¿Qué ha pasado?

Lo acostumbrado en estos casos es identificar una supuesta voluntad o mensaje del electorado como guía de lectura de los resultados. Algo en sí mismo absurdo, pues el electorado no habla con una voz ni emite un solo mensaje sino múltiples y contradictorios. Por ello, si queremos determinar lo que ha pasado ayer, lo que tenemos que hacer es identificar la consecuencia determinante de la polifonía partidista que se ha registrado. Que no es otra, a mi juicio, que el de la mayoría no nacionalista.

Las nuestras no son unas elecciones presidenciales, en las que el candidato que gana sale elegido presidente de gobierno. Son unas elecciones parlamentarias, en las que será presidente quien reciba más votos parlamentarios en el futuro. Si se quería que gobernase el partido más votado, se habría hecho otro sistema más anglosajón. No se hizo, y por eso es finalmente irrelevante que el PNV haya ganado las elecciones, porque no tiene mayoría para gobernar. Y el 'second best' que es el PSE sí la puede concitar: ése es el punto clave y ése es el tan anunciado 'cambio': el fin de un ciclo prolongadísimo de gobiernos nacionalistas.

Una advertencia se impone ya de entrada a la hora de analizar el cambio político en Euskadi: su amplitud y sus efectos van a venir determinados mucho más por la reacción social que se va a producir al ver el gobierno en manos no nacionalistas que por el juego estricto de los pactos y las alianzas que se produzcan. La ciudadanía va a experimentar probablemente una tal sensación de ruptura progresiva de ataduras que sus consecuencias pueden llevar los efectos del cambio mucho más allá de lo que predeciría cualquier cálculo político inicial. El cambio real es empezar a vivir en otro escenario, en uno en que la hegemonía ideológica nacionalista se ha quebrado, en el que podemos pensarnos como colectivo de muchas formas, no de una sola. El cambio es, al final, cambiar en cómo nos vemos a nosotros mismos.

Para los partidos no nacionalistas empiezan unos meses arduos: deben leer correctamente los resultados y deben estar a la altura de lo que esos resultados les exigen. El PSE puede sentir el vértigo del protagonista novato que se descubre solo en las alturas e intentar apoyarse en un PNV a modo de segura muleta de gobierno. Puede que, probablemente, Madrid presione en esta dirección. Pero una tal salida sería tanto como adulterar el cambio prometido y esperado. Por su parte, PP y UPD pueden sentirse tentados a regatear o condicionar su voto a Patxi López en la investidura parlamentaria: sería una postura antinatural y, lo que es peor, suicida a medio plazo. Si los partidos no nacionalistas retroceden estos meses ante el vértigo que provoca el cambio estarán cavando su tumba a medio plazo, pues demostrarán que no se conciben a sí mismos como dueños de su destino, sino como eternos ayudantes de los verdaderos dueños.

Una obviedad: el cambio lo lideran los socialistas, luego debe permitírseles que lo lideren a su gusto y a su manera: es su tiempo. Es legítimo intentar influir en ellos, no lo es tratar de imponerles una visión del cambio que no es la suya, o negarles ya de entrada su opción política invocando el orteguiano 'no es eso, no es eso'. Es evidente que la opción política del PSE es bastante tímida y alicorta, que su ideal para el gobierno de Euskadi se limita en principio a borrar la década soberanista y volver a los felices y transversales tiempos de Ardanza, tal como su líder se ha hartado de decir en las elecciones. El riesgo que corren es el de degradar lo que todos llamamos 'el cambio' en algo que sea simplemente 'un cambio'. Convertir un cambio de régimen en un simple cambio de gobierno.

Los socialistas, basta analizar con profundidad su trayectoria en la última década, han adoptado como propia la política de la identidad de cuño nacionalista. Aunque su retórica sea ciudadana, en la cuestión clave de la 'construcción nacional' han abrazado una visión nacionalista light, que sólo se diferencia de la original en los tiempos y en los métodos (que ya es mucho). Ellos son mucho más progresivos y respetuosos de la realidad social, pero su visión de la vasca futura es la de una sociedad cohesionada por un sentimiento identitario común, algo a lo que llaman vasquismo. Los ejemplos del gobierno catalán y gallego son demasiado elocuentes como para ignorar por donde van las simpatías políticas socialistas. Sólo cuando se trata de la construcción del Estado (no de la sociedad, sino del Estado), aparecen diferencias radicales entre socialismo y nacionalismo.

Muchos somos conscientes, en Euskadi y en España, de estas limitaciones de los socialistas. Pero nunca puede esa conciencia llevar a nadie a dejar de colaborar para que el cambio, por tímido que sea, comience. Patxi López se presentará en la investidura sin ningún apoyo pactado, casi con seguridad, y debe salir de ella investido presidente para que haga el gobierno que desee. Probablemente uno minoritario durante por lo menos media legislatura. Porque, ésa es la otra parte, el PNV debe pasar a la oposición para poder efectuar su propio tránsito modernizador, para enfrentarse a su demonio soberanista y decidir de una vez por todas qué quiere hacer con él. Porque lo de esta noche, por muy aparente que parezca, se debe en gran parte a un préstamo envenenado de los radicales.

Sólo entonces, cuando todos se hayan demostrado a sí mismos que son actores con la misma capacidad y legitimidad, vendrá el tiempo del gobierno transversal consociativo que tanto nuestro país como la crisis económica reclaman.

José María Ruiz Soroa, abogado.