Pueden fiarse de Putin

Por Mijail Gorbachov, ex presidente de la URSS (LA VANGUARDIA, 28/06/06):

Nunca he tratado en estas páginas el tema que, con el paso del tiempo, se ha convertido en uno de los más importantes de la agenda global, incluso de los más decisivos, el papel de los medios de comunicación de masa en la construcción de una nueva política mundial, adecuada a las realidades contemporáneas.

En los últimos tiempos he reflexionado mucho sobre el asunto. Por este motivo, en el marco del Foro de la Política Mundial, nacido hace tres años en Piamonte y del que soy presidente, en la isla veneciana de San Servolo, se ha celebrado un seminario internacional sobre el tema Los medios de comunicación de masa, entre los ciudadanos y el poder.Un título actual, preñado de problemas: de la libertad al pluralismo, pero sobre todo a la responsabilidad de quienes actúan desde dentro, es decir, de los constructores de la opinión pública, de los creadores de las bases de la democracia.

Es una de las cuestiones decisivas, tanto para ustedes, en Occidente, como para nosotros, en Rusia. Estoy convencido de que en Rusia la era de las transformaciones no habría comenzado sin la glasnost. Nunca he compartido la idea de Alexander Solzenitsin, por quien siento un sincero respeto, según la cual la "glasnost gorbachoviana lo echó todo a perder". Me pregunto: ¿qué habría pasado si el estancamiento en el que se encontraba la URSS hubiese continuado? No sé dónde estaría yo ahora, pero estoy seguro de que Solzenitsin seguiría cortando leña en Vermont. Y, sobre todo, ¿qué habría sido de Rusia, de Europa, del mundo entero?

La glasnost no sólo fue un movimiento en favor de la libertad de expresión, sino que impuso romper el secreto de los órganos de poder, obligó a informar a los ciudadanos de los procesos que movían el país. Los ciudadanos pasaron de ser espectadores de los cambios a protagonistas. La perestroika cayó bajo los golpes de dos fuerzas contrapuestas, la de la reacción conservadora y la de los liberales radicales. Los primeros no querían cambios, los segundos agitaron con fuerza la barca del Estado sin que les importaran los efectos. Yde esa manera el país se hizo pedazos. Si hubo quien pensó que poner al país de rodillas iba a acelerar el movimiento hacia una sociedad más libre, debo decir que, en el mejor de los casos, se engañó. El resultado fue una década, la de los años noventa, de caos y no de reformas. Caos político, económico, social, federal.

La Rusia de hoy recibe frecuentes críticas por la falta de libertad de los medios de información y por su democracia vacilante. Encuentro a pocos dispuestos a recordar que, en la época de Yeltsin, cuando en mi país quedaron comprometidas las condiciones elementales de vida, Occidente aplaudió. Y lo mismo hizo en 1993, cuando bombardearon el Parlamento, y en 1996, cuando se organizaron "elecciones sin posibilidad de elegir". Se aplaudió o se guardó silencio cuando los oligarcas y los burócratas empezaron a controlar los medios de comunicación de masas y cuando en las regiones la libertad de expresión y de crítica fue liquidada.

Sin embargo, ahora, cuando Rusia empieza a ponerse de pie, llueven las críticas. Y estas críticas, a veces justificadas, pero con frecuencia superficiales, van acompañadas de otras consideraciones que ya se sabe bien adónde apuntan. Nos dicen que Rusia no está en condiciones de darse sus propios principios democráticos y las reglas que conducen a la sociedad civil. O que Rusia no es capaz de renunciar a sus ambiciones imperiales,y por ello Occidente no puede fiarse. Son argumentos meramente propagandísticos y por eso inaceptables. Rusia forma parte de la nutrida multitud de países que se encuentran en transición hacia la democracia. Está claro que se trata de procesos con muchas facetas, y en muchos de los casi cien países cuyos regímenes dictatoriales salieron a escena en el curso del siglo XX, asistimos ahora a una oleada de reacción que amenaza las conquistas democráticas. En la Federación Rusa las dificultades de estos procesos son mucho más serias por el hecho de que coinciden numerosas circunstancias.

Rusia no puede transitar en veinte días, ni siquiera en veinte años, los caminos que los pueblos occidentales recorrieron en el curso de varios siglos. Con frecuencia cometemos errores, muchas veces no nos acompaña la buena suerte. También se equivoca el presidente, pero no es cierto que se disponga a instaurar en Rusia un nuevo Estado autoritario. Putin se ha impuesto la tarea de estabilizar el país, una tarea difícil. Cumplirla en el tiempo del que dispone es una empresa que exige apoyo. Y entre los que han decidido apoyarlo me encuentro yo también, aunque no tengo intención de cerrar los ojos ante los errores del poder y las herencias inaceptables de nuestra vida.

La misma cautela debe emplearse al juzgar la política exterior de Rusia y su papel en el mundo contemporáneo. Rusia rechazó, y con justicia, asumir el papel secundario que le fue impuesto durante los años noventa, en especial por EE. UU. Hoy en día, se ha hecho más fuerte y está en condiciones de defender sus intereses, incluidos los existentes en el espacio postsoviético. Rusia actuará, como ya actúa, teniendo en cuenta los desafíos mundiales. Pero esto no puede ser motivo para acusarla de "política imperial". Rusia no está construyendo un imperio. En otras partes es donde, en realidad, se oyen repetir mensajes imperiales. Por desgracia, no son sólo mensajes. Quienes desde lo medios de comunicación inspiran oleadas de publicaciones en contra de Rusia cometen un grave error, incluso desde el punto de vista de los intereses occidentales. Porque debilitan en su misma raíz las posibilidades de cooperación y diálogo. Vivimos en un mundo en el que ningún país puede salir adelante solo, sin socios de los que fiarse. Rusia puede ser un socio de fiar.