Puigdemont, un presidente tutelado

Carles Puigdemont está realmente decidido a abandonar la presidencia de la Generalitat dentro de diecisiete meses, tal y como ha sostenido desde el principio. A su vez, Artur Mas siente aún mayor avidez por recuperarla, según ha manifestado en privado el propio Puigdemont.

Diecisiete meses son muchos, en especial en el marco de una política catalana carente de racionalidad y sobrada de aventurerismo. La actividad legislativa y ejecutiva es nula, mientras la provocación estéril no cesa. No es algo accidental sino muy deliberado, para tapar la incapacidad del actual Gobierno de la Generalitat. "Madrid" y el Tribunal Constitucional son utilizados para la ahora imprescindible función de chivo expiatorio.

Para los próximos meses Puigdemont prepara una guerra de trincheras. Puigdemont no desea un enfrentamiento duro y abierto que sabe que perdería. Mantendrá una estrategia de tensión permanente aunque menos grosera que la de la etapa de Artur Mas, excepto en el plano mediático interno de Cataluña. Habrá un circo continuo para mantener movilizado al independentismo, que podría animarse si la Justicia acaba por pedir explicaciones a Mas.

La ridícula inoperancia de la Generalitat se pude resumir con una vieja frase de Milovan Dilas, que de vicepresidente de Yugoslavia y sucesor designado de Tito pasó a ser un preso político del régimen: "La política del partido es que no hay una política de partido". Puigdemont no controla ningún mecanismo de poder, incluido su Ejecutivo, ya que se limitó a aceptar a los consellers que le impusieron Mas y Oriol Junqueras. Por ello, Puigdemont es un presidente tutelado; algo por Esquerra Republicana, y hasta extremos ridículos por Artur Mas, que ejerce como reina madre.

Mas sigue acudiendo a actos a los que ya no debería de ir, pues deja a Puigdemunt en un segundo plano, y continúa actuando de forma prepotente. Puigdemont lo acepta. Incluso pide a su Gobierno que no emprenda ni formule acciones a largo plazo.

La derecha catalanista está literalmente desaparecida. Respecto a Convergència, el partido pujolista, se encuentra acosado por procedimientos penales por corrupción y perdiendo voto desde hace años. Su moral está por los suelos. Puigdemont no tiene ninguna fuerza en su seno y Mas ha lanzado una imprecisa campaña que podríamos denominar "frentista" con la intención de ampliar su marco. Es la segunda; la primera fue un desastre. Confiemos en que Dilas tuviera razón cuando escribió que "la vida normal no puede soportar actitudes (falsamente) revolucionarias por largo tiempo".

Como dato significativo de la voluntad de Mas de volver a la Generalitat y de la automarginación de Puigdemont está la entrevista que concdedieron al alimón, sentados en una misma mesa, para una pequeña televisión independentista y que después publicó un diario del mismo cariz. Mas hizo de menos a Puigdemont, mientras éste parecía ignorar que estaba haciendo el ridículo.

Al pasar del catalanismo al independentismo, Convergència ha dado alas a ERC y a la CUP, así como a la sucursal de Podemos. El centro está siendo ocupado por Ciudadanos mientras el PSC y el PP no consiguen dar un salto hacia delante.

En síntesis: hay un gobierno catalán sin ningún nivel y con intereses contrapuestos, con ERC jugando únicamente a que Junqueras sea pronto presidente y una Convergència precongresual que apuesta calladamente por Mas. Todo ello está nominalmente presidido por un Puigdemont con clara y prematura vocación de presidente saliente.

Ese magma está soldado con vociferaciones separatistas que no se traduce en disposiciones ni en actos administrativos por temor al Tribunal Constitucional. Esa situación permite todos los radicalismos verbales sin que lleguen a superar el estadio de ser de boquilla. Se "estudia", se "propone", se "acuerda", pero no se promulga ni ejecuta nada. La distancia entre el discurso retórico y la realidad jurídica y administrativa adquiere cariz de esquizofrenia.

La última escaramuza ha sido anulada cautelarmente por el Constitucional: la Consejería de Asuntos Exteriores traducida al inglés por la propia Generalitat como Ministry of Foreign Affairs de Cataluña. Años y años, y millones y millones después de que la Generalitat jugase a ser un ente internacional de la mano de Pujol y de Mas, no se ha conseguido más que fomentar el ilusionismo entre sus seguidores. Suceda lo que suceda en el marco de la Justicia, la retórica independentista continuará por razones propagandísticas internas a Cataluña.

Nos esperan diecisiete meses de comedias baratas continuadas. La baladronada imposible del día siempre es sustituida al siguiente por otra destinada a acabar igual: en la nada. Viene a ser un juego para tontos que distrae al personal y mantiene viva la moral independentista. Pero sólo puede aspirar a que no decaiga la memez aderezada de panem et circenses. Ahora bien, cada día hay menos pan y más circo.

Alfons Quintà, periodista, fue el primer director de TV-3.

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