¡Qué bien ha funcionado la Constitución!

Habrá que recalcarlo con energía, pues con frecuencia no paramos mientes en lo que está más a la vista: ¡es admirable lo bien que ha funcionado la Constitución durante el largo periodo que ha conducido a las elecciones generales del pasado diciembre!

De destacar, ante todo, el clima general de libertades, afianzado por aquella, que ha penetrado en la sociedad española, y que ha permitido que las más diversas alternativas y propuestas pudieran ser ofrecidas con toda naturalidad en la campaña, a través de los más variados procedimientos, por supuesto, los tradicionales, como mítines, carteles, prensa en sentido amplio o boca a boca, pero, también, con el uso sobresaliente de nuevos medios, como las redes sociales y los mensajes en los móviles. Las propuestas han llegado a todos los puntos de la geografía española, ciudades y pueblos, y creo que, si se descuentan pequeños incidentes inevitables, puede hablarse de una campaña modélica y serena, que se desarrolló con entera satisfacción, y en la que ha destacado la amplia participación. Un testimonio más de la pacífica convivencia, que por encima de las dificultades impera en la sociedad española, a la que no ha sido ajeno el manto protector de la Constitución del consenso.

Hay que anotar especialmente el masivo interesamiento por la política de parte muy destacada de la juventud, desde el interés de apostar por sus propias ideas, que se ha incorporado así al sistema constitucional, un sistema con evidente vocación de futuro, abierto por tanto al ingreso de las nuevas generaciones.

Qué bien ha funcionado la ConstituciónOtro logro, la presencia de nuevas fuerzas que antes no habían tenido oportunidad de saltar a la palestra, donde sobresale la amplia capacidad de convocatoria lograda por los penenes de Políticas, con su Podemos (y hablo de Políticas y no de la Complutense, pues como se sabe la Facultad de Políticas tiene unas características muy especiales que no se dan en los demás centros de la Universidad madrileña), así como el triunfo del patriotismo y del buen hacer que han sabido imbuir los de Ciudadanos. Sin olvidar el peso contundente que, a pesar de sus desfallecimientos, han logrado los dos partidos tradicionales, el PP, ganador de las elecciones, y el PSOE.

Pues bien, el aflorar de ideas y el debate, las críticas incluso acerbas y las propuestas, la condena de las malas prácticas y la sugerencia de fórmulas alternativas, la defensa de actuaciones pasadas y de los logros alcanzados, el hermanar las aspiraciones de futuro con el peso de la historia, ha sido posible porque la Constitución, que asume que la soberanía reside en el pueblo español, entiende que este debe renovar periódicamente a sus gobernantes, convocando por eso a los ciudadanos, que tendrán así oportunidad de revalidar o renovar a la clase dirigente, desde una encomiable llamada a la participación. Nadie será dueño del poder porque este lo van a administrar periódicamente los ciudadanos de todas las edades, viejos, mayores y jóvenes, convocados a buscar fórmulas para entenderse.

No dejarán de surgir paradojas en este complejo pero apasionante itinerario. La primera, en torno al clamor que algunos han alimentado de que, a pesar de sus virtudes, hay que cambiar la Constitución. A veces, quienes más gritan son los que más le deben, como esos políticos desleales catalanes que han decretado su abolición, cuando en ella se apoya todo lo que son (por cierto, que harán falta no pocos esfuerzos para intentar deshacer el entuerto y animar a los catalanes a que se encuentren a gusto en el amplio y confortable espacio de España). Acaso, serán necesarias algunas reformas, sí, pero, ante todo, que se diga qué es lo que no ha funcionado para enderezarlo, pues lo que no cabe es una descalificación global como algunos auspician o sugieren. Sería importante así, por poner un ejemplo sobresaliente, que la educación se gestione desde el Estado para que no la conviertan en escuela de desleales. Pero habrá que pensar muy mucho lo que se hace, ante todo porque hay que concertar muchas opiniones para que la reforma sea posible, también porque muchas de las lacras o disfunciones que se censuran no son achacables a la Constitución, sino a su falta de aplicación, aparte de que no pocas de las aspiraciones pueden lograrse sin tocar el texto de aquella. Por supuesto, nada tienen que ver con la Constitución ni la crisis económica ni la burbuja inmobiliaria, el amiguismo o el que algunos roben descaradamente. A nadie se le oculta que los ladrones, antes o después, tendrán que rendir cuentas ante el juez, como establece el sistema constitucional.

Segunda paradoja, bien sorprendente, que quiero recalcar con fuerza. Al enjuiciar la nueva situación se ha cantado con alborozo el fin del bipartidismo, el que haya que pactar y el que los partidos tradicionales pierdan su tradicional peso. El resultado electoral nos ha conducido sin duda a un auténtico laberinto, que no deja de producir zozobra, pero que tampoco debe desmoralizar. Pues bien, me da la impresión de que el hilo de Ariadna capaz de facilitar la salida, si se desecha la fórmula de nuevas elecciones, tan costosa y laboriosa, que a nadie debiera interesar, pasa por algunas fórmulas de entendimiento –y uso intencionadamente una expresión en la que tienen cabida muchas soluciones diferentes–, entre los dos grandes partidos tradicionales, el Popular y el Socialista, forzados a buscar puntos de encuentro, superando la acritud, el palpable distanciamiento y las resistencias aparentes. Puntos de encuentro que uno piensa debieron haberse dado desde que estalló la tan destructora crisis económica. De modo que emergieron nuevas fuerzas, sí, pero se mantiene indudable peso de las tradicionales, en cuyas manos está principalmente, tras la debida y compleja preparación y concienciación, y tras el sin duda laborioso proceso de acuerdo, la salida del laberinto en que nos encontramos. Por supuesto, sin desdeñar la colaboración de las nuevas fuerzas. Paradójico, ¿verdad? Creo sinceramente que es la dura y pura realidad, por muy ilusoria que parezca. Por supuesto, dentro de un Parlamento plural, en el que a la hora de ir tomando las medidas concretas habrá que tener en cuenta las diversas voces. Y no se olvide: ¡muy presente siempre, que la Constitución es un valiosísimo patrimonio común, que a todos nos protege y defiende, y que todos debemos defender y respetar!

Lorenzo Martín-Retortillo Baquer, catedrático honorífico de la Universidad Complutense y miembro del Colegio Libre de Eméritos.

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