¿Putin es fuerte o débil?

A principios de agosto del año pasado, Barack Obama recibió una nota de la CIA. Se trataba de una bomba de relojería: en ella se detallaba la información sobre la participación directa de Vladímir Putin en la campaña cibernética rusa que tenía como objetivo desbaratar y desacreditar la campaña electoral y las elecciones presidenciales en EE UU. Hace unos días, The Washington Post desveló el pavor de Obama a las consecuencias que podrían traer unas represalias norteamericanas contra Rusia. El periódico descubrió paso a paso el proceso de cómo Putin, con sus hackers,se inmiscuyó en las elecciones.

Tras esos ciberataques, que ayudaron a aupar a Trump, los espectadores pueden tener la sensación de que Putin es omnipotente y que hace y deshace a su antojo. Nada más alejado de esta percepción. Putin quedó asustado —aunque no intimidado— al ver la reacción de Occidente ante sus últimas hazañas militares: la anexión de Crimea y la ocupación del este de Ucrania. No esperaba un rechazo en bloque y unas sanciones que debilitan de modo colosal a su economía, ya de por sí endeble. Al ver su liderazgo cuestionado, y Ucrania bajo la protección de la UE y el FMI, intenta mostrarse ante sus votantes como un político fuerte, seguro de sí mismo.

Sin embargo, las ciudades le dan la espalda y los 17 años en el poder le pasan factura, de modo que el líder ha empezado a mostrar signos de agotamiento: los asesinatos de muchos de sus críticos —Borís Nemtsov, el último— y el haber apartado al opositor Navalny de las elecciones no son indicios de un político sólido. Además, los rusos han evolucionado: mientras que el homo sovieticus admiraba la grandeza de su país por encima de todo, los moscovitas y los petersburgueses de la actualidad no son distintos de los urbanitas occidentales: prefieren paz y prosperidad a las grandilocuentes soflamas patrióticas. Con el apoyo de esa clase urbana, cuyo poder adquisitivo ha disminuido considerablemente con el desplome del rublo y la crisis económica causada por las sanciones (14 millones de rusos dejaron de ser clase media en los últimos dos años), se podría producir una sublevación parecida a la ucrania: un Maidan ruso.

Putin ha sido capaz de contentar —y controlar— a los militares y a la Iglesia. Lo que le preocupa es lo que piensan los 100 más poderosos de Rusia. Y esos 100 oligarcas son justo aquellos a los que mayor daño han causado las sanciones. Aunque empieza a recuperarse, la inversión extranjera cayó en 2015 a menos de la mitad que el año anterior, y Rusia ocupa el puesto 40 del ranking de mejores países donde invertir, según el Banco Mundial. Esa dificultad creciente para las grandes operaciones financieras e industriales hace crecer el descontento entre las grandes empresas rusas y los oligarcas. Putin intenta dar la imagen de fortaleza justo porque sus últimas proezas no le han salido bien. Apostar por encumbrar a Trump, sobre cuyos negocios en Rusia tenía el famoso kompromat, le salió caro: los ciberataques rusos se descubrieron y su manipulación de la cumbre política estadounidense está bajo investigación. Además, Trump, que debía ayudar a Putin a levantar las aborrecidas sanciones, se mostró tan torpe que ha dejado de servirle.

En la UE, el bloque más próspero e igualitario del planeta, admirado por las élites urbanas rusas, Putin no ha tenido éxito sembrando el caos. En Francia le falló su amigo Fillon al igual que LePen, en Austria y Holanda fracasaron los populistas en los que había depositado su ahínco y su financiación. Su compañerismo con algunos líderes de los países poscomunistas, una periferia en general alejada del mainstream del pensamiento y decisiones europeos, carece de importancia para el conjunto de una Europa fortalecida tras la victoria de Macron, ganador a pesar de los ciberataques rusos. Un Macron que le recomendó al presidente ruso, durante su visita oficial a París, que en vez de entrometerse en los asuntos occidentales cuidara de los derechos humanos en su país.

A Bush, Merkel y Obama les interesaba tener buenas relaciones con Rusia y en su momento intentaron un reset. No obstante, el comportamiento imprevisible de Putin acabó generando su aprensión y pavor. De modo que Putin ha quedado aislado por la comunidad internacional y cada vez más contestado por los ciudadanos de su propio país. Sin embargo, un giro en las relaciones interesaría tanto a Europa como a su vecina Rusia.

Monika Zgustova es escritora. Su última novela es Las rosas de Stalin.

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