¿Qué hacemos con Paco Chaves? ¿Y con Manolo Camps?

El momento de la sesión de control del miércoles en que el vicepresidente Chaves se trabucó y dijo «currínculo» en vez de currículo, apenas un instante después de haber inquirido si la pretensión del PP es «que mis hijos se vayan a trabajar fuera de Andalucía», me recordó a la escena de Ciudadano Kane en que a la presunta cantante de ópera Susan Alexander se le corre aparatosamente el rímel tras rasgar la barrera del sonido con el más hiriente de los gallos.

El presidente del PSOE estuvo terrible en lo sustancial y patético en lo decorativo, pero su bancada le aplaudió con el mismo desafío prepotente con que el magnate del periodismo amarillo pretendía imponer los maullidos de su entretenida a costa del pabellón auditivo del resto de los mortales.

Claro que ese cierre de filas, con una ovación que recordaba a la tributada a Fernández Bermejo cuando ya estaba muerto y él era el único que aún no se había enterado, fue puro teatro. Como casi todo lo que sucede en el Parlamento. Por algo había sido Rubalcaba quien había puesto el aval de su credibilidad como garantía hipotecaria de la integridad de Chaves. Por algo la definición que Griñán hizo de su antecesor como «una de las personas más honorables que han pasado por la política» evocaba el «Bruto es un hombre honrado» del discurso de Antonio en el Julio César de Shakespeare. La sublevación de Luis Pizarro no puede dejar de tener consecuencias, pero antes de entrar a matar hay que cuadrar con cierto mimo al bicho.

Lo que de verdad quedó al final de la función en el Grupo Socialista fue una honda sensación de vergüenza ajena, de desasosiego y de pringue. Ya tuvimos que dar la cara con el asunto de la niña y aquello -incumplimiento del deber de abstención al margen- aún tenía un pase, pero esto del niño es golfería pura y dura. Fíjate, pero si es que firmaba contratos en los que ponía «comisionista». Y es que llueve sobre mojado, porque anda que lo de los hermanos... Y encima va el tío y dice que «quieren condenar a una familia a la muerte civil» y que quienes se dedican al tráfico de influencias son «personas normales» y no como nosotros, que sólo somos políticos bajo sospecha. ¡No te j…!

Entre interjecciones masculladas por los rincones, la sombra del caso Juan Guerra planeaba de nuevo sobre un partido atenazado por el vértigo ante el abismo electoral y todas las revelaciones de EL MUNDO de Andalucía a lo largo de estos años danzaban a su alrededor como un baile de espectros. Tenemos que hacer algo. Alguien así no puede seguir representándonos a todos. ¿Tú crees que Zapatero aceptaría ser el próximo presidente del partido?

Ningún diputado socialista se refirió, sin embargo, en esos comentarios captados al vuelo por nuestros periodistas a una muy significativa omisión en el pueril argumentario del y tú más en el que se refugió Chaves para responder a las andanadas del PP. Mencionó expresamente la supuesta falta de transparencia de Rajoy al no divulgar su sueldo, aludió a Arenas cuando dijo lo del «currínculo» a propósito de una presunta alteración de sus datos biográficos que nadie entendió e, incluso, se refirió a Nacho Uriarte por no dimitir cuando le pillaron conduciendo con una copa de más. Todo peccata minuta. En cambio, de sus labios no brotó la palabra Camps y el caso del presidente valenciano, al que no paran de recurrir sus coequipiers para zurcir los más variados rotos y descosidos, quedó subsumido y diluido en las «decenas de personas imputadas» que el PP habría incluido en sus listas municipales y autonómicas.

Tampoco he oído estos días a Camps mencionar a Chaves. No me extraña. ¿Cómo iban a hablar el uno del otro o el otro del uno, si las suyas empiezan ya a ser vidas paralelas y no precisamente las muy heroicas de Escipión y Epaminondas? Ni siquiera hace falta ponerse plutarquiano para constatar el efecto espejo o más bien la metamorfosis mimética que sus propias alegaciones y las de quienes les defienden han operado sobre las piltrafas en que han devenido sus estampas políticas.

Esperanza Aguirre repite siempre que el patrimonio de Camps no se ha incrementado con la política y los chavistas se aferran a esos pocos miles de euros que oficialmente constituyen los únicos ahorros del ex presidente de la Junta después de toda una vida en el machito. Pero nadie les ha acusado de robar, ni siquiera de beneficiarse del poder, sino de permitir a sus allegados que lo hicieran. El «amiguito del alma» en un caso, el hijo «comisionista» en el otro. Tanto monta, monta tanto Alvarito como Ivancito. Los dos ordeñaron la vaca del tráfico de influencias gracias a su relación directa con el mandamás de la comunidad; los dos incurrieron en conductas como mínimo reprobables; los dos generaron obvias responsabilidades in vigilando a las que deben hacer frente sus patrocinadores.

Oiga, no se pueden comparar los cuatro trajes de Camps con los 19 años de abusos de la familia Chaves… Un momento, si El Bigotes no hubiera obtenido adjudicación tras adjudicación de la Generalitat Valenciana, si no hubiéramos topado con empresarios que cuentan cómo los vicepresidentes de Camps les pedían que le contrataran, si no hubiera serios indicios de financiación ilegal del partido, yo reiteraría que los trajes a cambio de nada son nada. No es la imputación por cohecho impropio lo que debería hacer inelegible a Camps, ni siquiera el riesgo de que el Tribunal Superior de Valencia acumule su causa a la de Gürtel para investigar todos los ángulos del probable do ut des, sino su patente imprudencia política al permitir que una trama mafiosa se infiltrara en sus dominios, convirtiéndole con zalemas y obsequios a medida en su atolondrado agente de marketing.

Oiga, Chaves no está imputado en ningún procedimiento y además Camps se encontró al tipejo ese en la calle, pero Paula e Iván eran sus hijos; y si alguien tiene algo que objetar, ya ha dicho el vicepresidente tercero que acuda a la Justicia… Un momento, si eran sus hijos, razón de más para haber cuidado tanto la realidad como las apariencias. Nadie puede creerse que Chaves no supiera que la niña de sus ojos era la apoderada de Matsa cuando le concedió los 10 millones de subvención. Y si, de entre todos los oficios más antiguos del mundo, el niño de sus ojos fue a elegir el de conseguidor, Chaves debió haberle cerrado todas las puertas en lugar de presentarle a clientes o prestarse a celebrar reuniones por las que luego se giraba la correspondiente factura.

Además reitero a ambos coros discordantes que no planteo el problema en ese plano judicial en el que deben regir la presunción de inocencia y las garantías procesales -incluso si el instructor pretende acrecentar su fama y fortuna a cuenta de los justiciables-, sino en el ámbito político en el que el principal bien a proteger es el derecho de los ciudadanos a no ser representados por personas bajo sospecha o de palmaria falta de ejemplaridad. Por esa razón tanto Aguirre en el PP de Madrid, como Bauza en el de Baleares han acertado al aplicar en este momento un criterio imperfecto y discutible como el de no admitir imputados en las listas.

Estar imputado sólo significa que alguien ha dirigido una acción penal contra ti y que un juez te ha citado a declarar con abogado, lo que en sí mismo no implica desdoro ni merma de reputación alguna. Pero como el figurar en los puestos de salida de las listas cerradas y bloqueadas, mediante las que los dos grandes partidos copan el 80% de los cargos electivos de la Nación, tampoco es un derecho fundamental de todos los españoles -porque entonces habría que sortearlos-, pues bien están las restricciones autoimpuestas, sobre todo en lugares en los que ha proliferado la corrupción.

De la misma manera que Zapatero se equivocó gravemente ya en el 2000 al convertir a Chaves en el paraguas de su renovación en el PSOE, permitiendo que todo siguiera igual en el socialismo clientelar andaluz fraguado durante el felipismo -y de aquellos polvos vienen estos lodos-, Rajoy ha cometido el mayor error de sus siete años al frente del PP permitiendo a Camps y los suyos eludir el filtro de la depuración interna. Con el agravante de que es el partido de la oposición el que debe demostrar a los ciudadanos que su llegada al poder supondría un mayor nivel de exigencia ética.

Por eso convirtió Aznar en los 90 a aquel alcalde de Burgos llamado Peña y al presidente balear Cañellas en piedras de toque de su intransigencia no ya con la corrupción, sino con lo que simplemente olía mal o no era estético. Al argumentar, como hizo durante la entrevista que me concedió en Veo7, que «no voy a liquidar la carrera política de nadie porque le acusen de no haber pagado tres trajes», Rajoy no sólo fingió ignorar el trasfondo de lo ocurrido en Valencia, sino que antepuso en cambio la protección de uno de su casta, y el pago de antiguos servicios nada edificantes, al propio interés general de su partido y no digamos al de todos los españoles. Eso sin contar con su concepción burocrática y cerrada de un tipo de «carrera política» en la que los oficios públicos -deformación de registrador- se adquieren como plazas en propiedad.

Total, que hemos llegado a una situación en la que ni el PSOE ni el PP tendrán autoridad moral para sacarle las vergüenzas al contrario. La parentela de Chaves y los ERE tendrán como respuesta el convoluto de la Administración Camps con los chicos de la Gürtel; y a la viceversa. En ese empate infinito el desapego ciudadano de la política, seguirá trocándose en una mezcla de desdén y desprecio hacia los dirigentes que usurpan de esta manera los derechos de participación de todos. Y cuando se alegue que Camps o Chaves han sido refrendados -incluso se dirá que absueltos- por el pueblo sólo quedará optar entre la risa y la ira, pues uno y otro habrán comparecido ante las urnas blindados por sus siglas dentro de un restringido abanico de opciones.

Mientras exista libertad de expresión los políticos en su situación nunca terminarán, sin embargo, de salirse con la suya. El PSOE andaluz o el PP valenciano pueden comprar a quienes estén dispuestos a mirar la realidad con un solo ojo -de hecho lo hacen y portadas cantan- pero bastará que haya unos cuantos medios como éste, dispuestos a mantener ambas pupilas bien abiertas, para que el blanqueamiento al que aspiran no se consume nunca.

Siempre les quedará la huida hacia delante de intentar amordazar a las voces críticas. Así, la alocada pretensión de Camps de limitar el uso del idioma para que las televisiones no pudieran llamarle al arroz, arroz y a la horchata, horchata, tiene como antecedente la mucho más concienzuda operación de Chaves para tratar de empitonar judicialmente a Paco Rosell. He aquí de nuevo a las hermanas Sisters avergonzando a los propios y espantando a los extraños.

Mientras no dimitan o sean apartados de sus cargos, uno y otro arrostrarán siempre una deuda pendiente de saldar que supondrá una rémora para sus respectivos partidos. Hoy por hoy no es una cuestión determinante pero si, como la encuesta de Sigma 2 del pasado domingo predecía, las diferencias se estrechan cuando el PSOE designe candidato -no digamos nada si vuelve a optar por el futuro, en lugar de atrincherarse en lo peor de su pasado-, el partido que tenga más reflejos y logre desembarazarse de ese lastre obtendrá una ventaja estratégica clave. La ventaja de poder sustituir el fatídico y tú más por un esperanzador y yo menos.

Por Pedro J. Ramírez, director de El Mundo.

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