Punto de vista: Rodrigo Rato

El 'acogotamiento' nacional. Por Luis Martínez.

A estas alturas no me queda claro si la astracanada nacional de la detención e inmediata liberación de Rodrigo Rato significa la salvación del PP o su condena; si estamos ante el principio de una nueva época o el final de la precedente; si la Justicia ha demostrado con el acogotamiento vil del poderoso que es completamente imparcial o profundamente chapucera; si vamos o venimos. Con todo esto de Rato, para entendernos, me pasa lo mismo que con Luis Enrique, que sigo sin entender si está reinventando el fútbol o acabando con él. Lo de este hombre, sigo con el entrenador, ¿qué es? ¿sinceridad o mala educación? Y lo de Rato, ¿ejemplo de equidad o, una vez más, derogación vía telediario de los principios más elementales del Estado de Derecho?

Punto de vista Rodrigo Rato

Sin duda, y para el común de los mortales, ver la humillación pública de un rico estafador (si Montoro ya ha dictado sentencia, ¿por qué no nosotros?) siempre gusta. A unos, los más crédulos, les ratifica en su fe en el sistema. Y a otros, casi todos los demás, nos pone cachondos. Es duro y hasta feo reconocerlo, pero es así. Por muchas fiestas de la Constitución que celebremos, al final, nada como una bonita y bien sangrienta ejecución en plaza pública.

Lo que sí sabemos con certeza, a la espera de la demostración de todos los delitos fiscales que se le imputan, es que el referente del Partido Popular (cargo que, para bien o para mal, aún ostenta) es rico. 27 millones de veces. O más. Y eso, nos pongamos como nos pongamos, excita los más bajos instintos. No es exactamente envidia, es algo más hondo entre el resentimiento y la náusea.

Si fuéramos capaces, cosa harto complicada, de abstraer a la manera de Husserl este último dato, el de la riqueza, no costaría tanto caer en la cuenta de que Rato se parece sospechosamente a cualquiera de nosotros. O casi. A un lado las cantidades, el antes prohombre y hoy cogote no ha hecho más que intentar no pagar a Hacienda, aprovecharse de su puesto de privilegio y, dado que le salía gratis, irse de juerga (o de 'night club') siempre que tenía la 'black' a mano. ¿Y ahora que levanten la mano los que estén libres de pecado? Usted, por ejemplo, el que me instaló el aire acondicionado este verano, que evita los colegios públicos para sus hijos en un tic tan español como clasista y que tanto grita, bájela: sigue sin entender por qué le pagué el IVA.

Lo que ha pasado con Rato es triste. Es triste por él, por el PP, por la Democracia, por los editorialistas que no se aclaran y, ya puestos, por todos nosotros. Hacer justicia es hacerla bien. La justicia mal hecha no es justicia, es venganza, estupidez o el síntoma evidente de que, de nuevo, vamos mal. El acogotamiento, para entendernos, es general. Y luego está lo de Luis Enrique, claro.


Un señorito de cuna meneá. Por Emilia Landaluce.

o sé si lo saben, pero Rodrigo Rato medita a diario. Incluso le prologó un libro a Ramiro Calle, su íntimo amigo y profesor de yoga. Lo imagino en cualquier banco en el Congreso -en su despacho del FMI, ante el ordenador que utilizaba cuando estaba al frente de Bankia- con los ojos cerrados y la mente en blanco, sonriendo, beatífico como un buda feliz aunque por su origen social, bien podría haber sido el Príncipe Sidharta. "¿Quién no se ha dado cuenta de que algo se le ha pasado porque estaba obsesionado en lo que fue, sin darse cuenta de lo que es?", escribió en el libro del yogi. Ommmmmmm.

Rodrigo Rato no necesitaba ser político para ser rico. Independientemente de las hazañas económicas de su padre -también condenado por evasión fiscal-, la familia recibió 30 millones de euros de los años 90 cuando vendió sus emisoras de radio a Onda Cero. Los que conocían al ex vicepresidente de Aznar en su época de estudiante en Berkeley recuerdan su desaliño, el propio de los niños bien, y que dejó a su novia de entonces por una apetitosa americana. En Murcia tienen una expresión para referirse a los vástagos de familias adineradas: señorito de cuna meneá.

A Rato le menearon desde la cuna a la cama. ¿Y quién sabe si hasta el catre? Su formación, el perfecto dominio de los idiomas, incluso su aparente desinterés por lo material (el yoga) son propios de esa pasta social que se moldea con dinero, modales delicados y aspiraciones al alcance de los dedos. O de una llamada. La vida de Rato siguió el guión establecido. Hoy, cada uno de sus pasos se cuestiona. El milagro económico de Aznar y Rato fue fruto de la bonanza mundial y si llegó al FMI no fue por su preparación sino por la insistencia del presidente del Gobierno. La calle le condena como un estafador de ancianas (por la salida a bolsa de Bankia) y le compara con esos sindicalistas que se hartaban de marisco en Bruselas. ¿Acaso no se gastó 2.276 euros con su tarjeta 'black' en juergas [según el epígrafe, "Club, Salas, Fiesta, Pub, Discoteca"]? Una ordinariez.

En España hay cientos de políticos imputados. Las mariscadas, los volquetes de putas duelen menos que los delitos que se le atribuyen a Rato. Entre otras cosas, es difícil comprender el motivo por el que él, un señorito de cuna meneá, necesitaba hundirse en el fango de la avaricia. Quizá debiera releer lo que escribió para Ramiro Calle. "¿Quién no se ha dado cuenta...". Mientras, la mente en blanco.

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