Putin, todo el mundo te observa

Putin, todo el mundo te observa
Wolfgang Schwan/Anadolu Agency, via Getty Images

Ahora que la guerra entre Rusia y Ucrania lleva más de 6 semanas, comienzo a preguntarme si este conflicto es nuestra primera guerra mundial real, mucho más que la Primera o la Segunda Guerra Mundial. En esta guerra, a la que considero la Guerra Mundial Interconectada, prácticamente cualquier persona en el planeta, sin importar dónde viva, puede observar los enfrentamientos con gran detalle, participar de alguna manera o sentir sus efectos económicos.

Si bien la batalla en el terreno que desencadenó a la Guerra Mundial Interconectada es en apariencia sobre quién debe controlar Ucrania, no debemos dejarnos engañar. Casi de inmediato, se transformó en “la gran batalla” entre los dos sistemas políticos más dominantes que existen en el mundo en la actualidad: “la democracia de Estado de derecho y libre mercado en contra de la cleptocracia autoritaria”, me explicó Anders Aslund, un experto sueco en economía rusa.

Aunque esta guerra no está cerca de terminar, y es posible que Vladimir Putin todavía encuentre la manera de imponerse y salir de ella con una posición más firme, si no lo consigue, podría ser un parteaguas en el conflicto entre los sistemas democráticos y no democráticos. Vale la pena recordar que la Segunda Guerra Mundial le puso fin al fascismo, y la Guerra Fría, al comunismo ortodoxo, incluso en China, a fin de cuentas. Así que, lo que ocurra en las calles de Kiev, Mariúpol y la región del Donbás podría influir en sistemas políticos mucho más allá de Ucrania y por mucho tiempo en el futuro.

De hecho, otros líderes autócratas, como el de China, observan con gran interés a Rusia. Constatan que su economía se ha visto debilitada por las sanciones de Occidente; miles de sus tecnólogos jóvenes se marchan con tal de escapar de un gobierno que les niega acceso a internet y noticias creíbles; y su ejército inepto parece incapaz de recabar, compartir y canalizar información precisa a las altas esferas del régimen. Esos líderes deben estarse preguntando: “Vaya, ¿acaso yo seré igual de vulnerable? ¿Estoy al frente de un castillo de naipes similar?”.

Todo el mundo observa.

En la Primera Guerra Mundial, al igual que en la Segunda, nadie tenía celulares ni acceso a las redes sociales para observar y tener una participación nada cinética en la guerra. De hecho, gran parte de la población mundial todavía vivía colonizada y no contaba con libertad suficiente para expresar puntos de vista independientes, aunque tuvieran la tecnología. Muchas de las personas que vivían fuera de las zonas de guerra, además, eran agricultores de subsistencia que vivían en pobreza extrema y no sufrieron consecuencias tan graves de esas dos primeras guerras mundiales. No eran las gigantescas clases baja y media, globalizadas, conectadas y urbanizadas del mundo interconectado de nuestros días.

Ahora, cualquiera que tenga un celular puede observar lo que ocurre en Ucrania —en vivo y a todo color— y no solo expresar opiniones, sino difundirlas a todo el planeta a través de las redes sociales. En nuestro mundo poscolonial, los gobiernos de prácticamente todos los países pueden votar para condenar o exculpar a uno u otro bando en Ucrania a través de la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Si bien se han mencionado cálculos diversos, al parecer entre 3000 y 4000 millone s de personas en el planeta —casi la mitad— tienen un teléfono inteligente en la actualidad, y aunque la censura en internet sí es un problema real, en particular en China, el hecho es que hay muchas más personas capaces de observar más a fondo en muchos más lugares. Y eso no es todo.

Cualquier persona con un celular y una tarjeta de crédito puede ayudar a gente que no conocen en Ucrania, a través de Airbnb, con solo reservar una noche de hospedaje en su casa y no utilizarla. Adolescentes de cualquier región pueden crear aplicaciones en Twitter para rastrear a los oligarcas rusos y sus yates. Por si fuera poco, Telegram, la aplicación de mensajes encriptados inventada por dos hermanos originarios de Rusia e interesados en la tecnología como una herramienta para comunicarse lejos del oído espía del Kremlin, “se ha convertido en el lugar perfecto para compartir actualizaciones sobre la guerra, en vivo y sin filtros, tanto entre refugiados ucranianos como ciudadanos rusos, cada vez más aislados”, informó NPR. ¡Y resulta que opera desde Dubái, Emiratos Árabes Unidos!

Por su parte, el gobierno de Ucrania ha logrado aprovechar una fuente totalmente nueva de financiamiento: recaudó más del equivalente a 70 millones de dólares en criptomonedas cuando personas de todo el mundo respondieron a un llamado a hacer donativos difundido en las redes sociales. Además, el multimillonario Elon Musk, de Tesla, activó el servicio de banda ancha satelital de su empresa SpaceX en Ucrania para ofrecerles internet de alta velocidad, después de que un funcionario ucraniano le envió un tuit para pedirle ayuda, argumentando que los rusos intentaban desconectar a Ucrania del mundo.

Empresas satelitales comerciales con sede en Estados Unidos, como Maxar Technologies, han permitido que cualquiera pueda ver desde tomas del espacio a cientos de personas desesperadas hacer fila para conseguir comida frente a un supermercados en Mariúpol, a pesar de que los rusos tienen la ciudad rodeada y han prohibido la entrada a periodistas.

Luego están los combatientes cibernéticos que pueden unirse a la batalla desde cualquier lugar, y así lo han hecho. CNBC informó que la “popular cuenta de Twitter llamada ‘Anonymous’ declaró que el grupo activista que opera en las sombras estaba librando una ‘guerra cibernética’ contra Rusia”. La cuenta, que tiene más de 7,9 millones de seguidores en todo el mundo, casi ocho veces más que todo el ejército de Rusia (además de unos 500.000 nuevos seguidores de Anonymous desde la invasión rusa de Ucrania), “se ha adjudicado la responsabilidad de inhabilitar destacados sitios web corporativos, de noticias y gubernamentales rusos y filtrando datos de entidades como Roskomnadzor, la agencia federal responsable de censurar los medios rusos”.

Este tipo de plataformas y actores globales con poderes extraordinarios y que no tienen relación con los gobiernos no existían cuando estallaron la Primera y la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, del mismo modo que muchas más personas pueden influir en esta guerra, también muchas más personas pueden resultar afectadas por ella. Rusia y Ucrania son proveedores clave de trigo y fertilizante en las cadenas de suministro agrícola que ahora alimentan al mundo y que esta guerra ha interrumpido. Una guerra entre dos países europeos ha provocado que se dispare el precio que los brasileños, indios y africanos deben pagar por los alimentos.

Además, puesto que Rusia es uno de los mayores exportadores del mundo de gas natural, petróleo crudo y el combustible diésel que emplean los agricultores en sus tractores, las sanciones a la infraestructura energética rusa han causado reducciones en sus exportaciones, por lo que se han elevado los precios de la gasolina en estaciones de servicio desde Minneapolis hasta México y Bombay y agricultores de regiones tan lejanas a la guerra como Argentina se han visto obligados a racionar el uso de sus tractores impulsados con diésel o de fertilizantes ricos en combustibles fósiles, situación que ha puesto en riesgo las exportaciones agrícolas de Argentina y le pone mayor presión al alza de precios de los alimentos en todo el mundo.

Existe otro ángulo inesperado en esta guerra debido a la globalización financiera, que debemos recordar: Putin tenía ahorros equivalentes a unos 600.000 millones de dólares en oro, bonos de gobiernos extranjeros y divisas producto de las exportaciones rusas de energía y minerales, precisamente para contar con un colchón en caso de ser objeto de sanciones de Occidente. Pero, al parecer Putin olvidó que, en el mundo interconectado actual, conforme a la práctica común, su gobierno había depositado la mayoría de esos ahorros en bancos de países occidentales y China.

Según el Atlantic Council GeoEconomics Center, las seis principales naciones en que se encuentran resguardados los activos en divisas del banco central ruso son, por orden de porcentaje: China, con el 17,7 por ciento; Francia, con el 15,6 por ciento; Japón, con el 12,8 por ciento; Alemania, con el 12,2 por ciento; Estados Unidos, con el 8,5 por ciento; y el Reino Unido, con el 5,8 por ciento. Además, el Banco de Pagos Internacionales y el Fondo Monetario Internacional tienen el 6,4 por ciento.

Todos estos países, con excepción de China, ya congelaron las reservas rusas en su custodia, por lo que Putin no tiene acceso a aproximadamente 330.000 millones de dólares, según la aplicación de rastreo del Atlantic Council. El Estado ruso no solo no puede acceder a esas reservas para impulsar su economía debilitada, sino que habrá un gran impulso global para utilizar este dinero para financiar la reconstrucción de las casas, edificios de apartamentos, carreteras y estructuras gubernamentales de Ucrania que el ejército ruso destruyó en la guerra de elección de Putin.

Mensaje a Putin: “Gracias por realizar operaciones bancarias con nosotros. Será legalmente difícil embargar sus ahorros para las reparaciones, pero será mejor que sus abogados estén preparados”.

Por todos estos motivos, los líderes de todo el mundo que han adoptado alguna versión de cleptocracia o capitalismo autoritario inspirados en Putin deberían estar preocupados, aunque no será fácil retirarlos, independientemente de lo que ocurra con Rusia.

Estos regímenes se han vuelto muy hábiles en el uso de nuevas tecnologías de vigilancia para controlar a sus opositores políticos y los flujos de información, así como para manipular sus políticas y recursos financieros con el propósito de mantenerse afianzados al poder. Nos referimos a Turquía, Birmania, China, Corea del Norte, Perú, Brasil, Filipinas, Hungría y muchos Estados árabes. De seguro Putin esperaba que un segundo mandato de Trump transformara a Estados Unidos en una versión de este tipo de cleptocracias encabezadas por autócratas e inclinara la balanza global en su favor.

Luego estalló esta guerra. Nadie niega que la democracia de Ucrania es frágil y el país ha tenido sus propios problemas serios con oligarcas y casos de corrupción. Sin embargo, la ferviente aspiración de Kiev no era integrarse a la OTAN, sino a la Unión Europea, y estaba en proceso de limpieza interna para hacerlo.

Eso es lo que en realidad disparó esta guerra. Putin no iba a permitirle a la nación eslava de Ucrania convertirse en una exitosa democracia de libre mercado integrante de la Unión Europea, justo al lado de su estancada cleptocracia eslava rusa. El contraste habría sido intolerable para él, y por eso intenta acabar con Ucrania.

Por desgracia para Putin, resulta que no tenía ni la menor idea del mundo en que vive, ni de la fragilidad de su propio sistema, ni de la medida en que el mundo democrático libre podría y querría unirse a la lucha en su contra en Ucrania. Pero, sobre todo, no tenía ni la menor idea de cuántas personas estarían atentas a sus acciones.

Thomas L. Friedman es columnista de Opinión sobre temas internacionales. Se incorporó al periódico en 1981 y ha ganado tres premios Pulitzer. Es autor de siete libros, incluido From Beirut to Jerusalem, que ganó el National Book Award.

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