¿Qué Memoria Histórica?

En su día lamenté la Ley de Memoria Histórica, aprobada en 2007 que ahora algunos pretenden retorcer aún más, e ilegalizar cualquier asociación o fundación que contenga puntos de vista distintos a los suyos, sobre hechos acaecidos en los últimos 84 años de la Historia de España, que son precisamente los próximos que yo cumpliré.

Pretenden instaurar con una ley tan sectaria como errática, una supuesta memoria llena de falsedades y tergiversaciones y olvidan otras memorias, que muchos hemos preferido guardar celosamente, con respeto y con silencio, aunque no exento de dolorosa emoción y sentimiento.

Yo he tenido la desgracia de no haber conocido a mi padre, que fue vilmente asesinado en Mondragón, en la casa del pueblo el 5 de octubre de 1934, por las hordas revolucionarias que le sacaron de su casa, donde mi madre esperaba el nacimiento de su primer hijo, que es quien ahora escribe este artículo.

Unos días después del asesinato se le rindió un homenaje en las Cortes en el que intervinieron entre otros el presidente, Santiago Alba; el ministro de Justicia, Aizpún; Fernández Castillejo, progresista; Rey Mora, radical; Rahola, regionalista, y otros muchos. Entre todas las intervenciones debo destacar la de José Antonio Aguirre, el lehendakari vasco que afirmó «Cayó nuestro compañero víctima inocente del odio desatado en el alma de unos desgraciados, que deshonraban a nuestro pueblo asesinando a un hombre bueno en el centro de Euzkadi».

Los responsables de aquella muerte fueron llevados presos a la cárcel de Ondarreta en San Sebastián, donde permanecieron hasta el triunfo del Frente Popular en las elecciones de 1936 que les puso a todos en libertad.

Entre ellos estaba el autor material de la muerte de mi padre que años después tras otros asesinatos volvió a entrar en la cárcel.

La amnistía otorgada por el Gobierno al que yo pertenecía le puso en libertad. Cuando lo supe tuve un escalofrío, pero no dije nada. Esta es la primera vez que menciono este hecho.

Puedo dar testimonio de que mi madre, a lo largo de su vida casi centenaria, ya que le faltó un mes para cumplir los 100 años, nunca me transmitió sentimientos de odio y de rencor, sino todo lo contrario, incluso cuando me relacionaba por mis responsabilidades políticas con personas que de alguna manera ignoraban los hechos luctuosos de la etapa de la República.

Siendo yo muy joven, ella me entregó un crucifijo que conservó siempre mi padre en su despacho y en el que hizo grabar un versículo de San Lucas, que reza así: «Empero vosotros amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperanza de recibir nada por ello y será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo porque él es bueno aun para los ingratos y malos».

Este crucifijo me ha acompañado siempre en la vida y lo he tenido encima de mi mesa de trabajo tanto en España como en el extranjero, en mis responsabilidades en el Consejo de Europa y en la Unión Europea.

Por eso me cuesta tanto comprender el empeño de quienes permanentemente quieren avivar odios y rencores.

Durante años en la etapa de la Transición, estuvo vivo el espíritu de reconciliación que se fue plasmando en numerosas disposiciones. A partir de la Ley para la Reforma Política de 1976, a iniciativa de Adolfo Suárez, que abrió el camino a las elecciones de junio de 1977, se aprobaron la Ley reguladora del derecho de asociación sindical y el ingreso de España en el Consejo de Europa con el respaldo de todas las fuerzas políticas, cuyos representantes acudieron a Estrasburgo a dar testimonio de su compromiso democrático. Se firmó el Convenio de Derechos Humanos y Libertades Fundamentales y se aprobó la Constitución por una abrumadora mayoría.

La voluntad reconciliadora que estuvo constantemente presente a lo largo de toda la Transición tuvo un broche muy significativo en la Declaración del Ejecutivo socialista presidido por Felipe González el 18 de julio de 1986 con motivo del 50 aniversario del inicio de la Guerra Civil, en la que el Gobierno se felicita de que España hubiera recobrado las libertades que quedaron bruscamente interrumpidas en 1936 y, huyendo de cualquier actitud mezquina o rencorosa, recordó con respeto a los luchadores de ambos bandos, muchos de los cuales sacrificaron su vida en el afán de una España mejor.

El Gobierno socialista de 1986 expresaba su convicción de que España ha demostrado reiteradamente que su voluntad de olvidar las heridas abiertas en el cuerpo nacional por la guerra civil, su voluntad de vivir en un orden político basado en la tolerancia y la convivencia, en el que la memoria de la guerra sea, en todo caso, un estímulo a la Paz y al entendimiento de todos los españoles.

Para nunca más, por ninguna razón, por ninguna causa vuelva el espectro de la guerra civil y el odio a recorrer nuestro país, a ensombrecer nuestra conciencia y a destruir nuestra libertad.

Por todo ello, el Gobierno socialista expresó también su deseo de que el 50 aniversario de la guerra civil selle definitivamente la reconciliación de los españoles y su integración irreversible y permanente en el proyecto esperanzado que se inició a raíz del establecimiento de la democracia en la Monarquía encabezada por el Rey Don Juan Carlos, proyecto que fue recogido en la Constitución de 1978 y fue refrendado por el pueblo español para el que consagra definitivamente la Paz.

Ese es el espíritu que debe prevalecer respecto a la Memoria Histórica, sin visiones fragmentadas desde una de las dos Españas. Un testimonio de apertura y comprensión final lo dio el Rey Don Juan Carlos y del que fui testigo con ocasión del primer viaje de un Rey de España a México. Al despachar con el Rey aquella visita me preguntó si la viuda de Azaña seguía viviendo en aquel país. Al contestarle afirmativamente me encargó que hablara con nuestro embajador para que le transmitiera a ella su deseo de ir a visitarla a su casa. La respuesta de la viuda de Azaña fue que ella iría a ver al jefe del Estado en la Embajada de España.

Hermoso testimonio de esta anciana fiel tal vez a una de las consignas finales de su marido cuando afirmó las conocidas palabras: «Paz, piedad y perdón». Un olvido que no es desmemoria sino reconciliación.

Estos y otros muchos son los testimonios que podemos invocar para rechazar la proposición de ley presentada en nombre del Grupo Socialista, que pretende castigar con la pena de prisión de seis meses a dos años a quien justifique o enaltezca nuestro reciente pasado.

Como pone de relieve el Manifiesto por la historia y la libertad, ningún parlamento democrático puede ni debe legislar sobre la historia. Mantengamos viva la memoria y la esperanza. Como puso de relieve un gran español, médico eminente y fecundo intelectual e historiador, Gregorio Marañón en su discurso de recepción a Pedro Laín Entralgo en Real Academia Española: «Memoria y esperanza con su temblor de ansiedad son los puntos de apoyo de la acción creadora del hombre. Recordar y esperar es una forma de crear, y crear está muy próximo a creer». Concluyo. La Ley de Memoria Histórica es una falsedad, un grave error y un mal servicio a España Estas son mis convicciones en las que deseo permanecer fiel en lo que me queda de vida.

Marcelino Oreja Aguirre, presidente de honor de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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