¡Putin no ha muerto, viva Medvedev!

Un país con gran efervescencia informativa es Rusia. En estos dos últimos años es fácil observar cómo su reflejo en los medios de comunicación se ha incrementado notablemente. Tras la desmembración de la URSS en 1991, disgregada en 15 estados independientes, y los procesos de reformas económicas, sociales y políticas, se generó una gran crisis respecto a un Estado que todo lo controlaba y una población que no había experimentado nunca la democracia. Rusia quedaba en esos momentos desplazada del tablero (no es fortuita su capacidad para generar tan excelentes ajedrecistas) en que durante tantos años se medía como contrincante contra la otra gran potencia, EEUU.

La URSS había perdido poco antes los peones de sus países satélites adjudicados vergonzosamente tras la segunda guerra mundial. Solo le sobreviviría la lejana y anacrónica dictadura castrista en Cuba. Un fracasado golpe contra Gorbachov dejó al Estado en una posición debilitada en el contexto internacional, con una crisis económica y social fruto de la transición. A Gorbachov (desprestigiado en el interior y al que se le acusa de esos males) le sucedió el reformista Yelstin, cuya retirada, destilada al atardecer de un 31 de diciembre, daba paso al dirigente máximo de la KGB, Vladimir Putin.

Este no ha engañado a nadie. En varias ocasiones calificó la desaparición de la URSS como "una de las mayores catástrofes del siglo XX" y ha reivindicado los tiempos del gran imperio al sacar del desván toda la chatarrería (la hoz y el martillo) nostálgica de la potencia que fue. Varias cosas han jugado a su favor: el espectacular incremento de los precios del petróleo, la recuperación de alianzas con países de su órbita, la indiferencia de la población ante el recorte de libertades, una sociedad civil muy pendiente de cómo exhibir más lujo (su inflación es el 12%) y no de defender valores éticos como la libertad...

En las elecciones parlamentarias a la Duma del pasado día 2, Putin, jefe del Estado, lideró la candidatura del partido Rusia Unida. Prácticamente el único, pues los demás son satélites controlados. En mis tareas de observador internacional me reuní con los dirigentes de otro partido competidor, Rusia Justa, en su sede. Mi gran sorpresa fue que la sala estaba presidida por un gran retrato de Putin, supuesto adversario de otro partido diferente.

Ciertamente, ha obtenido un gran resultado, pero en un contexto que no puede ser calificado como democrático: la confusión del Estado con el partido es muy peligrosa, como los recortes de la libertad de expresión y el control absoluto de los medios de comunicación, la represión contundente de la disidencia y la negación de libertades básicas, como la de manifestación.

Además, hay algo muy perceptible en el pueblo ruso: la necesidad de que el poder sea ejercido de una manera a la que están acostumbrados: con gran autoridad. Debe reconocerse la popularidad de Putin en una sociedad domesticada y acomodaticia. Él les ha ofrecido esa forma de gobernar con firmeza que demanda un pueblo que tiene más miedo a la libertad que experiencia de ella. A eso hay que unir la mejora de las magnitudes macroeconómicas del país. Pero hay otro elemento fundamental para entender el proyecto de Putin: el sentimiento nacionalista y la recuperación del orgullo patrio perdido como potencia que fue y que quiere recuperar.

Pero igual que muchos decimos a los norteamericanos que no todo vale en la lucha contra el terrorismo, también hemos de decir a los rusos que no todo es admisible para conseguir reforzar el poder. No le ha importado a sus dirigentes marginar derechos humanos elementales para fortalecer su poder y controlar todo. Afortunadamente, no ha sobrepasado, a diferencia del dictador vecino Lukhasenko, en Bielorrusia, o el escénico y lenguaraz Chávez, el límite legal de los dos mandatos, no accediendo a la tentación de modificar la Constitución para posibilitar su continuidad. Pero no era fácil que un hombre tan joven, tan impregnado de poder, desapareciese del todo.

Ha designado como sucesor a alguien bien acogido en Occidente, con formación y experiencia en diversos servicios públicos y en la influyente empresa petrolífera Gazprom. Además, alivia que, impregnada la alta Administración de personas provenientes del KGB, el heredero no tenga esa procedencia. Medvedev será elegido presidente en las elecciones del 2 de marzo (una semana antes que en España) y ya su primer movimiento ha sido sugerir que Putin sea el primer ministro del Gobierno con una Duma que controla por sí mismo y cuyos poderes podrá ejercer en la medida en que concuerden con el heredero designado. Mientras no haya colisión de intereses, jugarán la misma partida. No es de extrañar que Kasparov se haya levantado de un tablero en el que no tenía fichas que le apoyasen. Las suyas eran laminadas, neutralizadas, e incluso cambiaban de color por la abundante corrupción.

Jesús López-Medel, diputado del PP por Madrid. Presidente de la Comisión de Derechos Humanos y Democracia de la Asamblea de la OSCE.