¿Puedes permitirte votar a la izquierda?

Desde 2020, se viene comprobando que elección tras elección la derecha conquista terreno a la izquierda en los 'barrios obreros' de las grandes ciudades, uno de sus históricos feudos electorales. Si bien no se puede hablar de sorpaso, la tendencia es clara. ¿Se consolidará esta corriente en las elecciones municipales y autonómicas de 2023, o habrá sido solo un espejismo?

Existen razones para pensar que no se trata de una situación coyuntural. En los antiguos barrios de 'aluvión' de ciudades como Madrid o Málaga, donde el PP lleva muchos años gobernando (casi ininterrumpidamente), el relevo generacional ha ido perdiendo la 'conciencia' de clase, como diría el historiador marxista Edward P. Thomson. En primer lugar, por la reducción de diferencias entre proletariado y clase media propia del estado de bienestar, y más recientemente por el crecimiento de identidades heterogéneas y diluidas, que impulsan la atención hacia otro tipo de reivindicaciones sociales.

Hoy son habituales las acusaciones de elitismo a los urbanitas de izquierda, pero quizá no lo sea tanto el afirmar que la derecha también está sabiendo jugar sus cartas, y que su oferta ideológica cada vez es más capaz de suplir la demanda en esos barrios, porque ofrece 'soluciones materiales' y habla directamente a los que solo tienen un poco más del límite para ser considerados 'de los más desfavorecidos', pero solo un poco.

El PP no ha ganado el voto obrero en Málaga por el turismo y los festivales, igual que no ganó en Madrid 'por las cañitas', mantra progresista que insulta la inteligencia de sus ya exvotantes y demuestra muy poca capacidad de autocrítica. No, Ayuso no gobierna por las cañitas, gobierna porque la 'libertad' de la que hace gala gusta a la clase media y trabajadora española que tiene hijos y es propietaria de su vivienda (más del 70% según Eurostat).

Si usted vive en el centro de Torrejón, Vallecas o cualquier otro municipio o distrito del antiguo 'cinturón rojo' de Madrid, habrá visto cómo en los últimos años su ayuntamiento ha invertido mucho, muchísimo dinero en vistosas infraestructuras. Desde estaciones de metro e intercambiadores —como no los hay en casi ninguna otra capital europea— hasta un sinfín de obras para pavimentar las calles, plantar árboles o mejorar el mobiliario urbano. De esta manera, barrios feos y alienantes, cuya apariencia evidenciaba los enormes problemas de salud, pobreza e inseguridad que existían, son hoy lugares dignos, bien conectados por el transporte público y con una cara renovada. Ello tiene una consecuencia directa en el precio de las viviendas. La mayoría de los vecinos que viven en estas casas desde los años sesenta o las han heredado de sus padres —sin pagar impuesto de sucesiones— o lo hacen en régimen de propiedad, y por tanto ven en el valor inmobiliario de sus casas una parte fundamental de su patrimonio y de sus posibilidades de prosperar.

Arreglar bordillos, eliminar barreras urbanas, cambiar el mobiliario urbano o aumentar la vigilancia policial, aun siendo medidas con un cierto sesgo conservador, no son en sí mismas ni de derechas ni de izquierdas. Son operaciones necesarias practicadas a lo largo de los años por administraciones de todos los colores. La cuestión es que estas intervenciones siempre revalorizan ese barrio frente a otros en los que no se han realizado. Esto es clave en las grandes ciudades, donde las lógicas de mercado operan en su máxima expresión. No deja de ser, por tanto, un arma de doble filo para la izquierda, que al 'mejorar los barrios' aumenta la tendencia electoral en su contra, y al no hacerlo desmoviliza a su electorado.

En el 'periodo Carmena', fue paradigmático que las actuaciones urbanas más mediáticas y vistosas, como Gran Vía o el desbloqueo de Madrid Nuevo Norte, se produjeran en las zonas 'prime' de la ciudad, lo que a ojos del votante de izquierdas contradijo el rumbo ideológico que aspiraba a marcar. Por el contrario, las diversas operaciones de regeneración urbana que llevó a cabo su Gobierno, las ayudas a la rehabilitación de particulares o que la Empresa Municipal de la Vivienda volviera a tener capacidad legal de edificar viviendas sociales fueron acciones que pasaron mayoritariamente desapercibidas para todo aquel que no se benefició directamente. Un caso de estudio fue Villaverde, donde se invirtió en arreglar las aceras de barrios como Ciudad de los Ángeles, pero el abandono de Butarque o San Cristóbal, entre otras cosas, mantuvo al distrito en pie de guerra toda la legislatura. En las elecciones de 2021, Villaverde fue un claro ejemplo de la creciente simpatía de las zonas obreras por la cerveza de barril.

Algunos leerán en esta líneas que la ya famosa 'gentrificación' es la dinámica urbana natural de las grandes ciudades abandonadas al 'turbocapitalismo', pero esa lectura fallaría a la hora de entender lo que está sucediendo en nuestras ciudades. Mucho se ha hablado de cómo los PAU y las urbanizaciones con piscinas fomentan el voto a la derecha. Ahora bien, este no se ha cultivado solo en los extrarradios de obra nueva, también lo ha hecho en las zonas consolidadas de las grandes ciudades —muy especialmente de Madrid y Málaga—. Allí la derecha ha sabido llevar a cabo unas políticas de urbanismo y vivienda suficientemente liberales, suficientemente socialdemócratas y suficientemente conservadoras como para penetrar muy eficazmente en los antiguos barrios obreros. Y no se trata de gentrificación 'de manual', porque gran parte de los que alquilan esas casas revalorizadas son los hijos de esos barrios. Sí, es cierto, son los hijos universitarios para quienes el centro resulta prohibitivo y han de volver a casa tras el fracaso de conquistar los barrios pudientes. Pero no se está tan mal en casa. Muchos profesionales del mundillo inmobiliario les podrán decir que la mayor parte de la demanda de obra nueva o reformada en zonas humildes procede de esos mismos barrios. Es el caso de Hortaleza, de Villaverde y de Vallecas.

Y mientras el progresismo hace pirotecnia arreglando vistosamente la plaza de España y ampliando las aceras frente a hoteles de cinco estrellas, Zara, H&M y Primark, de Gran Vía; la derecha ha venido haciendo lo propio en las calles y plazas de barrios populares durante décadas, modificando poco a poco su sociología, pero sin tanta repercusión mediática. Hay muchos ejemplos. Durante años, el ayuntamiento de la capital había ido cerrando al tráfico cuatro de los seis barrios del centro de la capital a los no residentes, el cierre de los dos restantes por Carmena se llamó Madrid Central. Al llegar el nuevo alcalde, se publicitó la reforma de plaza Elíptica como contrapunto a la polémica de años anteriores en el centro. Su repercusión fue menor, mucho menor, aunque quizás algún vecino de la zona lo agradeció. El cambio que la derecha impone en los barrios es un cambio tranquilo pero firme.

El materialismo democristiano que aplica la derecha en los barrios no está solamente en las mejoras urbanas y en el incremento del precio del suelo, también está en facilitar la opción de elegir qué vida quieres que tengan tus hijos. Un lujo que históricamente marcaba la diferencia entre clases. Pongámonos por un momento en la piel de unos padres de un barrio popular, capaces de hacer un esfuerzo y gastar unos 350 euros mensuales en la educación de su hija. En Madrid, junto a la libertad de elección de centro público, la enorme red de colegios concertados le da a una familia con recursos limitados la posibilidad de elegir entre distintos proyectos pedagógicos en casi cualquier lugar de la región. Según la derecha, allí donde no gobiernan ellos la libertad para elegir la educación de tus hijos está solo al alcance de las clases medias y altas.

Por su parte, la izquierda denuncia que con los impuestos de todos se fomentan modelos educativos basados en valores conservadores y religiosos, así como la 'ghetificación' de hijos de población sin recursos o inmigrante en los centros públicos de esos barrios, algo que por otra parte ocurre en todas las grandes ciudades occidentales independientemente de quién gobierne. El problema para la izquierda es que es precisamente en los distritos de rentas más bajas —Carabanchel, Latina, Moratalaz o Puente de Vallecas— donde la educación concertada se ha convertido en la opción más demandada. Quizá sea porque la derecha hace que la educación pública no articule la vida familiar de los barrios, pero también porque es precisamente allí donde las expectativas de progreso y ascenso social se materializan físicamente en esos nuevos colegios.

Y lo mismo sucede con los alquileres. En Madrid, donde las lógicas del mercado están mucho más asimiladas por la población que en otras ciudades, son muchos los ciudadanos con sueldos limitados que siempre han votado izquierdas y hoy se ven en la disyuntiva de votar a partidos que amenazan sus 'intereses materiales' al pretender limitar el precio al que pueden poner sus pisos en alquiler, algo que solo duele cuando cada euro cuenta.

Y de repente llegó el revolcón electoral de las pasadas elecciones andaluzas. Si cogemos una lupa, veremos que el voto en los barrios populares de Sevilla se mantuvo leal al PSOE. No pasó lo mismo en Málaga. ¿Qué diferencia reciente tienen estas dos ciudades? Pues fundamentalmente el hecho de que Málaga lleva ya unos años aumentando su población con trabajadores cualificados de empresas como Google y Vodafone. Un proceso que ha sido posible gracias, entre otras cosas, a las inversiones de embellecimiento y regeneración del conjunto de la ciudad, que lleva años desarrollando el ayuntamiento de Francisco de la Torre. En Sevilla, además de la vergüenza que supone el barrio de las 3.000 Viviendas, hay distritos enteros cuya apariencia sigue anclada en los años noventa. El resultado es que el precio medio de la vivienda en un barrio popular de Málaga es 15.000 euros más caro que su equivalente sevillano. Es decir, en las grandes ciudades receptoras netas de población, el PP se ha convertido en el partido que mejor responde a los propietarios —la mayoría social—, mientras que votar a la izquierda requiere un esfuerzo y un compromiso ideológico cada vez más caros para el bolsillo.

Para entender hasta qué punto las lógicas del mercado están asimiladas por poblaciones como la madrileña o la malagueña, ya sean de derechas o de izquierdas, valga la siguiente anécdota. En 2021 se estrenó la serie 'Entrevías', histórico barrio obrero junto a Vallecas. Sucedió que los vecinos protestaron por la imagen de inseguridad y criminalidad que mostraba la serie y denunciaron que la imagen del barrio como un lugar sin ley ni orden afectaría negativamente (¡atención!) al precio de las viviendas… Es decir, una población históricamente de izquierdas y famosa por su movilización obrera se moviliza ahora ¡para criticar una serie de televisión que les impide vender caro!

El psicólogo social y profesor de la Universidad de Nueva York Jonathan Haidt ha dedicado parte de sus investigaciones a explicar cómo la ideología es una consecuencia 'post hoc' de nuestra moral, una justificación racionalizada de nuestros sentimientos, expectativas y/o intereses previos. Algo que se podría resumir en: “Estos son mis principios, pero si no me convienen buscaré una excusa moral para cambiarlos”. Y convengamos que en materia de excusas para cambiar de voto por cuestiones morales, el Gobierno y sus aliados parlamentarios se lo están poniendo muy fácil a mucha gente. De hecho, es que no hace falta ni que cambien de voto, con no votar ya les vale para defender sus intereses y castigar a la izquierda. Y quizás en otros contextos no ocurra así, pero eso de que la política nacional y la política local son mundos paralelos… no opera tan claramente en grandes ciudades, y mucho menos en Madrid. Por algo Sánchez, desde las elecciones andaluzas, ha dejado de hablar de la 'ultraderecha' para convertirse en el nuevo defensor de las clases medias y trabajadoras… ¿Tan tarde se han dado cuenta?

El mensaje que da el PP es claro: “Serás menos libre si gobierna la izquierda y no te puedes permitir una alternativa. Ellos decidirán tanto el precio al que puedes poner tu piso en el mercado como el colegio de tus hijos y, por tanto, los valores que en él les enseñen”.

Y así construye mayorías rocosas la derecha, haciendo política liberal en el centro rico y las nuevas periferias y claramente democristiana en los barrios populares. Aumentando el valor del patrimonio de los vecinos con políticas fundamentadas en los intereses individuales y en la propiedad privada. Dichas políticas terminan por diluir las antiguas comunidades de barrio creadas durante el desarrollismo. Políticas que al fin y al cabo benefician a cientos de miles de ciudadanos, que se lo premian elección tras elección.

No, al PP no se le vota por las cañitas, se le vota porque ha sabido penetrar en los antiguos territorios urbanos de la izquierda con un discurso de lógica materialista; la misma con la que han crecido buena parte de sus habitantes y de la que se han desentendido los partidos de izquierda —o al menos esa es la sensación que dan—, que dedican mucho más protagonismo a cuestiones identitarias y esencialistas. Es muy posible que en los barrios populares de ciudades como Madrid o Málaga, la gente considere que hoy el liberalismo social del centro derecha español defiende mejor sus intereses que el socio-liberalismo elitista de la izquierda 'woke', que cada vez menos gente se puede permitir.

Fernando Caballero Mendizabal es arquitecto y urbanista.

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