¿Qué futuro tiene Izquierda Unida?

El reciente reemplazo en el liderazgo de Izquierda Unida actualiza la cuestión del futuro de esta formación y la posible influencia que la misma pueda tener en el mapa político español en los próximos años. La elección de Cayo Lara, el candidato auspiciado por el Partido Comunista, sin duda va a traer cambios estratégicos de alcance respecto a lo que ha sido la dirección de Gaspar Llamazares. Aquí se intenta analizar esta nueva situación desde la perspectiva de la historia y la dinámica electoral de estos años para plantear la cuestión de la viabilidad futura de esta formación.

Es preciso comenzar por la historia. Si analizamos la historia electoral de este período democrático (las 10 elecciones generales celebradas), considerando como una misma formación al PCE y a IU, vemos que, desde el punto de vista de los resultados, esta formación ha exhibido una notable volatilidad, que permite en conjunto hablar de una situación dual en el quantum de representación: el PCE e IU han tenido dos períodos de relativa relevancia electoral, desde 1977 hasta 1982 el primero, y desde 1989 hasta 2000 el segundo, en la región del 10% del voto válido, y dos períodos de cuasi irrelevancia, en torno al 5% o algo por debajo de esa marca entre 1982 y 1989 y a partir de 2000.

No es normal que, en dos ocasiones, una formación política pierda la mitad de su espacio electoral. No es normal, porque lo normal en esos casos es que no se recupere del primer golpe y desaparezca o se subsuma en otra. Sin embargo, IU remontó la casi desaparición del PCE en 1982 y, de hecho, en 1996 casi iguala el techo electoral que estableció en 1979.

Esto nos alerta sobre una pista de importancia. ¿Hay tanta continuidad electoral como se da por supuesto entre el PCE e IU? A juzgar por los resultados de 1986, primera comparecencia electoral de IU, parecería que sí. A juzgar por lo que pasa más adelante, se diría que no. Recordemos que IU nace como un movimiento aglutinado por la heterogénea oposición a la OTAN con ocasión del referéndum de 1986, en el que se dan cita, claramente bajo la égida organizativa del PCE, izquierdismos de muy vario pelaje, un incipiente ecologismo, desencantados con la deriva socialdemócrata del PSOE y no pocos intelectuales y artistas (parte de los cuales habían apoyado al PSOE cuatro años atrás) especialmente activos en el movimiento anti-OTAN.

Pues bien, la aparente continuidad electoral con el PCE que los resultados globales de IU en 1986 parecen sugerir (IU prácticamente repite los resultados del PCE, con una imperceptible mejora, inferior a 0,6 puntos porcentuales, respecto a aquéllos) resulta discutible tanto por la distribución territorial del voto, que muestra un patrón errático de subidas y bajadas, como, aún más claramente, por lo que los datos de las encuestas postelectorales apuntan. Así, de acuerdo con la encuesta postelectoral del CIS de 1986, menos de la mitad de los votantes de IU en 1986 habían votado al PCE en 1982. El 40% de los votantes del PCE de 1982 tenían menos de 35 años, frente al 61% de los votantes de IU de 1986. Es decir, hay un cambio de importancia en la composición del electorado de IU respecto al que en las tres elecciones en que concurrió como tal tenía el del PCE. IU atrae más voto joven, mejor insertado económica y culturalmente que el voto comunista tradicional, con menor peso de la base obrera y mayor de las clases medias emergentes. Ese cambio se hace más intenso a lo largo de las siguientes elecciones, de tal suerte que el electorado de IU en 1996 (su techo como tal) se parece ya bastante poco al electorado del PCE en 1979 (techo electoral del PCE).

Este asunto no tiene tan sólo -ni principalmente- un interés teórico o académico. Atañe a las posibilidades de reemergencia electoral de esa formación y, por tanto, a la configuración de la izquierda en España y, en última instancia, al equilibrio político general. Puesto que la cuestión que en última instancia se dilucida es si el confinamiento a la irrelevancia electoral de IU (3,70% del voto válido y dos escaños en 2008) es definitivo y, por tanto, la izquierda de ámbito nacional queda unificada en torno al PSOE (como lo está la derecha de ámbito nacional en torno al PP desde 1993) o bien se mantiene una fuerza electoral nacional a la izquierda del PSOE como partido electoral y parlamentariamente relevante.

Lo que la historia de IU nos dice es que su mayor prosperidad electoral se ha asociado a momentos de declive político del PSOE y también de fuerte confrontación con aquél (1993 y 1996). Pero también nos dice esa historia que su mayor caída -la de 2000- se produce en la elección en la que más cae también el PSOE y en la única ocasión en que ambas formaciones han firmado un acuerdo formal (aunque muy limitado) de coalición para el Senado. Pero no cabe excluir tampoco la importancia del liderazgo como factor explicativo: recordemos que la valoración popular de Julio Anguita llegó a ser entre 1994 y 1996 la más alta de todos los líderes, por encima de González y Aznar, y aunque es evidente que la tracción electoral de esa consideración era limitada, parece excesivo imaginar que fuera nula.

La cuestión es que, tras el gris liderazgo de Llamazares -como todos sus predecesores al frente de IU, miembro a su vez del PCE-, este partido, que ha encontrado en IU el mecanismo para no sufrir nunca un desgaste electoral mediante la técnica de no presentarse como tal a las elecciones, ha decidido optar por un comunista hardcore como es Lara para ponerlo al frente de IU. Pese a que las externalidades -crisis económica, elevado desempleo- le favorecerían y pese a que ese liderazgo se va a mostrar mucho más combativo respecto al PSOE, mi pronóstico es que el declive electoral de IU no se va a detener. La salida -o, más bien, el enroque- que la elección de Cayo Lara supone va a hacer de esta IU un vehículo aún menos apto para dar un cauce electoral atractivo a la izquierda volátil (en la expresión de César Molinas), dentro de la que el componente comunista es mucho más débil de lo que el predominio del PCE dentro de IU llevaría a imaginar.

Así las cosas, la gran cuestión es qué va a ser de ese caudal electoral derelicto que podría dejar huérfano la volatilización de IU. Aun en esta debacle, a IU la han votado casi un millón de electores, volumen más que sobrado para decantar el resultado global de una elección tan disputada como vienen siendo -con la sola excepción de 2000- todas nuestras elecciones desde 1993.

Caben varias posibilidades, y gradaciones entre ellas. Una, la de que buena parte de ese electorado continúe emigrando hacia el PSOE (como, según la encuesta postelectoral del CIS, ya han hecho el 21% de los votantes de IU de 2004 en estas últimas elecciones). Otra, que la parte más genuinamente volátil de ese electorado se volatilice en efecto de las urnas y engrose la abstención. Y la tercera, que me parece la menos probable, es la de que, bajo una dirección como la que ha elegido IU, sea capaz de retener el voto de esta última elección. Siempre habría una cuarta, la que sugiere Almudena Grandes (Al rojo vivo) de fundar un partido, no una coalición, de izquierda nueva entroncada con valores y principios propios de lo que llama la escritora el "republicanismo", aunque no está muy claro qué es lo que quiere decir con ello, fuera de indicar que se trata de recuperar espacios de intervención ciudadana desde la base para oponerse al dictado conservador o reformista de los grandes partidos. La autora cree que el surgimiento de nuevos partidos de izquierda en Suecia o Alemania da la pauta.

Tengo mis dudas. La principal es que no se ve muy bien de dónde podría salir ese impulso en estos tiempos.

José Ignacio Wert, sociólogo y presidente de Inspire Consultores.