¿Puede Trump repuntar?

Para la mayoría de los estadounidenses, lo único reconfortante respecto de la administración de Trump son las cifras del presidente en las encuestas. La encuesta Quinnipiac más reciente fija el índice de aprobación de Donald Trump en un 34 por ciento, una cifra tan baja que nos da esperanza. Trump ganó la presidencia, pero no los corazones de la mayoría de los estadounidenses.

Pero ¿podrían cambiar esos números? ¿Puede resurgir el apoyo a Trump?

Por increíble que parezca, en la política no todo lo que cae se queda en el suelo. Los presidentes pueden resucitar. Tienen a su disposición una serie de herramientas para ser populares. A los estadounidenses les resultan muy familiares dos de ellas: la recuperación económica (Ronald Reagan después de 1982) y el nacionalismo bélico (George W. Bush después del 11 de septiembre de 2001).

Hay una tercera herramienta: la polarización. No pensamos con frecuencia en la polarización como estrategia de supervivencia pero, en el caso de Trump, se está convirtiendo en su táctica favorita.

Polarización es un término que describe un tipo de deterioro de la competencia política. Toda la política implica competir y gracias al sistema de la democracia esa competencia política es legal. Pero a veces la competencia puede volverse nociva. Esto ocurre cuando por lo menos dos bandos sienten un odio profundo respecto al otro.

La polarización es tóxica porque impide la cooperación. La democracia requiere competencia, pero solo prospera si hay cooperación. Esa es la paradoja principal de la democracia, y así es como se supone que funcione. El gobierno propone cambios de políticas, pero debe tener cuidado de no proponer solo cambios que enfurezcan a la oposición, que también debe cooperar. Debe oponerse, desde luego, pero tiene que ser cuidadosa para no obstruirlo todo.

La polarización ocurre cuando este protocolo se rompe.

A veces los presidentes violan este protocolo por accidente; en otras ocasiones, lo hacen intencionalmente, después de darse cuenta de que eso puede mejorar sus porcentajes en las encuestas.

Recep Tayip Erdogan en Turquía, Viktor Orbán en Hungría y el fallecido Hugo Chávez en Venezuela son ejemplos de polarización intencional. Después de haber caído en las encuestas, orquestaron repuntes al adoptar las mismas políticas que más teme la oposición: el antisecularismo en Turquía, el antieuropeísmo en Hungría y el antiliberalismo en Venezuela.

La lógica tras esta radicalización es hacer que la oposición también se vuelva extrema. Esta estrategia, paradójicamente, mejora la popularidad. Provoca la unión de simpatizantes radicales y moderados ambivalentes. Los simpatizantes radicales responden diciendo que por malos que sean los defectos del presidente, no se comparan en nada con los excesos del otro bando. Los moderados, testigos de esos excesos, comienzan a estar de acuerdo.

Trump ha descubierto los beneficios de hacer que la oposición se escandalice. Incluso podríamos argumentar que está tomando algunas de sus decisiones más extravagantes no porque ignore la política, sino porque está consciente de cuál será la reacción de sus detractores: solo debe ser incendiario.

Pongamos de ejemplo la decisión de Trump de retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París. Cuando le dieron la oportunidad al vicepresidente Mike Pence de explicar su decisión, dijo que de alguna manera el cambio climático se había convertido en un “problema primordial” para la izquierda. ¿Acaso insinuaba que quizá la administración se retiró del acuerdo simplemente para irritar a la izquierda?

Cuando un presidente decide picar a la oposición, provoca un estallido. En Venezuela, cuando Chávez enardeció a la oposición con 49 decretos a finales de 2001, la oposición pidió su renuncia; marcharon, hicieron huelga y apoyaron golpes de Estado.

Pero en vez de debilitar al presidente, la indignación de la oposición le ayudó políticamente. Los simpatizantes extremistas y los moderados se unieron. En vez de ver las preocupaciones del otro bando como algo legítimo, las consideraron injustas y carentes de patriotismo. Pararon las deserciones entre chavistas y los índices de aprobación subieron.

Desde luego, la polarización produce una disidencia intensa por parte del otro bando, y eso es peligroso para cualquier presidente. Para enfrentar este riesgo, un presidente puede cambiar el curso de las políticas o bien cultivar el antidisentismo. Trump opta por lo segundo.

Esto requiere exagerar el sentimiento de amenaza. Así es exactamente como el presidente está manipulando a sus seguidores. El día de la audiencia de James Comey, por ejemplo, Trump asistió a una reunión de conservadores religiosos. Su mensaje fue este: “Estamos bajo asedio”. No culpó a los republicanos por los errores de su gobierno, sino a los demócratas “obstruccionistas”.

Un presidente que no utiliza la polarización podría pedirles a sus simpatizantes más extremos que se relajen. En cambio, un presidente polarizador les dice que sientan pánico… y luego ofrece protegerlos. “Mientras sea presidente, nadie impedirá que practiquen su fe”, declaró Trump en la reunión. Le respondieron con una ovación de pie.

El presidente necesita lealtad de sus simpatizantes, pero lo más esencial es la lealtad de su propio partido en el congreso, sobre todo porque su partido tiene la clave para destituirlo. Para ello, parece que Trump también tiene una estrategia: decir que sí a cada capricho de los líderes republicanos.

Una prueba es el reciente cambio de política que Trump hizo respecto a Cuba, al endurecer el bloqueo. Básicamente, el senador Marco Rubio escribió el guion. Al cumplir con el capricho del “pequeño Marco”, Trump compró otro voto en contra de una posible destitución… al parecer no hay un precio demasiado alto para obtener el apoyo del Partido Republicano.

Dado que la estrategia de supervivencia de Trump es la polarización combinada con la estrategia de adaptarse a su partido, el desafío clave de la oposición es evitar el extremismo. Y en términos comparativos, ha podido evitar esa trampa hasta el momento, lo cual ayuda a explicar por qué los índices de aprobación de Trump han caído.

Sin embargo, el autocontrol es difícil de mantener, sobre todo si el presidente siempre está tratando de provocar a sus rivales. La oposición podría terminar por hacer algo imprudente, y el único ganador sería Trump.

Javier Corrales, profesor de Ciencias Políticas en el Amherst College, es coautor, junto con Michael Penfold, de Dragon in the Tropics: Venezuela and the Legacy of Hugo Chávez.

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