¿Qué debería hacer Macron ahora?

La victoria del Presidente francés Emmanuel Macron sobre la lideresa de extrema derecha Marine Le Pen ha sido ampliamente bienvenida en Europa y el extranjero. Después de todo, si bien Le Pen abandonó su antigua idea de echar al euro por la borda, todavía ve a la Unión Europea como una amenaza a la soberanía francesa, una fuerza que impide que el gobierno proteja al pueblo francés de los peligros de la globalización.

Entre otras cosas, Le Pen quería reconsiderar la alianza franco-germana (piedra angular del proyecto europeo desde sus comienzos), abandonar el comando militar común de la OTAN, y buscar la reconciliación con Rusia, a pesar de su invasión a Ucrania. Su admiración hacia el Presidente ruso Vladimir Putin tiene motivos ideológicos: supuestamente defiende a la civilización cristiana contra los musulmanes y comparte su desprecio por los derechos LGBT. Pero la afinidad es también sicológica y financiera. Le Pen y el resto de la extrema derecha ansían un hombre fuerte, y en 2014 su partido recibió un préstamo por €9,4 millones ($10 millones) de un banco ruso.

Pero mientras que la victoria de Macron sobre Le Pen en 2017 generó grandes muestras de entusiasmo (la portada de The Economist lo mostró caminando sobre el agua), su reelección causó apenas un suspiro de alivio. Macron no satisfizo las altas expectativas que los europeos tenían sobre su primer mandato. Algunas de sus dificultades, como las protestas de los “chaquetas amarillas” (gilets jaunes) y la percepción de que es un “presidente de los ricos” fueron de su propia responsabilidad. Otras, como la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos, el Brexit y luego la pandemia de COVID-19, lo enfrentaron a pruebas para las que no siempre estuvo preparado.

En momentos en que Europa se enfrenta a una salvaje guerra en sus mismas fronteras, el nuevo paisaje estratégico no parece favorecer la agenda sostenida por Macron en 2017. Puesto que la invasión de Rusia a Ucrania es una clara violación al derecho internacional, eso impide cualquier iniciativa de colaboración ruso-francesa en los próximos años, al menos mientras Putin siga en el cargo.

Se trata de un gran cambio. Desde la presidencia de Charles de Gaulle y la creación de la Quinta República en 1958, las relaciones con el Kremlin han sido un elemento que caracterizaba la política de seguridad francesa. Debido a su propio poder nuclear disuasivo, Francia siempre tuvo menos temor a Moscú y dependía menos del paraguas nuclear estadounidense que otros países europeos. Aliados, pero no siempre alineados con EE.UU., los sucesivos presidentes franceses veían el involucramiento con la Unión Soviética, y después con Rusia, como una manera de preservar el espacio de maniobra de Francia.

Cuando Macron llegó al poder en 2017, su objetivo era impulsar la “autonomía estratégica” de Europa, es decir, hacerla menos dependiente de EE.UU. En 2019 explicaba que eso era necesario porque la OTAN estaba en “estado comatoso”.

Pero, gracias a Putin, la OTAN es hoy más fuerte y está más unida que en varias décadas. Cada país europeo reconoce que, en lo concerniente a la seguridad, la OTAN es el único actor relevante y que EE.UU. sigue siendo la única fuerza capaz de disuadir una agresión rusa más extendida. Si bien la credibilidad estratégica estadounidense quedó en cuestión por su caótica retirada de Afganistán el año pasado, ahora la ha recuperado. Al dejar en claro que EE.UU. no desplegará tropas para proteger un país que no sea miembro de la OTAN, el Presidente estadounidense Joe Biden ha fortalecido el incentivo para que países como Suecia y Finlandia abandonen su neutralidad y se unan a la alianza.

En estas circunstancias, la promesa previa de Macron de una mayor autonomía frente a EE.UU. repentinamente adquiere un cariz más bien frívolo para muchos líderes europeos. Por ahora, es el proyecto francés de una autonomía estratégica europea el que ha pasado a un estado comatoso. Restaurar las relaciones con el Kremlin podría tomar años. Si Macron insiste en presionar por autonomía, Europa seguirá dividida.

Más allá de Europa, los esfuerzos de Francia por ayudar a los gobiernos del Sahel africano a contener una rebelión islámica también se encuentran en problemas. Las luchas ya han hecho polvo el vínculo entre Francia y Mali, y no está en el horizonte una victoria contra los grupos extremistas regionales. La situación es similarmente sombría en África, en términos más generales. No solo Francia ya no es el policía de África, sino que su prestigio se está deteriorando rápidamente. Una razón es la creciente popularidad de figuras racistas de ultraderecha en Francia, pero otra es que el país ha estado menos dispuesto a mantener vínculos con regímenes autoritarios francoparlantes.

También es problemática la situación en Oriente Medio y el Norte de África. El Líbano se encuentra sumido en crisis políticas y financieras que Macron no puede resolver. Los conflictos internos de Argelia están dañando sus relaciones con Francia, a pesar de los sinceros esfuerzos de Macron por reflexionar con honestidad sobre el legado del colonialismo y la brutal guerra de independencia. Y, tras haber sido un activo participante en las iniciativas para solucionar el conflicto entre Israel y Palestina, Francia, al igual que el resto de la comunidad internacional, en gran medida ha abandonado esa causa.

¿En qué áreas el característico dinamismo de Macron podría hacer un aporte eficaz? La primera que se nos viene a la mente es la lucha contra el cambio climático. Tras ser país anfitrión de la exitosa cumbre de 2015 que produjo el acuerdo climático de París, Francia tiene sólidas credenciales para un liderazgo global en este ámbito. Más aún, las políticas verdes que se orientan al futuro se han vuelto cada vez más populares en todo el planeta, específicamente entre los jóvenes, cuyo apoyo Macron necesita recuperar.

Es probable que Macron sea un fuerte adalid del multilateralismo, que se ha visto afectado en estos tiempos de nacionalismos populistas. Sin duda, la crisis del multilateralismo es uno de los problemas estratégicos más urgentes de Europa y el mundo. Aquí también Francia puede asumir un liderazgo legítimo, dado que Macron puso este tema al centro de su campaña. Francia tiene el poder suficiente como para influir en los asuntos globales, pero no para actuar unilateralmente. Con su alto perfil global, Macron podría colaborar con Japón, Alemania, India y otros países para forjar un frente unido en defensa del sistema multilateral.

Por último, la Francia de Macron –en estrecha colaboración con Alemania y con la UE, en términos más amplios- puede ayudar a asegurar que la confrontación entre el Occidente y Rusia sobre Ucrania no escale a un enfrentamiento global más peligroso entre países autoritarios y países democráticos. Eso es lo último que necesitan Francia o Europa.

Pascal Boniface is Director of the French Institute for International and Strategic Affairs (IRIS). Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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