Putin y la crisis de la UE

Por Mijail Gorbachov, ex presidente de la URSS. Traducción: Celia Filipetto (LA VANGUARDIA, 29/05/06):

Rusia y Europa esperan muchas respuestas de su reciente cumbre. En primer lugar, les interesaba saber cuál es el estado de sus relaciones y las perspectivas futuras.

Por lo que a Rusia se refiere, Vladimir Putin respondió a una serie de preguntas en su reciente intervención anual ante la Asamblea Federal, en la que definió a la Unión Europea como el socio más importante de Rusia. Pese a que el juicio sobre el estado de las relaciones es positivo, el diálogo no será fácil.

Ambas partes deberán tener en cuenta numerosos factores nuevos que pesan en las relaciones recíprocas. Creo que no se debe dudar de que Rusia está objetivamente interesada en el éxito de los procesos de integración europea. Sin embargo, es preciso señalar que en el 2005 no se asistió a una aceleración de dichos procesos, sino que se produjo una crisis del federalismo político europeo. Me refiero a la respuesta negativa obtenida en los referendos organizados en Francia y Holanda para aprobar el proyecto de Constitución europea.

La Unión Europea tuvo que hacer frente a numerosas dificultades. La necesidad de elevar la capacidad competitiva de las mercancías europeas ha agudizado la contradicción entre dos modelos de desarrollo, el anglosajón, basado en la completa liberalización del mercado, y el socialmente orientado que caracterizó a las economías europeas occidentales bajo la hegemonía cultural y política de Francia y Alemania. La entrada en Europa de nuevos miembros, muchos de los cuales prefieren el primero de los dos modelos, modificó las relaciones de fuerza y, hasta ahora, Europa no ha logrado una síntesis satisfactoria de estos dos puntos de vista diferentes.

Si observamos en su conjunto las tendencias de movimiento del desarrollo europeo, es casi obligatorio llegar a la conclusión de que, junto a los procesos de integración, esencialmente bastante frenados en la actualidad, se desarrollan, a velocidad cada vez mayor, unos agudos procesos de diferenciación. Se nota en la economía, en el campo de las relaciones sociales, y lo más importante, en la política. La acción militar de Estados Unidos en Iraq dividió de manera profunda a la Unión Europea en dos bandos y ofreció a Washington la posibilidad de hablar de una nueva Europa opuesta a la vieja, y de manifestar al mismo tiempo una evidente preferencia por la primera contra la segunda, que muchos observadores consideran hoy como una especie de ala europea proestadounidense. Resulta cada vez más evidente que este tipo de discursos y actos prácticos que mantienen en pie este esquema favorecen la división de la Unión Europea y crean en su seno diferentes alineaciones a veces contrapuestas. Se trata, en efecto, de tendencias preocupantes.

No menos preocupante es la brecha que divide a la Unión y sus instituciones de los sentimientos de amplias masas populares europeas. Es algo que se vio no sólo en el momento de los referendos por el proyecto constitucional. Se aprecia también en el dato de la disminución de la participación del electorado en la elección del Parlamento Europeo. Aumentan las dudas sobre el carácter democrático de los órganos de la Unión y de sus actos, y más importante aún, la decepción por los efectos sociales nada maravillosos de las iniciativas de integración y por los efectos prácticos que éstas han tenido en la vida diaria de las personas. Creo que los políticos europeos deben hacer una profunda reflexión sobre esta serie de hechos. Se ha iniciado un proceso de análisis crítico y autocrítico que topa con notables dificultades, a tal punto que, si atendemos a algunos analistas rusos, se cree que estas dificultades van a aumentar y a debilitar el papel internacional de la Unión Europea. En consecuencia, esos círculos rusos invitan a dirigir la atención hacia otras perspectivas.

Creo que se trata de conclusiones erradas, pero también creo que ha llegado el momento de que ambas partes reconsideren el conjunto de las relaciones. Nuestros socios europeos deberían sacar conclusiones de un hecho evidente: el modelo de relaciones construido sobre un veloz atracón de nuevos miembros por parte de la Unión y la congelación simultánea de relaciones con Rusia en un limbo indefinido y precario ya no resulta practicable.

La Unión Europea necesita tiempo para asimilar nuevos miembros, muchos de ellos no han recorrido todavía el camino necesario tanto desde el punto de vista económico como político. La condición para recuperar la confianza de amplias masas populares hacia la política y las instituciones europeas radica en enfocar el problema con una actitud más meditada y atenta. La integración no es algo que se pueda llevar a cabo con piloto automático. En resumidas cuentas, dado que la integración debe servir a la gente, es necesario escuchar el punto de vista de la gente.

Unos ritmos más razonables para los procesos de unificación darían más tiempo y espacio para elaborar un modelo mejor de relaciones con Rusia y los demás países, que, en un plazo previsible, no serán miembros de la Unión Europea. Por el momento resulta difícil predecir la composición de este grupo de países, pero es evidente que, en la medida de lo posible, las relaciones de la Unión con estos países deberían ser más estrechas. Como ya he tenido ocasión de escribir, creo que este tipo de asociación debería definirse con una fórmula jurídica especial.

Cabe destacar, sin embargo, el hecho de que especialmente en los últimos tiempos algunos líderes europeos se quedan perplejos ante la posibilidad misma de unas relaciones estrechas entre Rusia y la Unión Europea. Por otra parte, las críticas hacia Rusia, a veces justificadas, pero con frecuencia apresuradas e inaceptablemente duras, van seguidas de unas conclusiones bastante sospechosas. Según estos procedimientos, Rusia sería sustancialmente incapaz de fundar principios y procedimientos democráticos, es decir, de construir una sociedad civil, del mismo modo que sería incapaz de renunciar a sus ambiciones imperialistas. Por estos motivos, entre Europa y Rusia no podría existir ningún recorrido común. Como alternativa, hay quien propone una especie de nueva edición de la política de contención. ¿Qué se oculta detrás de esta política? La idea de mantener a Rusia en un estado de semiasfixia durante el mayor tiempo posible.

Está claro que en Rusia nos hemos dado cuenta de que este tipo de posturas provocan más repercusión del otro lado del océano que en el territorio europeo. Es algo evidente. Toda la experiencia política europea del último siglo sugiere que Europa nunca ganó nada con una política de contraposición, de guerras ideológicas y líneas divisorias. No obstante, si no se desea que se creen nuevos telones, será preciso construir una política que lo impida, es decir, una política asentada en el realismo.

Se ha puesto en marcha en el mundo una vertiginosa formación de nuevos sistemas de coordenadas, de nuevos centros de fuerza, algunos de los cuales podrían darnos grandes sorpresas a todos. La incapacidad de los estados de enfrentarse a este nuevo panorama podría plantear situaciones sumamente peligrosas. Con más razón, si se tratara de intervenir desde fuera y por la fuerza. Habrá que tener en cuenta el papel cada vez más importante que desempeñan ciertos actores no estatales, no siempre previsibles e inclinados a acciones irresponsables y extremistas. En general, puede decirse que una de las características principales de los primeros decenios del siglo XXI será el carácter imprevisible de los acontecimientos estratégicos, sobre todo si los estados no actúan conjuntamente para elevar el nivel de la gobernanza colectiva.

¿Es posible, en una situación así, rechazar a un interlocutor como Rusia? ¿A un país que, por lo demás, en la mayor parte de las cuestiones internacionales ha adoptado unas posturas bastante cercanas a las europeas hasta el punto de permitir políticas de gran eficacia y valor práctico? Los líderes europeos deberían tener presente otro dato más: Rusia no es un socio que se propone dividir a la Unión Europea o meter cuña entre sus miembros.

En conclusión, las relaciones con Rusia pueden llegar a ser un factor positivo precisamente en una fase en la que Europa se enfrentará a los problemas de su consolidación, que muchos observadores prevén larga y difícil.

Quizá haya quienes consideren paradójica esta conclusión, pero yo creo que es completamente evidente que ésta es la manera más razonable de proceder en favor de la ventaja y el respeto mutuos.