Putin, Obama y Oriente Medio

Putin ha hecho a Estados Unidos un gran favor, y Washington tiene todos los motivos para estar agradecido, aunque esto pueda no ser lo que Putin había querido en un principio. Sucedió lo siguiente: Putin impidió que Obama se involucrara en una guerra que habría sido muy impopular en Estados Unidos, lo que habría sido muy costoso y podría haber terminado en la victoria de las fuerzas yihadistas suníes en Siria.

¿Cómo llegó a producirse este giro de los acontecimientos? Putin, al fin y al cabo, no es conocido por su americanofilia; como la mayoría de sus contemporáneos en el KGB y el partido, creció en la firme creencia de que lo que es bueno para Estados Unidos debe ser malo para Rusia, y viceversa. Además, le había molestado cada vez más la constante insistencia estadounidense sobre presuntas violaciones rusas de derechos humanos y otras cuestiones que, para decirlo con cautela, no figuran de forma tan preferente en la agenda rusa como en la de Washington. Cierto, Obama prometió hace unos años que en su segundo mandato quedaría más libre para dedicarse a su política de “reinicio” en las relaciones, pero esto en cierto sentido nunca llegó a suceder; Obama no estaba muy bien informado sobre Rusia; abrigaba ciertas ilusiones sobre hasta dónde podía llegar tal “reinicio”; sus asesores sobre cuestiones rusas no parecen haber sostenido y aportado criterios demasiado convincentes y, en todo caso, prefirió seguir sus propias inclinaciones e ideas (por lo general, demasiado optimistas) en lugar de las de sus asesores.

Putin sabe, por supuesto, que su país ya no es una superpotencia y que la vuelta a esa posición es mínima, incluso en un momento en que Estados Unidos se halla en retirada. Pero sabe también que el Kremlin sigue siendo factor de gran importancia para echar a perder las cosas. En otras palabras, todavía podría hacer diabluras y causar un notable daño, hecho no suficientemente reconocido en Occidente. La política de Putin con respecto a Estados Unidos parece ser muy popular entre su ciudadanía, tal vez con la excepción de una parte de la intelectualidad rusa. El por qué habría de ser así es una pregunta interesante que no puede, sin embargo, ser tratada en el marco actual. Pero incluso entre la clase política en Rusia figuran algunos americanófobos violentos que durante años han estado pronosticando la inminente caída y desintegración de Estados Unidos. Algunos fueron tan lejos como para afirmar que en el 2010 Estados Unidos ya no existiría sino que sería reemplazado por cuatro, cinco o seis países independientes. Como sabemos, tal cosa no ha sucedido, pero siguen pensando que es sólo cuestión de tiempo hasta que esto tenga lugar.

Putin no pertenece en absoluto al sector de los antiamericanos extremistas. Su experiencia política se centra sobre todo en el terreno de la política de Europa Central; pasó varios años en esa parte del mundo. Su estrategia inicial consistió en establecer un contrapeso con respecto a la influencia estadounidense mediante el establecimiento de relaciones más estrechas con la Unión Europea, pero esta iniciativa, por varias razones, no funcionó muy bien. Los gobiernos europeos sospechaban de los planes rusos de dominio, del hecho de que el Kremlin quería hacer uso de la dependencia europea del petróleo y el gas rusos con fines políticos y del hecho de que Rusia quería maximizar los ingresos procedentes de las exportaciones de gas y de petróleo de Rusia a Europa.

Al propio tiempo, las perspectivas a medio y largo plazo de la economía rusa no son buenas. Según el banco central ruso, 50.000 millones de dólares se sacaron del país el año pasado, lo que no apunta precisamente a una gran fe de la élite rusa e internacional en el futuro económico de Rusia. En la actualidad, el bienestar económico del país depende de la exportación de materias primas, sobre todo petróleo y gas. Sin embargo, los avances tecnológicos rebajarán seguramente los precios de estos materiales, y los intentos de apoyar la economía rusa en una base más amplia no han tenido éxito hasta la fecha.

Todo esto significa que el debilitamiento de Estados Unidos en los asuntos mundiales no conducirá a un fortalecimiento de la posición de Rusia, sino que la convertirá en un socio menor de China. Tal probabilidad no es susceptible de llenar los corazones rusos de gran alegría en momentos en que la población de Rusia, a pesar de todos los esfuerzos, está disminuyendo. Porque Estados Unidos está lejos, y China, muy cerca. Los estadounidenses no desean instalarse en Siberia, mientras que los colonos chinos aparecen de modo creciente en la parte asiática de Rusia.

¿Dónde acabará todo esto? Putin y sus compatriotas pueden querer mantener su distancia respecto de Occidente. Pero tampoco creen que su futuro esté en Asia, que en verdad sean asiáticos o mongoles como afirmaron algunos de sus poetas más importantes hace cien años (Alexander Blok). Putin y sus representantes quizá lograron ganar la partida a Estados Unidos en Oriente Medio. El Asad en árabe significa “león”. Pero incluso si Bashar el Asad sobrevive, será un león dañado y muy débil, un líder que no puede confiar en su propio pueblo, además de que la próxima crisis –Irán– puede estar a la vuelta de la esquina. Y Putin hará bien en no buscar el futuro de su país en Oriente Medio o en Asia.

Walter Laqueur, consejero del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

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