«Debemos permitir que las imágenes atroces nos persigan. Aunque sólo se trate de muestras y no consigan abarcar la mayor parte de la realidad a que se refieren, cumplen una función esencial. Las imágenes dicen: esto es lo que los seres humanos se atreven a hacer. No lo olvides». Las palabras de Susan Sontag en Ante el dolor de los demás nos interpelan en el aniversario de la matanza de más de un millar de israelíes y del secuestro de varios centenares por parte de Hamas.
«Están aquí, nos están quemando, nos asfixiamos». Yonatan Siman-Tov escribe al teléfono de su hermana desde su casa en Nir Oz. Terroristas de Hamas queman vivos a Yonatan, a su esposa Tamar, a sus dos gemelas de cinco años, Shahar y Arbel, y a su hijo Omer, de dos años. «Habla a tu país», ordena un terrorista a Noam Elyakim retransmitiendo en vivo los rostros aterrorizados de su familia. «Hamas está aquí, en nuestra casa», responde Noam mientras su pierna sangra. Dikla, la pareja de Noam, abraza con fuerza a la pequeña Ella, de ocho años. Rodeada de terroristas armados, Dafna, 15 años, llora aterrada. Dikla coge su mano. Después Noam, Dikla y su hijo Tomer, 17 años, son asesinados a sangre fría; las dos hermanas, Dafna y Ella, secuestradas por Hamas.
Los llantos de Tsachi Idan son desesperados mientras abraza el cadáver de su hija Maayan. Yace en un inmenso charco de sangre en esa misma casa en la que han celebrado su 18º cumpleaños. Un terrorista de Hamas le ha descerrajado un tiro en la cabeza. Sus hermanos Yael, 11 años, y Shachar, nueve, contemplan la escena retransmitida a través de Facebook por los asesinos. Los niños lloran desconsolados mientras Shachar se dirige a su madre, Gali. «¿Hay alguna posibilidad de que vuelva a vivir?», pregunta incrédulo antes de proferir un grito desgarrador tras la inevitable respuesta. «No puede ser real, no lo puede ser», musita su madre intentando proteger los cuerpos de sus hijos. Las manos ensangrentadas de Tsachi les unen. «Papá, ¿por qué llevas sangre en las manos?», pregunta Shachar abatido. Su padre, maniatado, es arrastrado por terroristas impasibles ante la desolación de sus hijos, que exigen en vano que no se lo lleven.
Shiri Bibas abraza tenaz a sus dos hijos, Ariel, cuatro años, y Kfir, nueve meses, mientras terroristas de Hamas la rodean en su hogar. ¿Cómo describir la mirada de esta madre, el miedo en su máxima expresión, aferrándose a sus dos pequeños? «No la mates para que vea que somos humanos y los judíos no», exige uno de los terroristas que está a punto de llevarla secuestrada a Gaza. Yarden, su marido, también ha sido secuestrado y en unos días aparecerá en un vídeo difundido por Hamas con la cabeza ensangrentada. Adina Moshe, liberada en noviembre, vio a Yarden y a Ofer Kalderon en el túnel en el que estuvo secuestrada. Los terroristas los mantenían encerrados en una jaula.
«Alá es grande. Ahí están los perros», exclama un terrorista grabando a varios secuestrados siendo conducidos a Gaza. Uno de ellos es Hersh Goldberg-Polin, 23 años. Se desangra por el brazo izquierdo. Los terroristas se lo han destrozado con granadas. En agosto de 2024 el cadáver de Hersh, junto a los de Almog Sarusi, Alex Lubanov, Carmel Gat, Ori Danino y Eden Yerushalmi, aparece en un túnel infecto de Gaza. Apenas se puede respirar. No hay ventilación ni espacio para permanecer en pie. La autopsia confirma que han sido asesinados con múltiples disparos a quemarropa. En su macabra campaña de presión psicológica Hamas difunde vídeos de los asesinados. «Os quiero y os echo mucho de menos», suplica Eden, las cuencas de sus ojos hundidas, la cara demacrada. Pesaba 36 kilos cuando fue encontrada sin vida.
«Nos veían como si no fuéramos seres humanos. Su brutalidad era total», relata Aviva Siegel al recobrar una falsa libertad. Su marido Keith sigue secuestrado en Gaza. Aviva vio cómo los terroristas abusaron sexualmente de otras rehenes: «No me permitieron consolarlas. Podrían ser mis hijas. Y cada una de esas chicas tiene una familia que no puede dormir desde hace un año». Ayelet es una de esas madres que sufre, como ella expresó, «un dolor insoportable». No puede borrar la imagen del vídeo en el que un terrorista de Hamas agarra por el pelo a su hija Naama, de 19 años, maniatada y con los pantalones empapados en sangre por la entrepierna. En otro vídeo Naama aparece con Agam Berger, Daniella Gilboa, Karina Ariev y Liri Albag. Han sido golpeadas. Los terroristas se refieren a ellas como «perras que pueden quedarse embarazadas».
Tras estar secuestrada 55 días, Amit Soussana, ante los cimientos calcinados del que fue su hogar, relata las palizas y abusos sexuales que ella y otras rehenes sufrieron a manos de los terroristas. «Me golpearon por todo el cuerpo. Cada noche pensaba que era la última. Nadie me ayudó. Nadie me dio medicinas. Nadie», recuerda Noa Argamani tras meses de cautiverio a los que puso fin una misión israelí. Shani Louk, una joven alemana de 22 años, es decapitada por fanáticos de Hamas. Exhiben su cuerpo por las calles de Gaza como un trofeo, ensangrentado en una posición imposible por la violencia con la que le han roto los huesos, escupido por gazatíes entre gritos de «Alá es grande».
Las anteriores son solo una muestra del ingente catálogo de inhumanidades perpetradas por Hamas. Los mismos terroristas las grabaron y alardearon de ellas. Teléfonos móviles y otras cámaras se convirtieron en demoledores testigos de cargo. Pero muchos, no solo los terroristas, niegan el terror en estado puro de Hamas. Stanley Cohen analizó en States of Denial los mecanismos de negación del sufrimiento infligido sobre otros. Sus tres tipos de negaciones se aprecian tras los crímenes del 7-O. La negación literal niega que los hechos sucedieran. Muchos palestinos en Gaza y Cisjordania se niegan a ver en redes sociales el terror desplegado por Hamas, como revelan varias encuestas de opinión. Sus principales medios de comunicación han censurado también esas crueles imágenes. Niegan la realidad para evitar enfrentarse a ella y para afirmar que Hamas no cometió atrocidades.
La negación interpretativa no desmiente los hechos: los interpreta para darles otro significado que niega el suyo verdadero, diluyendo así la culpa moral. Tras el 7-O, el primer ministro de la Autoridad Palestina se jactó de bloquear en la ONU una resolución que condenara a Hamas como organización terrorista. Su presidente, Mahmoud Abbas, se limitó a «rechazar la muerte de civiles en ambos bandos» reivindicando «el derecho del pueblo palestino a defenderse de la agresión israelí». En verano pidió una oración por Haniyeh, el sanguinario líder de Hamas muerto en una operación israelí, al que describió como un «mártir puro». Los «representantes legítimos del pueblo palestino» no interpretan el 7-O como terrorismo, sino como otra forma de «resistencia». Con cobardía y cinismo definen a Hamas como «un pilar del movimiento nacional palestino».
Incurren además en una negación implicatoria al negar las devastadoras implicaciones psicológicas, políticas y morales de la brutal deshumanización que supuso el 7-O. El embajador de la Autoridad Palestina en Reino Unido lo reflejó en una entrevista en la BBC en la que, eludiendo la condena de los atentados de Hamas, dijo: «Han sido instrumentalizados por Israel de la forma más horrible». La respuesta del entrevistador muestra la degradación humana bajo esa negación implicatoria: «Con franqueza, a muchos esto les sonará como una perversión de lo que sucedió el 7-O. ¿Es que no puede comprender, en términos de empatía humana, lo que ha supuesto para Israel y los israelíes?».
Muchos niegan que la tortura y el exterminio de israelíes son una monstruosa e inaceptable inhumanidad que impone el imperativo moral de actuar contra sus responsables. Y que obliga a Israel a defender su supervivencia y la de sus ciudadanos, que han escuchado de los dirigentes de Hamas que volverán a cruzar los escasos kilómetros de frontera que los separan para aniquilarlos.
Un año después, sigue negándose el trauma profundo de una nación tras tan despiadada masacre. Visser't Hooft denunció tras el Holocausto: «Hay gente que carece del valor suficiente para hacer frente a ese horror tan inimaginable y a sus implicaciones». Resuenan hoy sus palabras insultando la memoria de las víctimas de Hamas ese imborrable 7 de octubre.
Rogelio Alonso es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos.