¿Puede la economía iraní hundir a Rouhani?

Para ser una “democracia controlada”, las elecciones presidenciales en Irán son notoriamente impredecibles. Y la próxima del 19 de mayo no es excepción, ya que el actual mandatario, Hassan Rouhani, se enfrenta a un duro retador conservador.

El adversario de Rouhani, Ebrahim Raisi, es un clérigo de alto rango al que se considera posible sucesor del Líder Supremo iraní, el ayatolá Ali Khamenei. La campaña de Raisi cobró impulso con la decisión de otro candidato conservador (Mohammad Bagher Qalibaf, alcalde de Teherán que en la elección de 2013 obtuvo la tercera parte de los votos de Rouhani) de retirarse de la competencia.

En 2013, cuando Rouhani ganó la elección, Irán sufría un 35% de inflación, la moneda nacional había perdido dos tercios de su valor en un año, y las sanciones internacionales paralizaban la economía. Las exportaciones de petróleo y la producción de automóviles (principal industria fabril iraní) habían también disminuido en dos tercios cada una, y los trabajadores industriales estaban inquietos y exigían el pago de sueldos atrasados.

Rouhani hizo campaña contra las políticas populistas del expresidente Mahmoud Ahmadinejad, y prometió anteponer el empleo y la producción a la redistribución. Dijo que controlaría la inflación, negociaría un acuerdo con Occidente para poner fin a las sanciones y restauraría la estabilidad macroeconómica.

Hay que decir que cumplió: la inflación es de un dígito por primera vez en tres décadas; las sanciones se levantaron, de conformidad con el acuerdo de 2015 sobre el programa nuclear; y el tipo de cambio se mantiene estable hace cuatro años. Pero por desgracia para Rouhani, muchos iraníes que esperaban que esto trajera una mejora de la calidad de vida y las posibilidades de empleo, comienzan a sentirse decepcionados.

Es verdad que tras dos años de contracción, la economía comenzó a crecer una vez más. Pero hay desacuerdo en relación con la amplitud y continuidad de la recuperación actual. Gran parte del crecimiento reciente obedece a que la producción de petróleo se duplicó, así que no se trasladó a un aumento de ingresos para la mayoría de los hogares ni a nuevas oportunidades de empleo. Por eso los auditores del Fondo Monetario Internacional que visitan Irán dos veces al año proyectaron un 6,6% de crecimiento para el año fiscal 2016‑2017, pero sólo la mitad de eso para 2017‑2018.

Los datos muestran que, fuera de Teherán, el gasto medio real (ajustado por la inflación) de los hogares se redujo en los primeros dos años de gobierno de Rouhani, y que la pobreza aumentó. En el año fiscal 2015‑2016, hubo casi un millón de personas más bajo la línea de pobreza que cuando Rouhani asumió el cargo.

Sin embargo, esto no implica necesariamente promesas incumplidas. Cuando los votantes respaldaron el llamado de Rouhani a bajar la inflación, tal vez no se dieran cuenta de que una desaceleración de los precios suponía lo mismo en relación con los ingresos. Y no sólo los legos: al principio, incluso uno de los asesores económicos de Rouhani proclamó orgulloso que la gente estaba un 20% mejor porque la tasa de inflación había disminuido 20 puntos porcentuales.

Además, Rouhani aplicó una política fiscal estricta que profundizó la recesión y demoró la recuperación. Mantuvo la tasa de inversión pública en capital fijo en alrededor del 5% del PIB, el doble que con Ahmadinejad, pero aun así demasiado poco: este concepto es el motor tradicional del crecimiento económico de Irán, y en los buenos tiempos llegó al 20% del PIB.

Para colmo de males, la caída de precios de las propiedades y la parálisis del sistema bancario han provocado un importante atasco en inversiones. Los bancos iraníes siguen cargados de préstamos morosos que Ahmadinejad los obligó a aceptar para financiar sus proyectos populistas. Y el Banco Central de Irán no consiguió hacer que el crédito vuelva a fluir, a pesar de inyectar dinero en la economía y aumentar la liquidez un 26% anual.

En consecuencia, el tipo de interés real subió a más de 10%, un valor que asfixia la inversión privada. Como el Estado no quiere gastar y el sector privado no consigue crédito, la inversión total cayó un 9% en los primeros nueve meses del año fiscal 2016‑2017 (tras una caída del 17% durante el mismo período del año anterior).

Y a pesar del nuevo crecimiento económico, el desempleo aumentó en los últimos cuatro años. Si bien la economía creó más de medio millón de empleos al año, el ingreso de nuevas personas a la fuerza laboral elevó la tasa de desempleo del 10,1% al 12,1% (y del 24% al 29% para trabajadores de entre 15 y 24 años de edad).

Khamenei ha sido el más activo crítico del desempeño de Rouhani en materia de empleo. En un discurso pronunciado en marzo en ocasión del Año Nuevo iraní, el Líder Supremo pidió por un año de “producción y empleo”, y exhortó a que el nuevo presidente cree empleo con recursos locales, en vez de pedir ayuda al extranjero.

Está claro que la estrategia económica de Rouhani no funcionó para los iraníes más jóvenes, que conforman el 60% de los desempleados, y que en general lo apoyaron en la elección de 2013. Sin embargo, es probable que los jóvenes iraníes pasen por alto las falencias de su política económica y vuelvan a votarlo, porque prefieren sus posiciones más relajadas en materia de política social a la severa moralina de sus rivales conservadores.

Pero los iraníes de mayor edad tal vez no sean tan comprensivos. El desempleo juvenil afecta a todos, pero en particular a los adultos que deben dar casa y comida a los desempleados. Según datos correspondientes al período 2015‑2016, del 65% de los hombres de menos de 35 años de edad que vivían con sus padres, 85% eran solteros, y 24% desempleados. El matrimonio y el empleo son los dos elementos que definen la vida adulta en Irán. Sin ellos, muchos jóvenes se volcaron al delito y las drogas, algo que tuvo amplios efectos negativos.

Rouhani también subió un 50% el precio de la energía, sin aumentar las transferencias a los pobres. No sabemos hasta qué punto estos apoyaron a Rouhani en 2013; pero es menos probable que lo hagan ahora. Rouhani criticó duramente la política de transferencias en efectivo de Ahmadinejad, pensada para compensar la pérdida de subsidios al pan y a la energía. Pero aunque el celo excesivo con que Ahmadinejad intentó llevar “el dinero del petróleo a las mesas de la gente” haya aumentado las presiones inflacionarias, también parece que redujo considerablemente la pobreza y la desigualdad.

Aun así, se prevé que Rouhani obtendrá la reelección (al fin y al cabo, todos los presidentes de la República Islámica tuvieron dos mandatos). Pero si pierde, la culpa habrá sido de sus políticas económicas, que hicieron poco efecto y tarde.

Djavad Salehi-Isfahani is Professor of Economics at Virginia Tech, Senior Fellow for Global Economy and Development at the Brookings Institution, and a research fellow at the Economic Research Forum (ERF) in Cairo. Traducción: Esteban Flamini.

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