¿Puede el bitcóin salvar a los venezolanos?

¿Puede el bitcóin salvar a los venezolanos?

El 19 de febrero salí a comprar leche. Debido a la escasez crónica de alimentos en Venezuela, esa diligencia ya es muy complicada, pero en mi caso hay que añadirle otro obstáculo: no tengo bolívares, la moneda oficial de Venezuela.

Todo mi dinero está en bitcoines; tenerlo en bolívares sería un suicidio financiero: la última vez que revisé, la tasa de inflación diaria rondaba el 3,5 por ciento. Esa es la inflación diaria; la tasa de inflación anual en 2018 fue de alrededor de 1,7 millones por ciento. No tengo una cuenta bancaria en el extranjero y, debido a los controles monetarios de Venezuela, no cuento con una forma sencilla de usar una moneda extranjera convencional como los dólares estadounidenses.

Las cosas se vuelven cada vez más desquiciadas por aquí. Venezuela ahora tiene dos presidentes. Uno de ellos, Nicolás Maduro, quiso vencer al multimillonario británico Richard Branson en una competencia de conciertos de caridad. Mientras los venezolanos pasamos hambre, se han registrado violentos enfrentamientos alrededor de la ayuda humanitaria que se apila en las fronteras con Colombia y Brasil. Además, antes de poder comprar leche, necesito convertir los bitcoines a bolívares.

En realidad, esa parte es más sencilla de lo que podría creerse. Reviso los listados en LocalBitcoins.com, la casa de cambio que la mayoría de los venezolanos aparentemente usamos, en busca de ofertas de compra para mis bitcoines de gente que usa el mismo banco que yo; de esa forma, la transferencia bancaria electrónica puede pasar de inmediato. Una vez aceptada la oferta, los bitcoines se deducen de mi cartera y el sitio los conserva en garantía. Envío mi información bancaria al comprador y espero.

Una vez que el comprador me envía los bolívares mediante una transferencia electrónica, libero los bitcoines de la garantía y se transfieren a la cartera de bitcoines del comprador. Nos damos mutuamente una calificación positiva y eso es todo. Todo el proceso lleva unos diez minutos.

Resulta que no soy el único venezolano que usa criptomonedas. El mercado local de bitcoines rompió un récord el 17 de abril, cuando alcanzó un valor de un millón de dólares tan solo ese día, según informó Bloomberg. Venezuela ha ocupado el segundo lugar en el mundo en volumen de actividad en LocalBitcoins.com, después de Rusia. Según Coin Dance, un sitio web que monitorea las transacciones en criptomonedas, durante la semana que terminó el 16 de febrero, la gente en Venezuela comerció alrededor de 6,9 millones de dólares en LocalBitcoins.com, en comparación con 13,8 millones de dólares en Rusia (estoy haciendo la conversión con base en la tasa de cambio promedio del bitcóin que CoinMarketCap aplicó esa semana). Eso es algo considerable para un país que ha estado en recesión desde hace cinco años y cuya economía se contrajo un 18 por ciento en 2018.

Sin embargo, no puedo cambiar demasiados bitcoines a la vez. El gobierno no supervisa las transacciones en criptomonedas (todavía), pero sí las que se hacen en bolívares (y cualquier transacción equivalente o superior a los 50 dólares congelará tu cuenta de manera automática hasta que puedas explicar a tu banco de dónde provienen los fondos).

A pesar de ello, se puede decir que las criptomonedas han salvado a nuestra familia. Ahora cubro los gastos de mi hogar por mi cuenta. Mi padre es empleado gubernamental —en un departamento de impresiones sin papel— y gana alrededor de 6 dólares mensuales. Mi madre es ama de casa sin ingresos y las criptomonedas ayudaron a mi hermano Juan, de 28 años, a escapar de Venezuela a mediados del año pasado.

Durante años trató de ganarse la vida como abogado aquí, pero en tiempos de hiperinflación todos se hacen más pobres cada día que pasa, incluidos los clientes de un abogado. Juan estaba ganando tan poco que en realidad gastaba dinero para trabajar (comprar artículos de papelería, pagar taxis). Acabó por rendirse.

A principios del año pasado comenzó a hacer diseño gráfico y traducciones en línea. Sin embargo, la mayoría de las páginas web pagan por el trabajo independiente a través de PayPal y opciones similares, lo cual no podemos usar debido a los controles del tipo de cambio en vigor que solo permiten a los bancos venezolanos usar la moneda local (en la práctica, para el mundo exterior, incluso aquellos que tenemos cuentas bancarias aquí no somos sujetos bancarizados). Así que Juan tuvo que recurrir a las criptomonedas para que le pagaran.

Gracias a esos ingresos, comenzó a pensar en irse de Venezuela. Pudo comprar lo que necesitaba para el viaje a Colombia: ropa, una mochila, un celular. Ahorró algo de dinero. Incluso subió un poco de peso, algo extraordinario estos días por acá.

Las criptomonedas también lo ayudaron durante el viaje de cuatro días. Se sabe que el personal del Ejército venezolano en las fronteras confisca el dinero de la gente que quiere irse, pero dado que el de Juan estaba en bitcoines, era inaccesible si no se contaba con una contraseña que él había memorizado. El “dinero sin fronteras” es más que una frase de moda para aquellos que vivimos en una economía que colapsa, en una dictadura que también se derrumba.

Se suponía que nos enviaría dinero a casa —en criptomonedas— una vez que tuviera suficiente. Western Union convierte las remesas a bolívares con el tipo de cambio oficial, que suele ser de la mitad de la tasa de cambio en el mercado negro. Algunos intermediarios usan el tipo de cambio del mercado negro y muchos de mis amigos venezolanos que viven en el extranjero también lo hacen. Sin embargo, si no cuentas con un comerciante de confianza, puedes ser presa fácil de las estafas. Además, el gobierno ha estado tratando de acabar con esos intermediarios desde hace años. El uso del bitcóin es más barato, rápido y seguro.

Ya lo habíamos planeado todo. Sin embargo, Juan no pudo encontrar un trabajo decente en Colombia. Transcurridos tres meses se quedó sin dinero y tuve que enviarle bitcoines a él para que pudiera regresar a Venezuela.

Hasta las criptomonedas tienen un límite.

El 19 de febrero, después de cambiar mis bitcoines a bolívares —por un monto equivalente a unos 5 dólares— fui a comprar leche. Fui a todas las tiendas a las que se puede llegar caminando desde mi casa y que no cerraron el año pasado. De veinte, ninguna tenía leche.

No obstante, tenía que comprar algo, cualquier cosa, antes de que mis bolívares se devaluaran. Así que compré queso, de una tienda que solo tenía queso. Bueno, también tenía bolsas verdes de plástico transparentes sin etiquetas que, según el vendedor contenían harina de maíz, pero no me atreví a comprar eso.

Carlos Hernández es economista y colaborador de Caracas Chronicles.

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