Las relaciones entre Rusia y Occidente han ido de mal en peor y no está claro por qué el Kremlin quiere provocar no sólo a Washington sino también a Europa sin estricta ni perentoria necesidad de hacerlo. Rusia ha estado interviniendo en la campaña electoral estadounidense, pero parece haber apoyado al caballo malo. En estas fechas Hillary Clinton supera en once puntos a su oponente. Resulta en cierto modo admirable que un país tan grande desde el punto de vista económico como Rusia (el PIB es alrededor del tamaño del de Italia) se las haya arreglado en un relativamente breve periodo de tiempo para recuperar la posición de gran potencia o, al menos, la imagen de una gran potencia.
Durante la primera década de este siglo, la economía rusa ha seguido un camino bastante bueno. Ello se debe a una sola razón: el elevado precio del petróleo y el gas. En un momento dado, el precio del barril de petróleo superaba con creces los cien dólares. Por consiguiente, los salarios subieron y volvieron todo tipo de servicios y ayudas sociales previamente existentes. Sin embargo, con el inicio de la crisis económica en torno al 2006, cambiaron las tendencias y hace un año el precio del petróleo había caído a niveles inferiores a los treinta dólares. Por tanto, los salarios bajaron y varías ayudas y servicios sociales no se pudieron continuar prestando. Es opinión general que la tendencia puede nuevamente dar marcha atrás si el precio del petróleo sube por encima de los ochenta o noventa dólares.
Sin embargo, la popularidad de Putin ha seguido siendo alta y, en cierta medida, puede explicarse por el deterioro de las relaciones con Occidente. La propaganda rusa ha logrado persuadir con éxito a un amplio sector de la población de que Occidente no sólo era y es una realidad de-cadente, sino que su principal objetivo era humillar a Rusia y perjudicarla por todos los medios posibles a su alcance. Evidentemente, en una situación de esta naturaleza la gente entendió que debían tomarse en consideración algunas dificultades y tribulaciones económicas (que tal explicación vaya a ser aceptada durante mucho tiempo es dudoso; el pueblo ruso está habituado a sufrir apuros económicos, pero su grado de aceptación del sufrimiento tiene ciertos límites).
La política del Kremlin ha sido exitosa en Oriente Medio; ha tomado la iniciativa en Siria y es muy posible que convenza al Gobierno turco de que abandone la OTAN y cambie de bando. No obstante, no está claro en absoluto que estos logros rusos vayan a ser duraderos. Las amistades y alianzas en Oriente Medio tienen bien ganada fama de ser inconstantes v veleidosas. Ha-ce unos años pareció evidente a ojos de la clase política rusa que las dos mayores amenazas contra la Rusia contemporánea eran el creciente poder de China por una paite y el islamismo por otra. Dada la expansión económica de China y el hecho de que Pekín se haya mostrado crecientemente activo en Siberia, pareció claro que el arraigo de Rusia en estas áreas se hallaba expuesto a cierta presión. No se conoce con precisión que amplias áreas de Siberia hayan sido compradas por los chinos; el control político permanece en manos de Rusia.
En lo concerniente al peligro islamista, pareció hasta fecha reciente que Moscú lo había mitigado. Sin embargo, en los últimos meses dio la sensación de que esta impresión como mínimo podría haberse exagerado. Y esto es especialmente cierto con respecto a Daguestán y a otras zonas del Cáucaso Norte. Se olvida con frecuencia que más de veinte millones de musulmanes viven en Rusia y que el número de musulmanes en Moscú es de cerca de dos millones. Y, factor tal vez más importante, el índice de natalidad de la minoría musulmana es mayor que el de la mayoría rusa. Como consecuencia, en ciertas paites de Rusia hasta un tercio del reclutamiento destinado a las fuerzas armadas es de origen musulmán. Además, elementos radicales entre la comunidad musulmana han aumentado considerablemente en los últimos años. En un momento dado pareció evidente que la mayoría de los musulmanes rusos, sobre todo en el curso bajo del Volga, estaban bien integrados, pero esto ya no puede darse por supuesto.
El principal campo de batalla entre Rusia y Occidente es hoy Siria. Pero a consecuencia de las actividades militares rusas no sólo Estados Unidos ha mostrado su oposición; Francia, Alemania y otros países europeos se muestran a favor de adoptar una línea más dura hacia Rusia, mediante la renovación de las sanciones en un principio adoptadas a consecuencia de la invasión rusa de Crimea.
La gran fuerza de Rusia es naturalmente la posesión de armas nucleares, más de siete mil. Sin embargo, se trata de una fuerza que no puede ser utilizada a menos que el liderazgo del Kremlin esté dispuesto a adoptar riesgos inaceptables. Hasta ahora ha mostrado cierta contención; en otras palabras, la hostilidad no ha ido más allá de la retórica que recuerda a la guerra fría. Pero incluso la mera retórica puede tener su propia hora y momento y, si avanza más allá de un punto determinado, puede presentar dificultades. Por esta razón, la crisis creciente no debe ser desestimada ni descartada como si no presentara peligro.
Walter Laqueur, miembro del Consejo de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington. Traduction: José M- Puig de la Bellacasa.