición. Porque es tiempo de construir y de reconstruir sobre la base de consensos amplios, sobre la base de lo que quiere la mayoría. Y la mayoría de los españoles, creo yo, quiere vivir la vida sin más mentiras y en paz. La mayoría de los españoles quiere vivir en una democracia participativa, con partidos y sindicatos serios y decentes, con una justicia rápida y eficaz. La mayoría de los españoles, creo yo, quiere acabar con la corrupción en la que todos, de una o de otra forma, estamos involucrados. Ahora, con una sociedad mucho más preparada, más exigente, y ya con hábitos democráticos consolidados, estoy convencido de que vamos a poder superar esta crisis: podemos, claro que podemos. Es un asunto de todos y nadie debe dar lecciones a nadie. Eso sí, algunos deberemos de dar un paso atrás. Porque si queremos resultados distintos no podemos seguir haciendo lo mismo de siempre. Eso lo dijo Einstein.

Antonio Sáenz de Miera, periodista y escritor.

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