¡Qué apropiada su querella, amigo fascista!

José K. se ha parado frente al escaparate y ha tenido un sueño. Se ve a sí mismo entrando en la tienda especializada, y tras agradable cháchara con el educado sastre, ha optado por el uniforme jurídico y desechado, por excesivo, el académico con su birrete, sus guantes, los cordones y la muceta. Se ha enfundado la elegante toga de alpaca peruana con el escudo bordado de magistrado, se ha aplicado las puñetas de encajes de bolillos, ha empuñado el mazo de juez y, con los ojos cerrados, comadrea: sentado en mesa adecuada, ¿qué sentiré? ¿Me cambiará la cabeza? ¿Notaré cómo se me va llenando de abstrusas, rigurosas, implacables leyes? ¿Advertiré la enorme trascendencia y gravedad del cargo? ¿Apreciaré cómo una ligera levitación me eleva un peldaño, dos si magistrado de la Audiencia Nacional, tres si del Supremo? ¿Me haré incorpóreo de pura espiritualidad jurídica?

Abre los ojos José K., se seca unas gotitas de sudor frío, y recuperado el pulso normal tras la taquicardia del mal sueño, aprieta la corpórea cachava y se encamina por el sol, que este año se ha vendido muy caro, hasta su mesa en el cafetín. Últimamente vive una pasión fogosa, arrebatada, ardiente, con su periódico de siempre. Por razones que no vienen al caso, ha tenido la desgracia -falsamente obligado por ridículos retos que ahora ve casi incompatibles con su edad- de tener que hojear a diario los muchos periódicos que se editan en la capital. Asustado, espantado, sobrecogido de lo que allí encuentra, vuelve todos los días, tras el hercúleo paseo por ese túnel de los horrores, a refugiarse en su diario de siempre, que si hasta ahora era amado, ahora es idolatrado. Y allí se refugia de los bombardeos fascistas, cuerpo a tierra, como la laboriosa abeja regresa a la colmena, el cegato topo a la topera, el bronco oso a la osera.

A José K. le ronda el sueño de la toga, claro, porque el llamado caso Garzón le tiene tan oscurecido el entendimiento como lóbrego el ánimo. Estamos -hoy ha amanecido con el mismo cabreo con el que ayer se acostó: furioso duermevela- ante una pesadilla inacabable de la que nunca saldremos, en la que la derecha judicial, abrumadoramente mayoritaria entre sus señorías, vergonzantemente asistida por unos comparsas celosos y a la vista de la pasividad de un Gobierno débil, temeroso, timorato, que a nada se ha atrevido ante su gremio en seis años y que nunca ve el momento de actuar, va a hacer todo lo posible y lo imposible para impedir que nos despertemos de este mal sueño. Porque saben que de hacerlo, les buscaríamos las cosquillas y entre muchos, muchísimos, les empujaríamos, hombro con hombro, para sacarles del fétido paúl en el que chapucean hasta algún claro donde pudieran ver de frente la decencia y la dignidad.

¡Son tantos los jueces que hacen y dicen cosas incompatibles con la razón! ¡Tantas las sentencias aberrantes, los razonamientos arbitrarios, los atropellos a la justicia vestidos, o mejor ocultados, como si de trajes de camuflaje se tratara, con pomposo lenguaje repleto de tecnicismos y latinajos! Duda nuestro hombre, reflexivo por estupefacto más que por impulso intelectual, si ese aligeramiento que sintió en su sueño de sentirse juez -seguramente una blasfemia, un reniego- no era sino el resultado de que una vez investido del citado atavío, se produce en quien lo luce el conocido fenómeno de los vasos comunicantes, y a la misma velocidad con la que entran los miles de legajos jurídicos, la masa del cerebro, la chola, se ensopa, y al licuarse se convierte en voraz sumidero del sentido común, sustancia incorpórea que José K. valora en grado sumo, tanto que está convencido de que el caletre se arma con más razón y mejor juicio cuando gana en su composición atómica a las leyes, mil y una veces manoseadas por políticos y jurisconsultos.

Así que ya pueden recitarle razonamientos jurídicos y autos de Audiencias o Supremos, que nuestro amigo no puede comprender cómo togados de tal rango utilizan artimañas de leguleyos como los timadores los décimos falsos de lotería. Pretende que la justicia sea un elemento activo en la lucha de las luces de la razón frente al oscurantismo del fanatismo, y no en cumplir unos legalismos discutibles. Porque para José K. avanzar en el progreso es otra cosa; es lograr, por ejemplo, que los fascistas no sienten en los banquillos a los garzones. Eso sí que es respeto a las normas democráticas y un avance, de verdad, en el Estado de derecho. Ésa es la utilización del sentido común y la dignidad, sin recursos ingeniosos a la "imaginación creativa" y filigranas de sabihondo.

Porque, y ellos lo saben, no es verdad que la justicia se haya visto impelida a procesar al juez ahora maldito. Para acabar con la iniciativa de Garzón había bastado la acción de la Sala cerrando el paso procesal al caso, como ya había ocurrido. Se le procesa porque el magistrado del Supremo Adolfo Prego admitió a trámite la querella de Falange Española. ¿Y quién es Adolfo Prego? Pues un personaje relevante en la fundación Denae (Defensa de la Nación Española) que hace un mes concedió, por ejemplo, el título de Españoles Ejemplares a esos infamantes personajes de la ultraderecha mediática que son Federico Jiménez Losantos y César Vidal, o que actúa de telonero del seudo historiador Pío Moa, al que refrenda su interpretación de que el golpe militar de Franco no fue en realidad sino una digna contrarrevolución para impedir que triunfara el golpe de Estado de 1934 de los comunistas para acabar con la República.

Así que este magistrado, despolitizado, ya ven, en lugar de decirle al representante de Falange Española haga usted el favor de bajar el brazo, que se le va a infectar el golondrino, acogió amorosamente su querella. Tan cariñosamente como se hizo con el falso sindicato Manos Limpias, oiga, miren, demuéstreme que son un sindicato de verdad, traigan los convenios que han firmado, el número de afiliados que tienen, y, sobre todo, expliquen qué pintan ustedes en esta historia de Garzón, y ya veremos qué se hace.

El mismo afecto con el que el magistrado Luciano Varela ha admitido, tan telendo, que el susodicho se sobrepasó en sus funciones, ¿no se pueden investigar en profundidad algunos de los crímenes del franquismo? Pues habrá que pensarse algo, y a lo mejor el muy progresista Varela podía echar una mano para retocar las leyes que hagan falta, la de Amnistía de 1977, 33 años ya, hecha a martillazos en mitad de la trabajosa transición, o la reciente de Memoria Histórica, tan reacia a trabajar la memoria como a conocer la historia. Porque seguramente si logramos que los jóvenes conozcan, incluso desde la enseñanza obligatoria, los excesos que se cometieron en la Guerra Civil, impediríamos dos cosas: que vuelvan los fanatismos y que los fascistas de hoy dejen de justificar, cuando no glorificar, los crímenes de Franco y sus conmilitones. Podrían conocerse, también, las villanías de la Falange -la dialéctica de los puños y las pistolas- que durante 40 años tuvieron vía libre para fusilar, encarcelar o humillar a los rojos y que hoy, qué risa, presumen de empurar a Garzón.

Retoma José K. el sueño del travestido, y se imagina en alto estrado, mesa de roble maciza y acostumbrada parafernalia, agitando levemente, como al desgaire, las ricas puñetas de encaje. Enarbola enérgico su mazo y dicta sentencia. En el banquillo de los acusados, los magistrados Luciano Varela, a la izquierda, y Adolfo Prego a la derecha. Por un momento, se ve a sí mismo largando una briosa filípica. Tanto, que conociendo qué ocurre cuando se le dispara la vena del cuello, opta por no revelarles a ustedes ni su contenido ni la sentencia en la que desemboca.

Pero sonríe porque imagina.

José María Izquierdo