Punto de vista: La robótica como riesgo

Llegan tarde las máquinas. Por Luis Martínez.

El hombre tiene que aceptar que su tiempo ha acabado. Ha (hemos) fracasado. Los pensadores optimistas en general y los científicos en particular tienden a creer que existe algo así como la Humanidad. Y que, además, es buena. De alguna forma este sustantivo abstracto sirve de coartada a su trabajo y les justifica como seres humanos buenos. Es más fácil, además de tranquilizador, pensar que el esfuerzo presupuestario y de talento que supone la ciencia, así en general, es invertido en favor de la Humanidad y no en beneficio exclusivo del, por ejemplo, lobby farmacéutico suizo.

De esta guisa, la pregunta acerca del riesgo que suponen las máquinas para la Humanidad, tal y como se la plantean alarmados científicos de la talla de Stephen Hawking, además de enferma de optimismo, llega tarde. La imagen de un mundo arrasado por Skynet no es más que una fabulación pedestre que no hace justicia con la realidad. La distopía, para entendernos, es esto, nada tiene que ver con la ficción. Podemos fabular con un futuro a imagen de Walking dead, que básicamente propone la superación del homo sapiens por una nueva especie de muertos en vida. Eso o compartir con la película recién estrenada Ex machina la posibilidad de una superación civilizada de nuestras deficiencias genéticas por máquinas necesariamente mejores, menos falibles.

Punto de vista La robótica como riesgoPero, insistimos, ya es tarde. Un estudio reciente demuestra que en 2050 se necesitarán el equivalente a tres planetas para el abastecimiento natural de todos nosotros. Ya consumimos muy por encima de la capacidad que tiene la Tierra de proveernos recursos de manera renovable. Y nos acercamos al límite con paso decidido. Si a esto sumamos la forma tan profundamente injusta de repartir la riqueza (el 1% posee el 50%) ya sí podemos aceptar que, como proyecto, somos lo más parecido a un fracaso. En este panorama, la pregunta por la amenaza que supondría una Thermomix con conciencia (suponiendo que no la tenga ya) se antoja retórica. ¿Por qué no darle una oportunidad? Peor que nosotros no puede hacerlo. La decisión de aniquilar a la especie humana hace tiempo que la ha tomado la propia especie humana. Ahora mismo, la Humanidad sólo existe como un triste pretexto para justificar conversaciones más o menos entretenidas entre optimistas irredentos o desempleados con afición a los crucigramas. Sin duda, la única decisión racional de una máquina con la habilidad suficiente para pasar el test de Turing sería aniquilar a una especie tan nociva como nosotros. ¿Y quién se lo puede echar en cara? Pues eso.


Ojito con las ovejas eléctricas. Por Emilia Landaluce.

En las cenas se dicen muchas tonterías: «Pues si a mí me hacen una robota que esté buena, paso de mi mujer». Hasta que la rusa os separe se ha convertido en los últimos años en la prototípica bendición nupcial. Es natural, del Este arriban beldades eslavas que convierten en chiribitas las miradas claras de los maridos antaño enamorados de las recias españolas. Una robota (o un robot), guapa servil, insaciable y con batería limitada («hoy no me apetece escucharte») podría cambiar esta realidad y devolver a la proverbial eslava a ese limbo amatorio que pueblan los sueños carpetovetónicos.

Hasta ahora, los robots habían hecho nuestra vida más fácil. Los que integran las cadenas de producción han reducido los accidentes laborales además de aumentar la eficiencia de la industria, la Thermomix (aunque no se limpie sola) se ha convertido en la salvación gastronómica de cientos de matrimonios... ¿y qué decir del conejito rampante, el Rodrigo de Triana ¡Tierra a la vista! de la sexualidad femenina?

Pero la tecnología entraña sus riesgos. Es el eterno dilema -¿lo creado puede superar al creador?- que tan bien reflejan ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, la novela de Philip K.Dick que inspiró Blade Runner o ¿por qué no? Terminator, centrada en la lucha entre robots y hombres.

En enero, 700 científicos (entre los que se encontraban Stephen Hawking y Bill Gates) firmaron un manifiesto en el que alertaban de los peligros de la inteligencia artificial. De momento, se trata de un riesgo controlado por los intereses de los hombres, sean legítimos o no. El MIT ya alertó que los ordenadores pueden identificar a cualquier persona a partir de datos anónimos gracias a los patrones de uso de sus tarjetas de crédito. Otro motivo para llevar dinero en cajas de puros. El problema radica esencialmente en ese momento en el que la maquina (el ordenador), la inteligencia artificial (o creada) se sienta, en efecto, superior a su creador. La robótica es uno de los puntales de desarrollo de la industria armamentística y, en un periodo corto, los soldados artificiales librarán las batallas en las que antes perecían nuestros muchachos.

Pero ¿cómo distinguirán los objetivos militares de las víctimas civiles? O algo más cercano. ¿Con quién arreglaremos los papeles cuando choquemos con uno de esos coches sin conductor que ya pergeña Google? La inteligencia artificial debería estar siempre subyugada a la humana. Imaginen que nos gobernara una inteligencia sin pasiones ni debilidades (como el marisco o los volquetes de putas). Parece casi perfecto pero la vida dejaría de ser humana.

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