Puerto Rico, hoy

A finales del pasado mes de octubre, viajé a Puerto Rico para una serie de actividades culturales en su Universidad Pública (UPR), en la Casa de España y en la muy apreciada Universidad Sagrado Corazón. Dentro de los programas de trabajo que ha diseñado y está desarrollando nuestro cónsul general, Eduardo Garrigues. Con él visité a quien ha gobernado la isla por tres veces, Rafael Hernández Colón. Y fue el propio exgobernador, en un almuerzo de trabajo que tuvimos con él, quien nos manifestó su inquietud por la situación económica que trataré de resumir.

Puerto Rico forma parte de la Unión Aduanera y Monetaria de EE.UU., y su salario mínimo es el mismo que en el continente, a pesar de su muy inferior productividad. Al tiempo, gran parte de su población depende de subsidios federales y de pensiones también asistidas desde Washington D. C.; así como de cupones del Departamento de Agricultura USA para una serie de alimentos a los perceptores de rentas bajas. Todo ello desincentiva el emprendimiento económico.

En tales circunstancias, la población activa de la isla se sitúa en un mero 41 por 100, en tanto que en EE.UU. llega al 61. A lo que debe sumarse, en términos también muy negativos, la circunstancia de un sector público más que ineficiente, con el 20 por ciento del empleo en la isla (frente a menos del 3 por ciento en el espacio continental norteamericano).

Algo decisivo para el declive económico que hemos ido exponiendo ha sido el hecho de que las importantes ventajas fiscales de que disfrutaban las compañías continentales del Norte para sus inversiones boricuas terminaron en 2006. Y desde entonces ha habido una fuerte retirada de corporaciones norteamericanas, especialmente en el antes próspero sector de los productos farmacéuticos. Se ha creado así una situación de desempleo que redunda en la emigración masiva a Nueva York y otros estados de la Unión, de forma que en ellos ya hay más puertorriqueños que en su tierra de origen.

La caída de actividad económica resultante de esa situación ha repercutido en una fuerte disminución de los ingresos fiscales del Gobierno del Estado de Libre Asociación (ELA). Ha promovido una fortísima emisión de deuda pública que ya se sitúa en 70.000 millones de dólares, solo detrás de los estados de California y Nueva York, con un peso del 89 por ciento de la renta personal de los puertorriqueños, frente a solo el 3,4 por ciento en los 50 estados federados.

A partir de las circunstancias reseñadas, el anterior gobernador de la isla, Luis Fortuño (de tendencia anexionista), decidió reducir los impuestos isleños para incentivar la atracción de inversiones, pero sin resultados, por la crisis económica desatada en 2007. En tanto que el actual gobernador, Alejandro García Padilla (partidario de seguir con el ELA), en dirección contraria, ha elevado la presión fiscal, para tratar de nivelar el presupuesto y dar así mayor confianza a los mercados en que se vende la deuda puertorriqueña, cuyos títulos pasan por el peor momento de aprecio: los brokers ya están desaconsejando su adquisición, a pesar de que sus intereses están exentos de impuestos en EE.UU.

Estructuralmente, la solución de los problemas de Puerto Rico es difícil. Entre otras cosas, porque en el Congreso de EE.UU. están más que ocupados con los problemas del límite federal de deuda, con todo el trasfondo del abismo fiscal. No obstante lo cual, es una obligación federal de EE.UU. –como en Europa lo ha sido de toda la Eurozona con Grecia– evitar un colapso de la deuda puertorriqueña, que podría dañar profundamente el mercado de emisiones de los 50 estados de la Unión, que tiene una dimensión de nada menos que cuatro billones de dólares.

Para el futuro, David Bernier, secretario de Estado del Gobierno del ELA, está planteándose la necesidad de un nuevo enfoque para la economía puertorriqueña: de apertura universal, una perspectiva de la que da gran importancia al acuerdo que está negociándose con España con vistas a un tratado de doble imposición. Este permitiría un aumento importante de las relaciones económicas no solo con nuestro país, sino también para los otros 27 estados de la Unión Europea.

Todo lo anterior hace pensar en la necesidad de una estrategia general para resolver tantos problemas acumulados. Se trata de aumentar productividad y competitividad, atraer capitales foráneos, desarrollar capacidades tecnológicas, aprovechar a fondo el bilingüismo (en el cual el español sigue siendo el primer y auténtico idioma de los puertorriqueños). Todo ello, pensando en una especie de Singapur en el Caribe, más que en un ELA sumiso en la recesión y en el despoblamiento. Pensar sobre todo ello, aquí, en España, no es baladí, pues en toda la isla se respira una cierta nostalgia y una gran querencia por todo lo español.

Ramón Tamames, economista.

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