Punto de vista: El adelanto electoral en Cataluña

Todo a cambio de nada. Por Salvador Sostres.

Mas ha ganado tiempo, que es lo que más necesita cualquier político en el poder. Mas se ha asegurado la Alcaldía de Barcelona y las cuatro diputaciones catalanas, mantener su alianza fundamental con Duran i Lleida y que ERC le vote unos presupuestos que implicarán más recortes, lo que prácticamente equivale a una victoria segura de CiU en las anunciadas elecciones del 27 de septiembre, en tanto que Junqueras ya no podrá capitalizar el descontento de las clases populares con el Govern. Mas ha ganado el pulso político de no anticipar sus elecciones a las municipales, tal como pedía Esquerra, Òmnium y la Assemblea Nacional Catalana. Por si quedaba alguna duda, en su comparecencia dejó claro que la fecha electoral no había sido fruto de ningún pacto sino del ejercicio de la prerrogativa de convocarlas, que le pertenece en exclusiva. A cambio no ha cedido nada, porque en cualquier caso nunca habría podido controlar cómo Esquerra confeccionaba su candidatura.

Pero la gran victoria de Mas se ha producido más allá de su posibilidad de calcularla. Y tal vez de entenderla. La negativa de Junqueras a la lista unitaria deja a Mas alineado con Duran para negociar la hoja de ruta -ese nuevo concepto que va a presidir la política catalana- que ha de dar contenido a las elecciones de septiembre. Con Duran como socio de Mas, Esquerra lo tendrá mucho más difícil para imponer sus tesis, tal como tuvo que tragarse aquel buñuelo de pregunta, que Mas convirtiera en una pantomima lo que tenía que ser una consulta y que las elecciones se celebren cuando el president quería y teniendo ERC que asumir el desgaste del gobierno y el apoyo casi gratis a las candidaturas de CiU en las municipales.

Además, en caso de victoria de los partidos favorables a la independencia, lo que vendrá a continuación no será la famosa declaración unilateral, sino una negociación con el Estado para acordar los términos de la separación, y el president tendrá mucho más margen para negociar en nombre de CiU, y con Duran a su lado, que en nombre de una candidatura única con Junqueras presionando. En una negociación siempre se tiene que ceder en algo y la independencia va a ser precisamente ese algo que el president podrá ceder en pro de que España conceda a Cataluña un nuevo estatus político, que es lo que siempre ha querido CiU, y no la independencia. Eso ahora parece difícil pero con un Gobierno en minoría del PP, o si las izquierdas toman el poder, se abre un abanico completamente distinto, y entre una CiU que no quiere separarse y una España que no puede dejar escapar a Cataluña, acabará habiendo un acuerdo, como siempre lo ha habido.

Mas ha ganado a Junqueras y a las entidades callejeras, quedando bien con el público independentista y sin comprometerse a nada, sin ceder ante nadie, y protegiendo su estrategia electoral y partidista. Sin embargo, y aunque parezca mentira, Mas no está satisfecho con el acuerdo y vive como una derrota personal y de su proyecto que Junqueras le haya negado la lista unitaria. Mas está hoy enfadado y deprimido. Su vanidad presidencialista, y su escasa inteligencia política, le impiden ver más allá de su descomunal ombligo.


Sun Tzu no gastaba barretina. Por Francisco Pascual.

El motor que ha propulsado el independentismo catalán durante los últimos cuatro años tiene dos carburadores que se retroalimentan: el descontento social hacia los políticos tradicionales por la crisis económica y la lucha por la supervivencia del partido hegemónico y de su red clientelar.

Si en el conjunto de España Podemos ha capitalizado la ira ciudadana a través de un mensaje sencillo a la usanza populista de izquierda -la casta nos roba-, el partido hegemónico en Cataluña, que es la encarnación de esa casta en su territorio, ha sofisticado ese mensaje poniéndose al frente de la manifestación y salpimentándola con populismo nacionalista: a nosotros quienes nos roban están en el palco del Bernabéu y tomando cañas con nuestros impuestos en los bares de Extremadura y Andalucía.

Especialmente esto último no deja de constituir un alarde de xenofobia corriente y moliente, pero el partido hegemónico lo ha envuelto dentro de un relato romántico según el cual el fervor patriótico es fruto de una reacción popular a la intromisión en su Estatuto de Autonomía de un Tribunal Constitucional pseudofranquista. Incluso, si me apuran, ya echó raíces hace 300 años, cuando los Borbones arrasaron con Barcelona y sus constituciones.

Todo es tan épico que la izquierda le ha comprado el folletín al patrono. El mayor éxito táctico de Artur Mas en el procés no se produjo cuando depositó su voto el 9-N, sino cuando el líder antisistema de la CUP, David Fernández, se le abrazó como el hijo que pide perdón a su padre porque le acaba de pillar con un porro en la mano. La molicie del presidente del Gobierno para combatir tamaña estafa ha hecho el resto. Quizá también andaba demasiado ocupado en luchar por su propia supervivencia.

No quitemos mérito a Mas. La zafiedad de su mensaje en unos años de desesperación del personal no le resta eficacia, sobre todo, cuando lo cañonea a fondo perdido en instituciones, medios públicos y escuelas.

Pero tampoco convirtamos al molt honorable en un Sun Tzu con gafas de pasta. La única ventaja de que el desafío dure ya casi un lustro es que permite analizarlo con cierta distancia y discriminar entre lo que es táctica y lo que es estrategia. Da igual si al president le conviene o no ganar unos meses de legislatura escondiéndole la bolita a un Oriol Junqueras al que cada vez dan más ganas de darle un abrazo, dos palmadas en la espalda y un lexatin. Es la última escaramuza que los hermeneutas del líder nacionalista quieren elevar a la categoría de genialidad táctica.

La estrategia fue la equivocada. Según la mayoría de los pronósticos, el viaje a la Ítaca independentista de su partido se puede saldar con la pérdida de hasta la mitad de los escaños que tenía en 2010. La impostura sólo tiene un enemigo infatigable: el tiempo, que cuanto más transcurre, más desnudo deja al impostor.

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