¿Qué hace falta para descarbonizar la economía?

Hace tiempo había dudas sobre el cambio climático. Ahora hay evidencia científica que demuestra que la alteración del clima no es un problema del futuro sino del presente. Sus efectos ya se observan en todas las regiones del planeta, incluso con más frecuencia e intensidad de lo pronosticado por los científicos.

Pero el mayor problema no es el pasado o el presente, es el futuro cercano. En la cumbre del clima de Katowice (COP24) los países se han puesto a última hora de acuerdo rebajando los objetivos de reducción de emisiones derivados del Acuerdo de París. Ahí se forjaron las líneas maestras de un plan de acción a nivel internacional con objeto de limitar el calentamiento global a 1,5ºC, lo que ayudaría a reducir considerablemente los riesgos e impactos del cambio climático en el mundo. Ahora pesan más los intereses nacionales y electorales que el bien común, presente y futuro.

El secretario general de la ONU, Antonio Gutierres, había advertido que una falta de acuerdo “no sólo sería inmoral, sino suicida”. Es suicida porque el reciente informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) alerta de que el planeta está en la senda de un calentamiento global cercano a los 3ºC, con consecuencias mucho más devastadoras de las que ya estamos observando en la actualidad, y muy lejos de lo establecido en París. El IPCC señala que es imprescindible hacer un esfuerzo mucho más agresivo y concienciado. Necesitamos acelerar el giro hacia las energías más limpias, es decir, asumir una apuesta clara por la descarbonización total de la economía.

¿Cómo se puede conseguir esto? Para descarbonizar, no queda más remedio que electrificar la economía, aumentando además el porcentaje de demanda eléctrica cubierta con recursos renovables. Es el único camino posible y hoy es factible. Porque los costes de la generación renovable se han reducido desde 2011 un 88% en la energía solar fotovoltaica, un 78% en la energía eólica terrestre y un 71% en la eólica marina.

Y este camino factible está pavimentado de movilidad sostenible, especialmente eléctrica, de autoconsumo y generación distribuida y de baterías como un agente más del sistema eléctrico. Pero el pavimento se sustenta sobre una base: las redes eléctricas que van a tener que estar preparadas para poder integrar toda esta nueva potencia renovable de carácter intermitente asegurando el suministro conforme a las exigencias de los consumidores. Así, las redes eléctricas se tienen que convertir en el elemento fundamental capaz de integrar en el sistema los nuevos puntos de conexión, ya sea a través de la conexión de baterías, vehículos eléctricos o instalaciones de autoconsumo, siendo capaces de gestionar flujos de electricidad bidireccionales y de adaptarse a todas las nuevas necesidades que van a ir surgiendo a los nuevos consumidores, que ya se empiezan a denominar prosumidores.

En estos momentos de cambio, las redes eléctricas se van a convertir en el catalizador de la transición energética. Su valor no va a estar en el mero transporte de la electricidad, sino en todos los servicios de valor añadido que van a ofrecer.

Pero para hacer realidad esta transformación, es necesario dotar de inteligencia, automatización y digitalización a las redes. Estas mejoras en las redes eléctricas hacen necesario acometer inversiones, sostenidas en el tiempo, bajo un marco regulatorio estable, que se estiman en unos 2.500-3.500 M€ anuales hasta 2030, según un informe publicado recientemente por la consultora PwC. Así, es fundamental no solo la fijación de un marco regulatorio adecuado para conseguir las inversiones necesarias en renovables sino también prestar especial atención para que el marco regulatorio referido a las redes sea capaz de generar las inversiones y digitalización que se requiere.

Ya no hay opción y tampoco hay marcha atrás. El cambio climático está aquí y la transición a largo plazo es ineludible. Sin embargo, a corto plazo, esta transición sólo va a arrancar en algunos lugares del mundo, el resto están demasiado ensimismados en sus intereses particulares. En España, tenemos una oportunidad única de liderar esa transformación que generaría sustanciales beneficios económicos y sociales. Para ello, basta con descarbonizar decididamente la economía, electrificándola e integrando completamente las tecnologías renovables ya competitivas económicamente. Ahora bien, esto no será posible sin dotar al sistema de unas redes eléctricas modernas, digitales y automatizadas capaces de integrar a todos los nuevos agentes, impulsores decididos de una transición energética tan deseada como posible.

Julio Lumbreras es profesor de la Universidad Politécnica de Madrid y Visiting Scholar en la Universidad de Harvard.

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