¿Qué hacemos en Afganistán?

Después del asesinato en Afganistán de José María Galera Córdoba, de Abraham Leoncio Bravo Picallo, capitán y alférez de la Guardia Civil, y del intérprete Ataollah Taefik Alili, es necesario, una vez más, preguntarse las razones de nuestra presencia allí, a 14.000 kilómetros de casa. Muchos se preguntarán qué tienen que ver con la seguridad de los españoles las labores de formación de la policía afgana que desarrollaban en Qala-i-Naw nuestros compatriotas, o hasta cuándo debe la comunidad internacional permanecer allí, o qué resultados está consiguiendo la misión de la ONU, la ISAF, en la que participamos.

Sólo si aceptamos que la seguridad de los españoles depende de lo que ocurre a miles de kilómetros de distancia, en Afganistán o en Somalia, podemos entender las razones de nuestra presencia, con otros 50 países, en trabajos de estabilización y construcción de la paz. Se entiende mejor esta globalización de los riesgos y de las amenazas si vemos cómo los hechos probados de sentencias de la Audiencia Nacional, o de tribunales de otros países, nos describen la formación en territorios como Afganistán de terroristas que preparan atentados en nuestras ciudades, o la utilización de grandes extensiones sin Estado como bases para la acción criminal. Los españoles hemos tenido experiencias dramáticas de esta globalización de la violencia en aguas del Índico, en el Sahel o en Madrid. Así que estamos en Afganistán, con un sacrificio humano enorme, al servicio de la seguridad de los afganos y de los españoles. Hoy no tiene sentido, y sería un grave riesgo, responder a amenazas globales desde un marco de respuesta nacional aislada de la comunidad internacional. En otras palabras, los 37 guardias civiles que forman policías afganos trabajan por nuestra seguridad allí como lo hacen aquí, en España.

Con frecuencia asistimos en España a la identificación de una misión de las Naciones Unidas de imposición de la paz como la de Afganistán con una guerra como, se dice, las de Vietnam, o en su día la propia guerra de ocupación de la URSS en el mismo país. Creo que el error consiste en aplicar una gramática útil para analizar conflictos de otra naturaleza y en otros contextos históricos a actuaciones multinacionales que nada tienen que ver con aquellos. Una aplicación del capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas comprende el uso de la fuerza y asume riesgos que, desgraciadamente, conocemos bien, pero no puede ser confundido con una guerra de ocupación colonial al servicio de intereses económicos o estratégicos.

En este sentido la guerra de ocupación de Irak le ha creado muchos problemas añadidos a todas las operaciones de paz de las Naciones Unidas, incluida la de Afganistán, sobre todo por la desconfianza creada entre la opinión pública ante cualquier utilización de la fuerza militar en misiones exteriores de paz. La propia actuación de la Administración Bush, en su estrategia en Afganistán hasta 2006, utilizando a los señores de la guerra como aliados contra los talibán -pese a la posición de otros países, como España, partidarios de priorizar la meta de ayudar a crear un Estado afgano capaz de hacerse cargo de su seguridad-, dificultaron los objetivos de estabilización del país. Hoy, afortunadamente, se ha reorientado esa estrategia en línea con lo que siempre fue la posición del Gobierno de Zapatero para nuestra participación en la ISAF de la ONU.

En la última comparecencia en el Congreso, la ministra de Defensa, Carme Chacón, definía nuestro trabajo en Afganistán como un esfuerzo de construcción de la paz en un contexto de «conflicto y de guerra». Pienso que no tiene sentido hacer un debate sobre cómo llamar a nuestra misión militar allí; ni las Naciones Unidas hacen la guerra ni podemos olvidar que estamos en un escenario de enorme riesgo y violencia. No es la única operación militar en la que participamos y es previsible que en el futuro España, con las Naciones Unidas, siga formando parte de otras operaciones similares. Es decisivo tener una posición clara sobre la naturaleza y las condiciones de la participación española en los esfuerzos de la comunidad internacional frente a los nuevos riesgos que obligan a todos. Los Estados fallidos están aquí para quedarse durante mucho tiempo y cada día es más evidente que se han convertido en la principal fuente de amenazas globales contra nuestra seguridad. España tiene que estar en ese esfuerzo internacional.

Cuando a los españoles se les pregunta por este tipo de operaciones siempre se han mostrado partidarios, siempre que se trate de esfuerzos para la construcción de la paz. Son, a su vez, muy contrarios a la utilización de la fuerza militar en guerras de ocupación. Deben saber que la participación de nuestro país en la ISAF, autorizada por el Congreso, cumple todas las condiciones que exigen. Siempre hemos estado en la posición que ahora, con la Administración Obama, cuenta con el apoyo unánime de todos. Una estrategia que pone la seguridad de los civiles afganos entre las máximas prioridades, así como la dotación de medios a los afganos para que puedan hacerse cargo de su propia seguridad, o el apoyo decidido al desarrollo del país que, a la larga, será el principal elemento de estabilidad. No será fácil conseguir los objetivos, pero sería injusto no reconocer los resultados ya obtenidos.

En 2004, una delegación parlamentaria visitábamos a los militares españoles en Afganistán y pude comprobar que, entonces, la misión de las Naciones Unidas limitaba su presencia prácticamente al aeropuerto de Kabul. El ejército y la policía afgana eran casi inexistentes y los señores de la guerra lo ocupaban todo. Hoy, las fuerzas de seguridad afganas, policía y ejército, son más de 300.000 efectivos y están en un proceso de presencia en todo el país. Ésa debe ser la base para el repliegue de las fuerzas de la ISAF. En ese sentido, creo razonables las previsiones de la Administración Obama del inicio de ese repliegue en 2011, trasladando la responsabilidad de la seguridad al Estado afgano «distrito a distrito, provincia a provincia», como decía el general Petraeus.

Es cierto que, a veces, domina en la opinión pública la idea de un deterioro permanente de la situación. Sobre todo cuando la ISAF se ha extendido en el territorio y ha entrado en contacto con los santuarios de los talibanes, en el sur y en el este. No es sencilla una operación de la comunidad internacional frente a un Estado fallido; nunca lo ha sido. Pero es imprescindible. En un mundo con una mínima seguridad no nos podemos permitir que lugares como Afganistán se conviertan en plataformas para preparar atentados contra todos, allí y aquí. Y, además, debe saberse que la inmensa mayoría de los afganos, como demuestran constantemente las encuestas, son abiertamente partidarios de la presencia de las tropas de la ISAF en su país.

Hoy el dolor de las familias, de sus amigos, de sus compañeros, es enorme. Todos debemos reconocer su sacrificio al servicio de nuestra seguridad y no olvidarlo. Trabajaban para la paz en un mundo tan difícil en el que los terroristas que les han asesinado son capaces de poner bombas contra sus propios vecinos en escuelas a las que acuden niñas. Trabajaban, arriesgando su vida, para que «Buda no vuelva a estallar de vergüenza». Murieron realizando el trabajo más noble que puede hacer un ser humano.

Jesús Cuadrado Bausela, portavoz de Defensa del Grupo Parlamentario Socialista y presidente de la delegación española en la Asamblea Parlamentaria de la OTAN.