Putin contra Occidente

"Si conoces a tu adversario y te conoces a ti mismo, no temerás el resultado de cien batallas. Si te conoces a ti mismo pero no a tu adversario, por cada batalla ganada, sufrirás una derrota. Si no conoces al adversario ni te conoces a ti mismo, sucumbirás en cada batalla." Este es uno de los aforismos más conocidos de El arte de la guerra, que Sun Tzu escribió en China en la edad de los Reinos Combatientes, allá por el siglo V (a.C.): ramillete de reglas sobre cómo alzarse victorioso, que se ha popularizado hasta erigirse en elemento habitual de manuales de autoayuda. Resumiendo, solo ganan quienes, desde la lucidez introspectiva, proyectan sobre el entorno estratégico. Y prevén los movimientos del contrincante.

Hoy, lector, respondiendo a la urgencia que marcan los acontecimientos de las últimas horas, adelantamos nuestra cita semanal para aplicar este apotegma al conflicto desencadenado por Vladimir Putin contra Occidente.

Ucrania es una crisis diseñada con justificación inventada e interpretación torticera de la historia. El compendio teórico a este despliegue del ejército lo dio Putin el lunes pasado en un discurso excesivo, reminiscente de la peor propaganda soviética, donde el blanco se transmuta en negro y el agresor en víctima. Así, por encima de proclamar la independencia de Donetsk y Lugansk, el 90% del contenido está dedicado a la negación de la soberanía de Ucrania, su cultura e identidad; con afirmaciones atroces acusando a Zelensky de usurpador, apostillando los cambios provocados por las manifestaciones de 2014 en la gran plaza Maidán de Kiev -designadas significativamente por los concentrados como "Euromaidán"- de golpe de estado orquestado por Occidente. Si no fuera por la tragedia que contemplamos, de estas palabras putinianas primaría el tono desencajado junto con la torpe teatralización del respaldo consensuado (léase "obligatorio") de los miembros de su Consejo de Seguridad.

Se venía hablando de una nueva Guerra Fría. Hoy esta conversación ha sido superada por la abrumadora ofensiva militar que señala un período lleno de amenazas muy diferente a la segunda mitad del Siglo XX; que no ha hecho sino empezar. Y más nos vale tomar conciencia de hasta qué punto nos va a afectar, a todos.

Desde España, más allá del drama de las imágenes que nos llegan de Ucrania, de nuestro compromiso con OTAN, la reflexión vigilante ha de incorporar el Sur -el Sahel-, América Latina y, fundamental, el ciberespacio y la capacidad kremliniana de interferir directamente o mediante desinformación en nuestra opinión pública. Sin hablar de la energía y las consecuencias económicas, notoriamente para el comercio global, hemos de contar con los refugiados que previsiblemente se dirigirán hasta nuestras fronteras al Oeste huyendo de Armagedón.

La alerta que hoy queda confirmada ha venido cayendo en saco roto -salvo excepciones- en la Europa del Sur (cuántas veces se ha motejado Equipaje de mano de tremendista, pesimista y fatalista sin causa). Los españoles tendemos a empatizar con los rusos, con quienes no tenemos pasado de enfrentamiento. El sentimiento es que nosotros no corremos peligro. Tenemos enraizada una idea romántica de Rusia. Es la aureola de la Guerra Civil, los niños de la guerra. Y aunque deberíamos saber mejor que nadie los límites de este reduccionismo -desde el retrato de nuestro país de Quijotes, Sancho Panza, cuando no toreros, bailaoras o bandoleros en la sierra-, seguimos viendo a Rusia a través de la lente de Doctor Zhivago, Guerra y Paz, Tchaikovsky.

De este conjunto, desde engañosa distancia geográfica, surge la actitud preocupada pero no implicada que prevalece entre nosotros. Ahondando en ese sorprendente Spain is different, menudean las referencias históricas en las que no participamos, sobre un fondo que acaba identificando a Occidente con EEUU y su prolongación OTAN: los sucesos de julio de 1914; Hitler y los Sudetes; las esferas de influencia creadas con la Conferencia de Yalta; la Guerra Fría; la crisis de los misiles de Cuba.

Además, todo el razonamiento se centra en Putin, lo que piensa, lo que quiere, su temperamento, su personalidad. Falta una valoración que levante el velo del Kremlin y desentrañe la parte del memorial de ofensas, y su superación por el actual liderazgo que sustenta el contrato social de la ciudadanía con la actual autocracia. Sin perjuicio del exabrupto putiniano que la derrota de la Unión Soviética fue "la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX", los ciudadanos comparten con su presidente la nostalgia por la grandeza pasada y su reivindicación de hegemonía mundial para Rusia.

Es preciso, así, analizar la realidad alternativa que se ha ido formando allá, desembrollar la letanía de agravios, aclarar las bases de su beligerancia contra el derecho internacional derivada de una perspectiva tendenciosa de determinados episodios. Esta percepción herida se remonta a Catalina la Grande y subraya el alegado ninguneo en todos estos siglos, con énfasis en su protagonismo -y sacrificio- en la victoria sobre la Alemania nazi. El relato reciente se concentra en el caos de los 90 y la fallida liberalización económica, atribuidos exclusivamente al supuesto empeño de Occidente -esto es, de EEUU- en poner a Moscú de rodillas. De nuevo el victimismo.

Este desacomplejado planteamiento sesgado, cuando no simple y llanamente mentiroso, se basa en la utilización eficacísima de unos pocos ámbitos de ventaja como el gas, o el ejército de bots que vemos actuar en redes. En esta panoplia destaca Russia Today (RT), la principal arma televisiva exterior patrocinada por el gobierno. El canal RT juega un papel distintivo que es poco probable disminuya en la medida que el Kremlin busca consolidar su presencia maliciosa en otros teatros de operaciones, como África o América Latina. Cuentan sus avances diplomáticos en países como Nicaragua, Venezuela, Cuba, Brasil o Argentina (muchos de los cuales han tenido relaciones complicadas con EEUU y, en consecuencia, resultan particularmente susceptibles) y la existencia acreditada de "entrenadores técnicos" militares. Complementariamente, RT ha incrementado su penetración en toda América Latina, convirtiéndose en un permanente invitado doméstico.

En cuanto a la lucha ciber, cumple recordar que la reunión bilateral de junio pasado entre el Presidente de EEUU Joe Biden y el Presidente Vladimir Putin discurrió en este campo: América temía ya entonces la actividad saboteadora contra infraestructuras esenciales (había tomado nota de los sufridos). Atención en Europa. Porque el mundo virtual al que va dirigida esta nueva forma de guerra es el tejido en el que se desarrollan nuestras sociedades libres, concebido para el empoderamiento del individuo; con una debilidad congénita respecto de su uso pervertido. Nuestros blindajes cibernéticos son, con demasiada frecuencia, lamentablemente inadecuados. Asegurar estos sistemas pasa por internalizar la defensa colectiva de empresas y otras organizaciones -especialmente en infraestructuras críticas-, entre sí y con las autoridades nacionales, de la Unión. También de OTAN, de Occidente.

El cuestionamiento del derecho internacional liderado por el Kremlin enarbola constantemente la guerra de Irak, desde un punto de inflexión anterior: Kosovo. Por el uso de la fuerza sancionado ex post facto por el Consejo de Seguridad de la ONU y el reconocimiento de su independencia (los círculos informados siempre recuerdan la postura española al respecto). Pese a que Kosovo y el Donbás son equivalentes falsos, y el genocidio en Donetsk y Lugansk es una fabricación del Kremlin, esta espiral discursiva del "y tú más" sigue caracterizando la narrativa oficial y la opinión de su población.

Tenemos que afrontar una situación de conflicto que va a durar en el tiempo. Tenemos que repensarnos y repensar Rusia. Responder al desafío empieza por interiorizarlo y proyectar estrategia. Rusia ha atacado los fundamentos del orden de seguridad europeo. Pretende pulverizarlos. Volver a Yalta, a una banda de "estados tampón". Someter a Ucrania y, por supuesto, a Belarús. En esta ecuación entran geográficamente, además, los Bálticos que pertenecen a la OTAN y la UE. Y la ambición de Putin no se sacia con Europa. Se trata en última instancia de vaciar el Orden Liberal cimentado en normas, y apropiarse su carcasa y marca.

Todos los intentos de los últimos años de entablar un intercambio constructivo con Moscú han fracasado. Sin duda, debemos mantener canales de contacto abiertos, pero lo prioritario para Occidente, para la OTAN, para la Unión, para España, es reforzar nuestra visión y nuestros medios de disuasión y defensa.

Y generar resiliencia. Nos va a hacer falta.

Ana Palacio

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *