Putin y Xi Jinping no son caballeros

En China, el retrato del presidente Xi Jinping se ha convertido en omnipresente; desde la muerte de Mao Tsetung, hace cuarenta años, no habíamos asistido a semejante culto de la personalidad. En las escuelas y las Universidades se ha restaurado la enseñanza del marxismo leninismo. Se invita a los miembros del Partido Comunista a prender una insignia en un lugar destacado de su traje, tradición que se había perdido hacía ya una generación. Xi Jinping se dispone a publicar una antología de sus ensayos, en la línea del Libro Rojo de Mao, para fijar la ideología del momento, el nuevo pensamiento único, que será francamente antioccidental. En las Universidades se ha desterrado todo debate crítico, así como cualquier alusión a este pensamiento occidental, y también la libertad de prensa y el derecho de expresión. Xi Jinping está convencido, según ha declarado, de que los occidentales están degenerando; muchos dirigentes chinos comparten esta opinión. Hay que tener en cuenta que los chinos creen en las virtudes singulares de cada raza: al contrario que nosotros, ellos creen que la etnia y la cultura coinciden. ¿Se dispone la raza de los hans –la que domina China por oposición a las minorías reconocidas, como los tibetanos– a dominar el mundo?

Este debate solo afecta a los chinos, a juzgar por los gestos recientes, simbólicos y significativos: por primera vez desde Mao un dirigente chino ha aparecido recientemente con uniforme militar de camuflaje. A todos sus poderes civiles, ideológicos, ha añadido ahora la función de jefe supremo de los Ejércitos. Al mismo tiempo, un avión militar se ha posado por primera vez en un islote artificial del mar de China, en una zona reivindicada por los filipinos.

Todos estos gestos nacionalistas y militaristas llegan en un momento en que la economía china se tambalea, las empresas públicas se enfrentan a la bancarrota, y la burbuja inmobiliaria se desinfla. ¿Si Xi Jinping y el Partido llegaran a perder su legitimidad, basada hasta ahora en el éxito económico, serviría el aventurerismo militar de válvula de escape para salvar el Partido y cimentar la unidad nacional? Es una hipótesis a tener en cuenta, especialmente porque Xi Jinping parece realmente convencido de la decadencia occidental. Y hay que reconocer que la aparición de Donald Trump en el escenario estadounidense no puede sino confirmar estos prejuicios.

La gestión de Vladímir Putin es extrañamente paralela a la de Xi Jinping. Mientras que la economía rusa, totalmente dependiente de la cotización del gas y del petróleo, ha entrado en recesión, la militarización del régimen se refuerza. Después de engullir Crimea y el este de Ucrania sin suscitar demasiadas reacciones en Occidente, Putin anda repitiendo que tiene el deber de proteger a las minorías rusas, en particular en Estonia y en Letonia. Igual que el presidente chino, el ruso está convencido de la decadencia moral de Occidente y de la superioridad cultural del pueblo ruso. En la historia de Rusia hay una vieja disputa que, desde hace dos siglos, enfrenta a los intelectuales occidentalistas y a los defensores del alma eslava cuyo paladín, en su época, fue Dostoievsky. Putin ha renovado esta ideología eslavófila bajo el nombre de eurasismo: solamente Rusia estaría a la vez en Europa y Asia, porque está fuera de toda discusión dejar que los chinos se infiltren en Siberia y en Mongolia. Sin embargo, ¿deberíamos temer el aventurerismo guerrero de Rusia para compensar la quiebra económica? El refuerzo en curso de la flota submarina, la modernización del arsenal nuclear y la incursión en Siria dan miedo.

Lo más inquietante es que chinos y rusos parecen creer realmente en su superioridad, aunque esta no sea real. La economía china, comparada con la de Japón, la de Europa y la de Estados Unidos, es arcaica y lo seguirá siendo durante mucho tiempo, a juzgar por la ausencia abismal de innovación en China. Paralelamente, Rusia, con Putin, ha perdido toda su industria y sus laboratorios, excepto los militares, para retroceder y convertirse en un simple exportador de materias primas y energía. La potencia de fuego de las armas rusas y chinas, aunque se sumaran, sigue siendo insignificante respecto a la de Estados Unidos y la OTAN; en un hipotético Kriegspiel [juego de guerra] entre Japón y China, Japón saldría vencedor. En caso de conflagración general, Rusia y China quedarían pulverizadas, a condición, claro está, de que Occidente reaccione a la fuerza con la fuerza.

Más probablemente, estas dos «potencias débiles» que son China y Rusia se apropiarán de los territorios vecinos apostando por el espíritu muniqués de los occidentales: después de Crimea, ¿por qué no Talin y Riga? Después de haber colonizado el mar de China, ¿por qué no expulsar a la Séptima Flota estadounidense que, hasta ahora, garantizaba el libre paso de Occidente a Asia?

En 1938, Neville Chamberlain, escoltado por Edouard Daladier, cedió a Hitler los Sudetes, pueblos de minoría alemana bajo tutela checoslovaca, crreyendo que este se quedaría allí y que el canciller nazi se comportaría como un caballero. Ni Putin ni Xi Jinping son caballeros. Ojalá que el próximo presidente de Estados Unidos no sea un Chamberlain.

Guy Sorman

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *