¿Qué hacemos con ‘Lolita’?

Miedo y hostilidad: es la reacción de muchos ante el movimiento #Metoo, es decir, ante el feminismo aplicado a la cultura. Creadores, intelectuales, se inquietan por la libertad de creación; temen que la ideología se imponga a la calidad como criterio supremo; y afirman el derecho del arte de representar el mal.

Este último argumento me parece el más interesante y en él me voy a concentrar. No podemos exigir, nos dicen quienes así piensan, a las novelas, películas, óperas... que pinten un mundo edulcorado, políticamente correcto, con personajes positivos y acciones moralmente irreprochables. El arte que así lo hiciera sería falso. Tomemos, por ejemplo (es de hecho su ejemplo favorito) Lolita: la historia de un hombre maduro, Humbert Humbert, al que le gustan las niñas. El mundo, nos dicen, está lleno de Humberts. ¿Qué ganaríamos censurando su reflejo literario?

¿Qué hacemos con ‘Lolita’?Acepto el reto: tomemos Lolita. Y lo primero que veo es que es una historia de violencia ejercida por un hombre contra una mujer. Qué curioso: quienes defienden la legitimidad de representar artísticamente el mal, nunca reparan en el detalle de que el mal en cuestión suele ser el de los poderosos (varones, occidentales, blancos, de clase media o alta) contra los subalternos (mujeres, colonizados, de otras razas o pobres). ¿Quizá si esos intelectuales tan preocupados por la libertad del arte para mostrar la violencia, no pertenecieran al grupo de los potenciales artistas sino al de las potenciales víctimas, lo verían de otra manera?... Pero Dios me libre de ser tan mal pensada. Sigamos con el argumento: es necesario que el arte hable del mal.

Por supuesto, estoy de acuerdo. El mal existe y el arte debe reflejarlo. La cuestión es cómo. Comparemos, por ejemplo, dos cuadros que nos muestran la violencia de un hombre contra una mujer. En el de Tiziano La violación de Lucrecia, un hermoso joven, ricamente ataviado, blande un puñal ante una hermosa mujer, sugestivamente desnuda y enjoyada. Es un cuadro muy bello, que evita lo escabroso (no hay sangre, ni la violación es explícita)... y muestra una constante de la cultura patriarcal: la que consiste en estetizar, erotizar, edulcorar, la agresión masculina y el sufrimiento femenino, desde los bellos raptos, violaciones y suicidios mostrados en pintura y escultura (Dido, Lucrecia, las sabinas...), hasta la modelo semidesnuda con una soga al cuello en un desfile de David Delfín, pasando por las heroínas suicidas del belcanto y los simpáticos violadores de Almodóvar. Muy distinto es Unos cuantos piquetitos de Frida Kahlo, en el que un hombre sonríe satisfecho ante el cadáver desnudo (solo lleva un zapato) de una mujer. La fatuidad de su sonrisa, el baño de sangre, la incongruencia del zapato... todo provoca en el espectador un escalofrío que no suscita la obra de Tiziano.

En su novela, Nabokov nos presenta la violación de Lolita como Tiziano la de Lucrecia en su cuadro. ¡Qué atractiva es Lolita, qué erótica su indefensión! ¡Qué seductor es Humbert! ¡Qué enamorado está! Pobre, no le queda más remedio que casarse con la (insoportable) madre de Lolita para acercarse a su amada, y cuando por fin la madre muere, él rapta a la niña y la viola cada noche. Es reprobable, claro, pero el pobre Humbert está tan enamorado... (Sí, ya sé. Nabokov condenaba a Humbert. Pero aquí no analizo las opiniones del ciudadano Nabokov, sino la novela, fuera cual fuese la intención consciente de su autor). Hasta la Providencia parece estar de su lado: él planea asesinar a la madre de Lolita, pero no necesita mancharse las manos, pues el azar la hace morir atropellada; es detenido y juzgado, pero un oportuno infarto le hace escapar a la humillación de una condena... Humbert resulta, en fin, un caballero encantador, y quienes se oponen a sus designios, intentando proteger a la niña, nos son descritas (se trata siempre de mujeres mayores) como personajes odiosos y ridículos. O aunque no intenten proteger a nadie: en Lolita, las mujeres mayores, especialmente si tienen algún poder, siempre resultan ridículas y odiosas. Otra constante de la cultura patriarcal.

¿Lolita representa el mal, pero en nombre de la libertad y de la calidad artística (nadie niega que sea una gran novela), debemos abstenernos de criticarla, como nos piden sus defensores? Ay, qué pena, hay un problema: la novela está escrita de tal modo que consigue hacernos olvidar que está mal violar niñas. No es casual que haya sido y siga siendo casi unánimemente definida como “una historia de amor”. Recordemos que claramente, Lolita no desea tener relaciones sexuales con ese hombre que cuadruplica su edad y que ha sido el marido de su madre. Recordemos que él la tiene en su poder (es su tutor legal), la vigila, impide que pida ayuda y la somete a violencia física. Recordemos que Lolita llora amargamente cada noche después de que él la viole. ¿“Amor”?...

Llegados a este punto, no puedo evitar formular una pregunta que sonará a provocación, pero que me parece pertinente: quienes defienden Lolita, ¿lo hacen porque es una obra de arte y a pesar de que muestra, e implícitamente justifica, la violación de una niña, la reducción del ser humano femenino a la condición de objeto para el placer masculino, la ridiculización y burla de cualquier mujer no sometida... o lo hacen porque su condición de obra de arte la sacraliza y nos prohíbe por lo tanto criticar todo lo anterior? (como piensa Lola López Mondéjar: véase Cada noche, cada noche, su interesante novela-ensayo sobre Lolita). Por cierto, quizá no está de más recordar (es este otro detalle en el que los defensores de Lolita raramente reparan) que el mundo está lleno no solo de Humberts, sino de Lolitas: de niñas y mujeres maltratadas y violadas. Que esto preocupe solamente al 1,8 % de los españoles algo tendrá que ver con una cultura, de la que Lolita no es más que un ejemplo, que banaliza esa violencia. Y que del 1,8 hayamos pasado en unos meses al 4,6 % (última encuesta del CIS), algo tendrá que ver a su vez con la campaña #metoo.

Retomo la pregunta del título: ¿qué hacemos con Lolita? A la luz de lo que llevo dicho, se comprenderá mi conclusión: leerla, sí, porque es una gran novela. Pero también analizarla. Criticarla. Usarla para entender cómo el patriarcado manipula en su beneficio, y para nuestra desgracia, la cultura. Buscarle alternativas: leer y dar a leer otros textos, que en vez de reproducir ad nauseam la visión patriarcal del mundo, nos ofrezcan un nuevo punto de vista, como hace Frida Kahlo. Cualquier cosa, en fin, menos sacralizarla.

Laura Freixas es escritora.


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