¿Qué cambio?

El ansiado cambio tiene fecha: 20-D. ¿Pero de qué cambio se trata? Depende de las formas y contenidos de ese cambio así como de quienes lo impulsen. Lo que es seguro es el cambio del sistema político porque ya se ha producido. Hemos pasado del bipartidismo imperfecto al cuatripartidismo imperfecto, aunque las proporciones relativas de los cuatro principales partidos en términos de repartición de votos varían de semana a semana, con un 40% de indecisos.

Más aún: en el ámbito de las nacionalidades minoritarias se da un fraccionamiento mayor. Y las nuevas coaliciones electorales son diversas en cada territorio porque articulan proyectos compatibles pero claramente autónomos, como En Comú Podem, Compromís-Podem, las mareas gallegas, las coaliciones de las Illes y diversas expresiones de ámbito local. La victoria de las candidaturas alternativas en las municipales y autonómicas de mayo ha conducido a un movimiento electoral mucho más amplio que Podemos, aunque se nuclee en torno a esta formación en el ámbito del Estado. El paisaje político ha cambiado irreversiblemente. Muy difícil será en el futuro (imposible a corto plazo) que un partido tenga mayoría suficiente para gobernar sin apoyos. Y mayorías absolutas sin coalición son ya un recuerdo histórico. El bipartidismo resiste pero ya está por debajo del 50% entre los dos partidos tradicionales. El duopolio de poder ha terminado.

El segundo gran cambio es que a la oposición entre izquierda y derecha (que persiste porque las diferencias de clase no se han desvanecido y las ideologías prolongan su historia) se suma una diferenciación marcada entre lo viejo y lo nuevo, entre los votantes nacidos con la democracia y sus mayores. Observamos dos ejes con cuatro polos que se combinan entre sí. De modo que se han renovado a la vez la derecha, con Ciudadanos, y la izquierda, con Podemos, como analizó Jaime Miquel. Ambos son partidos que tratan de romper con viejas formas de hacer política estructuradas por los aparatos, utilizando las instituciones a su servicio, basados en redes clientelares y abiertos a la corrupción sistémica. Y algo semejante ocurre en las nacionalidades con respecto a los partidos dominantes, CDC y PSC en Catalunya. Cada época tiene su izquierda y su derecha y aunque el proceso de renovación apenas comienza, la obsolescencia de los viejos partidos en su relación con la sociedad ofrece la posibilidad de expresar en la política nuevas formas de pensar y vivir, al tiempo que se reafirman viejos anhelos de una política limpia y democrática.

Ahora bien, lo importante son los cambios en la vida de las personas. De modo que, viejo o nuevo, ¿podría tratarse, como en la célebre frase de Giuseppe di Lampedusa, de que todo cambie para que todo siga igual? Con la irrupción de nuevos actores políticos algo ya ha cambiado: las formas de la política, lo cual condiciona los contenidos de las políticas. El énfasis en la lucha contra la corrupción y el desprestigio de las maquinarias partidarias han penetrado la sociedad y han obligado al Partido Socialista (en menor medida al Partido Popular) a hacer propósito de enmienda. Y aunque nadie garantiza que los nuevos no acaben como los viejos, resulta que el único capital político que tienen es esa promesa de limpieza y participación. Si la incumplen se desintegrarán rápidamente. Están obligados a ser buenos para prosperar.

¿Y los contenidos de las políticas? Aquí es donde el futuro depende del pasado. PP y PSOE no son creíbles más que para sus fieles, por eso han perdido casi la mitad de sus votos. Podemos son los únicos que plantean un cambio sustancial de políticas en términos sociales. Por eso han sido los más atacados y por eso la creencia es que no pueden ganar porque la gente tiene miedo al cambio. Ciudadanos plantea un cambio de formas democráticas, lo que es básico, pero no del Estado (en particular con respecto de Catalunya) ni de política económica, alineada con la ortodoxia económica liberal. Por eso se piensa en Albert Rivera como fuerza de apoyo para que el Partido Popular siga gobernando dada su coincidencia en política económica. Pero no está tan claro. Porque el juego político tiene autonomía con respecto a las lógicas sociales que lo subyacen. Ciudadanos, apoyado por buena parte de la élite financiera que parece haber amortizado a Rajoy, tiene interés en debilitar al PP y proponerse como alternativa de derecha moderna. Aunque en el corto plazo el enemigo principal es el PSOE, porque es más vulnerable y su derrota dejaría un amplio espacio de centro en el que Ciudadanos podría ser ya alternativa de gobierno.

¿Y Podemos? Esperan. Esperan en ser los únicos en recoger el descontento no sólo de formas sino de fondo, evitando que los etiqueten de revolucionarios. Tienen poder municipal y autonómico, van a ganar, en coalición, en Catalunya y Valencia y son los únicos que saben de verdad manejar las redes. No harán coaliciones sin programa pero acumularán poder proyectando ser agentes del cambio social como ya lo han sido del político.

¿Y la elección en todo esto? En una situación tan volátil los debates televisivos resultarán decisivos. En el debate a cuatro quedó gravemente dañado Sánchez y resurgió Iglesias, permitiendo una remontada de Podemos. El debate entre Rajoy y Sánchez, moderado como todos los anteriores debates presidenciales por el periodista independiente Manuel Campo Vidal, será definitorio. Pero paradójicamente pueden perder los dos. Si Sánchez pierde será el golpe de gracia. Y si pierde Rajoy, tras un duelo dialéctico, los ausentes cobran ventaja porque ya estarían fuera del alcance del fuego cruzado de los partidos de siempre. Sería simbólico el que los dos grandes partidos, castigándose duramente, perdieran en beneficio de los pretendientes. A menos que se besen y se descubra el tongo. En último término, usted decide. Lo demás es ideología.

Manuel Castells

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