¿Pudo el Rey avalar un golpe contra la Constitución que él mismo impulsó?

El 23-F reúne todos los ingredientes de las historias circulares. No se agota. De manera periódica vuelve a la actualidad con fuerza renovada. Parece que nunca acabaremos sabiendo toda la verdad sobre el golpe de Estado que estuvo a punto de abortar la recuperada democracia española apenas pasados cinco años desde la muerte de Franco.

El hecho de que aún no se hayan desclasificado algunos relevantes documentos, cuando ya han transcurrido 33 años de la asonada, añade el factor de intriga necesario para hacer de su relato algo misterioso e incluso morboso.

Cuando se cumplió el 28º aniversario del golpe, el entonces presidente del Congreso, José Bono, hizo pública el acta de los hechos ocurridos el 23-F, que en su día fue redactada por él mismo y por Víctor Carrascal.

Sin embargo, es el CNI el que atesora los documentos más importantes. Además de algunos informes escritos, el Centro guarda el material grabado por las cámaras internas del Congreso, que funcionaron durante toda la noche; también las fotografías que se hicieron a la mañana siguiente del estado en que quedó la Cámara, y, sobre todo, las grabaciones de las conversaciones mantenidas por Tejero con Milans desde el Congreso mientras duró la toma del mismo.

Ya han transcurrido más de 25 años, que es lo que establece la Ley de Secretos Oficiales, para que dichos documentos se desclasifiquen. El Gobierno, que es quien tiene esa prerrogativa, debería de facilitar a la opinión pública esos pedazos de historia para que se conozca toda la verdad.

El libro de Pilar Urbano, La desmemoria, que ha salido a la venta esta semana y cuyo contenido avanzó Miguel Ángel Mellado en una gran entrevista a su autora, que fue publicada el domingo pasado en EL MUNDO, ha provocado un terremoto político de gran intensidad. Urbano tocó dos fibras sensibles de la democracia española: la solidez de la relación entre don Juan Carlos y el presidente Suárez y el papel del Rey en el golpe.

La duda sobre esas dos verdades asumidas por el relato oficial de los hechos supone cuestionar nuestra historia más reciente. Justo en dos de los aspectos que la convierten en ejemplar: un político y un Rey que, juntos y en complicidad, logran restablecer la democracia y, pasado el tiempo, afrontan con valentía la respuesta a un golpe militar que pretendía aplastarla.

Es lógico que ante tal atrevimiento, la Casa Real, ex ministros, ex presidentes, articulistas deseosos de prestar servicios, etc. hayan iniciado una operación de control de daños contra una bomba que ha estallado justo tras la muerte de Suárez y en un momento delicado para la Corona.

Lo importante es saber qué ocurrió en realidad.

En primer lugar, hablemos de la relación entre Suárez y el Rey. Don Juan Carlos y el primer presidente de la democracia se conocieron en 1968 en Segovia, provincia en la que el de Cebreros ejercía como gobernador civil por aquel entonces. Fue el propio Franco el que envió al futuro Rey a entrevistarse con un joven político del Movimiento que prometía mucho.

Los dos congeniaron y, a partir de entonces, mantuvieron una relación intensa que fructificó en sólida amistad. La habilidad de Torcuato Fernández-Miranda a la hora de presentar la terna de candidatos a la presidencia al Rey fue precisamente meter en ella al candidato que quería don Juan Carlos.

Comenzó entonces para ambos una aventura tan arriesgada como apasionante: pasar de la dictadura a la democracia sin derramamiento de sangre.

Nadie discute hoy que, pese a los errores, aquella singladura, con la Constitución de 1978 como punto culminante, fue todo un éxito.

Pero la crisis económica (en 1979 estalla la segunda crisis del petróleo), la violencia terrorista, el malestar en las Fuerzas Armadas y las divisiones internas en la UCD, hicieron para Suárez la carga insoportable. Sobre todo, y esto es muy importante, el sentimiento de sentirse traicionado por los suyos. Especial dolor y abatimiento causó en el presidente la deslealtad del que creía su amigo Fernando Abril Martorell.

Fue a partir del verano de 1980 cuando Suárez, de común acuerdo con el Rey, puso en marcha la operación Calvo Sotelo. El presidente creía que su salida podía rebajar la tensión y buscó a un hombre que no generase rechazo y que contara con el apoyo de aliados tan poderosos como EEUU.

Es verdad que durante los seis meses que transcurren desde ese verano a la fecha del golpe, las relaciones del Rey con Suárez se enfrían. Sobre todo, por el empeño del Monarca en traerse al general Armada a Madrid desde su puesto de gobernador militar de Lérida.

El presidente nunca se fió de Armada, mientras que Don Juan Carlos lo consideraba un firme apoyo en unas Fuerzas Armadas trufadas de golpistas.

La pregunta es: ¿buscaba el Rey con la llegada de Armada a Madrid un hombre para dirigir el golpe?

Los hechos ponen de manifiesto que no. Don Juan Carlos ni conoció, ni apoyó el 23-F.

Un documento, que tampoco ha sido hecho público, avala esta afirmación. El CESID remitió un informe secreto al presidente del Gobierno el 14 de enero de 1981, justo cinco semanas antes del 23-F, en el que se analizan las posibilidades de un golpe militar. Esta es la transcripción de uno de sus párrafos: «Hacia el futuro pueden considerarse como muy poco probables los intentos prácticos de consecución de un 'Gobierno de gestión', pues, entre otras dificultades exige, tal como se concibe hoy, una impensable colaboración anticonstitucional de la Corona».

Es decir, los militares sabían que un golpe nunca contaría con el apoyo del Rey y, por lo tanto, de llevarlo a cabo, siempre sería contra el Rey. Lo que enturbió las cosas fue el protagonismo de Armada la noche del tejerazo.

El general apareció en el Congreso como si fuera un pacificador. Su gestión logró el llamado Pacto del capó, por el que los guardias civiles al mando de Tejero abandonaron el Congreso de manera pacífica en la mañana del 24 de febrero.

Incluso Suárez pensó que se había equivocado con Armada, al que consideraba un conspirador nato. Pero fue el propio Rey, como relata su hijo en la esclarecedora entrevista que le hace Victoria Prego, el que le dijo en la Zarzuela en la mañana del 24-F: «He sido yo el que se ha equivocado con Armada. Ordena ahora mismo su detención».

Casimiro García-Abadillo, director de El Mundo.

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