Punto de vista: el futuro de Susana Díaz

El PSOE necesita su liderazgo. Por Rafael Porras.

Cuando se pretende argumentar sobre una hipótesis se corre el riesgo cierto de equivocarse. Apostar por una conjetura es competir por un porcentaje de error inevitable. Aún así, corramos la aventura: la presidenta de la Junta, Susana Díaz, optará a liderar el PSOE nacional y a ser la cabeza de su cartel en las elecciones generales. Éste, y no otro, es el objetivo de una calculada y bien diseñada estrategia política que Díaz ha desarrollado con milimétrica precisión desde que accedió a la Presidencia de la Junta y del PSOE andaluz. En esa estrategia, el adelanto de las elecciones autonómicas es el penúltimo escollo que debe superar para asaltar el poder absoluto en el PSOE. Para ello, necesita ganar las elecciones andaluzas -no importa con qué porcentaje sobre el PP- y que Podemos no logre el resultado que sus infladas expectativas señalan.

Punto de vista el futuro de Susana Díaz

El respaldo electoral es el crédito político que le falta a Susana Díaz para el asalto final. Una vez logrado, gestionar un nuevo pacto provisional con la izquierda resultante o acuerdos puntuales con el PP y vender ante la opinión pública que debe abandonar Andalucía por responsabilidad histórica será fácil con el dominio de la retórica de hojalata que ya tiene demostrado.

Y, contra lo que un análisis superficial pudiera empujarnos a concluir, es imprescindible para el futuro de la estabilidad política nacional que Susana Díaz consiga el objetivo que su desmesurada ambición se ha propuesto. España necesita un PSOE trasversal, fuerte, cohesionado y nacional y eso sólo lo puede lograr en estos momentos Susana Díaz.

La presidenta de la Junta de Andalucía es la única dirigente del partido que entronca con la tradición socialista reciente cuyo único exponente de poder ahora es el PSOE andaluz -de ahí el apoyo indisimulado de parte de la vieja guardia y de Felipe González- que participa, a la vez, de la vacuidad ideológica del zapaterismo y que no tiene complejos en disputarle al PP causas -como la de la unidad nacional- que hasta ahora eran patrimonio exclusivo de la derecha.


Díaz, una opción arriesgada. Por José Antonio Rodríguez Tous.

Susana Díaz encarna todo aquello de lo que el PSOE debe huir si no quiere correr la suerte electoral de su homólogo heleno. Díaz representa una concepción de la política en la que el aparato tiraniza al partido, anulando así toda posibilidad de regeneración interna y, en consecuencia, de regeneración ideológica. En un partido político fuertemente aparatocrático el relevo generacional se produce siempre por partenogénesis. La trayectoria política de Díaz ha transcurrido en el seno del laberíntico aparato de la federación andaluza del PSOE y se ha basado en un calculado juego de lealtades y traiciones personales. Tan hábil es Díaz en la intriga intrapartidaria como endeble su andamiaje ideológico. Sería difícil encontrar entre sus discursos y declaraciones de los últimos años una idea original o una reflexión brillante. En cambio, abundan los lugares comunes y la quincalla retórica de género populista o populachero. Quizá fruto de su larga experiencia como medradora, también posee un extraordinaria habilidad cuasi pequeñonicolasiana para seducir a variopintas audiencias sirviéndose del clásico recurso de decir a cada cual lo que quiere oír. Sin comprometerse a nada concreto, por supuesto.

Sorprende, asimismo, el impresionante número de veces que Susana Díaz habla en primera persona, siempre apasionadamente. Este solipsismo discursivo no es impostado, sino natural. Supongo que por eso se habrá convertido Felipe González en su más conspicuo apologeta: lo semejante ama a lo semejante. Esta pasión indisimulada por el propio Yo revela un carácter proclive al desvarío de la infatuación, que es como denominaba Hegel a la soberbia superlativa. Díaz ha hecho gala con frecuencia de maneras autoritarias: todo desacuerdo es una deslealtad; todo adversario, un enemigo. En sus manos, lo que queda del PSOE se convertiría -aún más de lo que lo hizo en la era Zapatero- en una prolongación del amado/temido líder. Auparla al liderato sería una opción arriesgada: precisamente lo que demandan muchos ciudadanos es una transición ordenada de la partitocracia decadente a una democracia mucho más permeable a la sociedad civil. Díaz representa justo lo contrario, aunque oculto bajo una agradable sonrisa.

No es ocioso recordar, en fin, la parálisis del bipartito andaluz bajo su breve mandato. De hecho, su acción de gobierno ha consistido, en lo sustancial, en no hacer mudanza y, por tanto, en hacer poco. Y lo poco que se ha hecho proviene de iniciativas de sus ex socios de gobierno, las enésimas e inmerecidas víctimas de su ambición desaforada.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *