Púlpitos y cuarteles

Militares franceses vigilan la Gran Mezquita de Lyon (Francia). ROBERT PRATTA REUTERS
Militares franceses vigilan la Gran Mezquita de Lyon (Francia). ROBERT PRATTA REUTERS

El yihadismo encuentra espacios de expansión en los vacíos de poder. Hoy día y desde los años 70 del pasado siglo. Esta contestación política violenta no es nueva, aunque la turbadora actualidad de los atentados de París pueda distorsionar la capacidad de análisis. Los regímenes autoritarios que han gobernado el mundo árabe durante decenios saben bien que en un contexto de falta de modernización de las sociedades del Magreb y de Oriente Próximo hay dos poderes que garantizan la estabilidad y alejan el peligro del islamismo político radical: los cuarteles y los púlpitos de las mezquitas.

Sadam Husein en Irak; Naser, Sadat, Mubarak y Al Sisi en Egipto; Hafez y Bashar Asad en Siria; Husein y Abdalá II en Jordania; los diferentes monarcas saudíes; Gadafi en Libia; Burguiba y Ben Ali en Túnez; Hasan II y Mohamed VI en Marruecos y otros entendieron y entienden que esos dos centros de poder deben estar bajo absoluto control para mantener sus gobiernos autoritarios y, al tiempo, alejar a sus países del auge del yihadismo.

Por un lado, la institución más sólida en el mundo árabe ha sido tradicionalmente el ejército. En lo que llevamos de siglo XXI, según el SIPRI, entre los 20 países que más dinero han gastado en la importación de armas se listan: Arabia Saudí, Emiratos Arabes Unidos, Argelia, Marruecos, Egipto e Irak. Según el Banco Mundial, sólo Arabia Saudí está entre los 20 primeros países por PIB, concretamente en el puesto 19. En cuanto al control del discurso religioso, esos gobiernos han establecido un islam oficial que evite el auge de una contestación político-religiosa que pusiera en peligro su hegemonía. Cuando el segundo poder -el de las mezquitas- se rebeló, se buscaron dos tipos de soluciones. Uno fue la represión militar a sangre y fuego, así ocurrió en varias ocasiones en Egipto, la última con el derrocamiento del Gobierno islamista de Mohamed Mursi en 2013 y posterior encarcelamiento de miles de Hermanos Musulmanes. Una segunda vía profiláctica ha sido la integración de los islamistas moderados en los poderes legislativo y ejecutivo, como sucede en Jordania o Marruecos. Hay que recordar que el actual primer ministro en Rabat es el islamista Abdelilah Benkirane.

No sólo han sido esos dirigentes árabes los que han mantenido un statu quo, sino que Estados Unidos y Europa llegaron a una entente cordial con esas dictaduras para garantizar una estabilidad deseada por ambas partes y evitar así entre otros problemas: las migraciones masivas, la posible destrucción de Israel o el auge y consolidación del islam político radical.

De modo deliberado o involuntario, ese orden se quebró por dos acciones militares puntuales: la invasión de Irak en 2003 y el derrocamiento del régimen libio de Gadafi en 2011.

Pero es el primer acontecimiento lo que explica fundamentalmente la expansión del yihadismo transnacional que ha encontrado un territorio para cimentar su proyecto político en Irak y Siria. No es casualidad que los atentados de Casablanca, Madrid, Londres o los recientes de París hayan sucedido tras la caída de Sadam. Cuando Estados Unidos y sus aliados destruyeron el frágil equilibrio de un Estado clave en la región desmantelaron los dos polos de poder hasta entonces controlados por los suníes: el ejército y los almimbares de las mezquitas. Los sucesivos gobiernos chiíes no han sido capaces de reestablecer ese control hegemónico, lo que ha dado lugar al nacimiento y expansión del autodenominado Estado Islámico, un grupo yihadista emanado de las ruinas del régimen suní de Sadam.

Tras la masacre de París, es necesario recordar que el terrorismo es siempre violencia política y no sólo delictiva. También lo era cuando EEUU y Europa se tapaban los ojos o coadyuvaban al tránsito de muyahidin a lugares como el Afganistán ocupado por los soviéticos, Bosnia, Kosovo, Cachemira o Chechenia. Hacer una evaluación religiosa y esencialista de los atentados de París señalando la religión islámica como la causa primordial no ayuda al análisis y a la búsqueda de soluciones. El yihadismo es una corriente ideológica, una especie de nacionalismo religioso transfronterizo que tiene unos objetivos políticos. El objetivo medular es la creación de estados donde se imponga su idea maximalista del islam y para ello deben combatir a los enemigos cercanos –los regímenes autoritarios del mundo árabe e islámico– y a los enemigos lejanos –los países que bombardean estos días sus posiciones en Irak y Siria–.

Algunos exegetas de las Sagradas Escrituras han identificado el Nilo, el Orontes, el Éufrates y el Tigris como los cuatro ríos del Edén. Mientras las aguas de esos ríos bajen ensangrentadas, Europa debe ser consciente de que el juego de poder que se está librando en Oriente Próximo puede salpicarla.

Marcos García Rey es arabista y periodista.

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