¿Puede evitarse una guerra comercial global?

El 2 de abril, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, propuso imponer aranceles generalizados a casi todos los socios comerciales de su país, lo que hizo que el valor de los mercados bursátiles globales cayera más de 5 billones de dólares, y atizó el temor a una recesión. Ante el inminente colapso financiero, los aranceles “recíprocos” se pusieron “en pausa” durante 90 días, pero las represalias con China continuaron, lo que condujo a tasas absurdas que superan el 100% en ambos lados. La pausa para el resto de los aranceles del “Día de la Liberación” de Trump dará lugar a tres meses de negociaciones febriles. Pero si el resto del mundo responde con sensatez, los daños podrían circunscribirse enteramente a Estados Unidos, inclusive con una dosis pequeña de liberalización para todos los demás. La Unión Europea será el actor clave para hacer posible este desenlace benigno.

Esta no es la primera vez que Estados Unidos adopta repentinamente el proteccionismo. En 1930, el Congreso de Estados Unidos aprobó la ahora infame Ley Smoot-Hawley, que aumentó las tasas arancelarias sobre una gran parte de las importaciones estadounidenses entre un 40% y un 60%. Si bien el desempleo alcanzó tasas de dos dígitos tras el desplome de Wall Street en 1929, la competencia extranjera no fue la razón: a diferencia de hoy, Estados Unidos tenía un superávit comercial (que los aranceles no contribuirían a ampliar). Pero el sector agrícola estadounidense, asediado por la sobreproducción, exigía protección, al igual que algunos sectores industriales, a pesar del surgimiento de Estados Unidos como potencia manufacturera. Los nuevos aranceles resultarían sumamente perjudiciales para la economía y el sistema comercial globales, no tanto por su impacto directo -el comercio representaba menos del 5% del PIB estadounidense en aquel momento- sino por la reacción del resto del mundo.

Mientras que la mayoría de los países más pequeños solo podían protestar por la vía diplomática, muchas economías más grandes introdujeron aranceles de represalia contra Estados Unidos. Algunos, como Francia y el Reino Unido, aumentaron los aranceles sobre todas las importaciones, en parte porque sus tratados comerciales bilaterales con Estados Unidos, en general, incluían una cláusula de “nación más favorecida” que les impedía imponer aranceles solo a los productos estadounidenses. (La Ley Smoot-Hawley no violó estos tratados, porque los aranceles eran los mismos para todos los países y variaban según los productos). Además, con el inicio de la Gran Depresión, los países buscaban formas de proteger sus economías, y las represalias contra Estados Unidos les brindaron una cobertura política para hacerlo.

Los aranceles Smoot-Hawley no duraron mucho. Se revirtieron eficazmente mediante una serie de medidas de liberalización del comercio, empezando, sobre todo, por la Ley de Acuerdos Comerciales Recíprocos de 1934. Pero el daño ya estaba hecho: el comercio mundial se había contraído drásticamente y el clima geopolítico global había empeorado significativamente, lo que complicó las reducciones arancelarias recíprocas.

Hoy en día, el comercio es mucho más importante para la economía global que en los años 1930. Las importaciones representan alrededor del 14% del PIB en Estados Unidos, casi el 18% en China y más del 48% en la UE. En el caso de las exportaciones, esos porcentajes son de aproximadamente el 11%, el 20% y el 52%, respectivamente. En este contexto, las consecuencias económicas de una guerra arancelaria global podrían ser mucho mayores que en los años 1930.

La pausa anunciada el 9 de abril solo ha pateado el problema para más adelante. El resultado de las muchas negociaciones bilaterales es muy incierto porque la administración Trump espera claramente un resultado asimétrico. Sus socios comerciales deberían abrir sus mercados, pero Estados Unidos solo ofrecería aranceles un poco más bajos.

Ahora bien, aceptar la asimetría es políticamente difícil, y tomar represalias si no hay acuerdo resulta políticamente tentador, especialmente para los países más grandes que quieren mostrar su poder geopolítico. Por eso China ha tomado represalias de inmediato contra Estados Unidos. Pero esta estrategia no ofrece ningún beneficio económico, y la UE debería aceptar un acuerdo asimétrico (o al menos uno que Trump pudiera presentar como una victoria).

Se podría argumentar que, mientras que las economías pequeñas podrían sentirse obligadas a ceder ante Estados Unidos -Vietnam, por ejemplo, ha ofrecido eliminar los aranceles a todas las importaciones estadounidenses-, una gran potencia económica como la UE debería plantarle cara. Pero la respuesta europea debe guiarse por el pragmatismo, no por el ego. Después de todo, “plantar cara al agresor” no contribuiría en nada a aumentar la influencia geopolítica de Europa, y es poco probable que la administración Trump se deje impresionar por la grandilocuencia europea. Mientras tanto, los consumidores europeos pagarían las consecuencias.

Los responsables de las políticas europeos también deben resistir la tentación de reaccionar ante la “avalancha” de productos chinos baratos que se desvían del mercado estadounidense hacia Europa. En la década de 1930, los esfuerzos por frenar el flujo de importaciones redirigidas desde Estados Unidos -ejemplificados por la Ley de Importaciones Anormales del Reino Unido de 1931- contribuyeron a transformar el proteccionismo estadounidense en una guerra comercial global. Un esfuerzo de la UE por limitar las importaciones chinas hoy en día sería aún más inoportuno, porque los exportadores europeos gozarán de una enorme ventaja arancelaria sobre sus competidores chinos en el mercado estadounidense, que asciende a más del 80% del total. En consecuencia, el aumento de las exportaciones de la UE a Estados Unidos, junto con el incremento de los beneficios de las fábricas europeas en ese país, bien podrían compensar el impacto del aumento de las importaciones chinas.

La buena noticia es que, aunque la administración Trump parece decidida a repetir los errores de los años 1930, el resto del mundo aún puede evitarlos. Dado que las importaciones estadounidenses representan menos de una sexta parte del total mundial, y las exportaciones estadounidenses aún menos, lo que importa es que el comercio entre el resto del mundo siga siendo libre.

En lugar de adoptar medidas cortoplacistas para proteger su mercado interno o jugar a juegos de poder contraproducentes con Estados Unidos, la UE debería reunir a una coalición de países con ideas afines para defender el sistema de comercio global abierto y basado en reglas que Estados Unidos ha abandonado. Eso sí sería un verdadero liderazgo global.

Daniel Gros is Director of the Institute for European Policymaking at Bocconi University.

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