¿Qué miedo mide más?

Es muy difícil recordar una campaña electoral más anómala. Quizá esa extendida sensación obedezca a que el contorno discursivo que domina la campaña ha logrado ser impuesto por una fuerza nacional-populista, de extrema derecha. Indiscutiblemente, ha ganado la posición e instalado el marco de campaña para condicionarla hasta conseguir que no pocos actores políticos operen en función de ella. Todavía no está en el Parlamento y, sin embargo, ya influye en casi todo.

En primer lugar, condiciona los equipos, el estilo, el programa y los mensajes del principal partido de la derecha española de las últimas tres décadas. Desde la elección de sus candidatos en las listas al Congreso hasta sus propuestas de recentralización competencial. Desde sus defensas de tradiciones que de ninguna manera se encuentran amenazadas hasta sus mensajes más extremos sobre manos manchadas de sangre. Un partido que, durante décadas, dominó el espacio de la derecha española, que fue su principal y único actor, se desplaza cada vez más hacia la derecha, olvidando que todo ejercicio de radicalización en política conduce siempre hacia lo mismo: una mayor pérdida de apoyo social. Es posible que, en este viaje, el Partido Popular se sienta más cerca de su principal miedo, esa nueva fuerza de extrema derecha que tanto le atrae, pero no hay ni una sola tendencia y no hay ni un solo dato que no señale, claramente, que se están alejando cada vez más de la sociedad española.

En segundo lugar, esta nueva fuerza de extrema derecha es clave en la estrategia electoral del principal partido de la izquierda en nuestro país. Su campaña consiste en la apelación al voto útil ante el miedo que existe en el electorado de izquierdas a que pase lo que pasó en Andalucía. Esa es su campaña, la concentración del voto de izquierdas para un exorcismo a través del miedo de la posibilidad de un tripartito andaluz a escala nacional.

La concusión es sencilla, el material principal que se maneja en esta campaña es el miedo, factor que está condicionando programas, posiciones y estrategias y que será el que finalmente decida el resultado de las urnas en la noche del 28 de abril.

Desde ese marco impuesto en la deliberación —deliberación, por llamarlo de alguna manera— por el nacional-populismo, el debate nos va dejando los rasgos de una de las campañas más insospechadas de cuantas se recuerdan. Hemos escuchado propuestas sobre nuestro derecho a llevar armas y, en consecuencia, sobre nuestro derecho a usarlas. Hemos encontrado la original idea de construir un muro en la frontera con Marruecos que, por supuesto, deberá pagar el propio Gobierno marroquí. A la vez, difícil olvidar la propuesta de que las mujeres inmigrantes sin papeles no sean deportadas si optan por entregar a sus hijos en adopción. Por el camino, hemos escuchado grandes novedades en el debate sobre el derecho de las mujeres a decidir libremente sobre su embarazo al descubrirlo como parte del derecho consuetudinario del periodo de los neandertales.

Tras los mensajes más sonados, también ha habido propuestas de bajadas y de subidas de impuestos que no se sabe muy bien para qué, nuevas asignaturas con contenidos que ya existen, propuestas de recentralización que tienen una aplicación constitucional imposible y discursos que sugieren un incremento de la presencia del Estado en las comunidades autónomas olvidando que estas ya son Estado.

Una campaña, en fin, demasiado dominada por las nuevas formas y los nuevos niveles de exigencia introducidos por esa fuerza de extrema derecha que ya influye mucho más en la política española de lo que aparenta.

Pero, por el hueco que un día dejó esta apariencia de campaña, se coló de repente entre nosotros una verdad. La información de que una trama corrupta operaba al margen de la ley y bajo las órdenes de una parte del anterior Gobierno para investigar y tratar de chantajear a una organización política llamada Podemos. Sin duda, una de las noticias más graves que hemos conocido en muchos años. Al parecer, la trama buscaba frenar el crecimiento de esa formación y limitar su capacidad para entrar a formar parte del Gobierno de España. Si se demuestra, estamos ante algo excepcionalmente grave. Pero, entretanto, resulta desalentador que, ante una de las pocas verdades que hemos visto en estas últimas semanas, haya habido tanto silencio por parte de no pocos actores políticos. Principalmente, porque no debe y no puede ser aceptado, en ninguna democracia, que haya quien, desde el Gobierno, se dedique a espiar e intentar chantajear a un partido político democrático a partir de órdenes que nacen, supuestamente, del Ministerio del Interior. Sorprende que, por todo lo que significa, no hayamos visto una reacción más clara y más contundente del resto de partidos políticos democráticos.

Con todo, ya estamos oficialmente en campaña electoral. Si lo que gana es el miedo a la extrema derecha, saldrá un Gobierno sobre la actual mayoría de escaños, la que ha venido funcionando hasta las últimas votaciones de la Diputación Permanente. Si el miedo a esa formación es mayor de lo previsto —y quizá si su resultado también lo es—, entonces no es descartable una mayoría de Gobierno a partir de una rectificación; la de la dirección política de Ciudadanos.

Sin embargo, convendría no olvidar que el miedo no es exclusivo del electorado de izquierdas. Opera igual en la derecha, donde el elemento central de voto es el rechazo cerrado a que las fuerzas independentistas, que han sido socias del Gobierno de España hasta las últimas votaciones en la Diputación Permanente del Congreso, vuelvan a condicionar la gobernabilidad de España durante los próximos cuatro años. El resultado en Andalucía da buena prueba de cómo opera ese material.

Así que, si gana ese miedo a una gobernabilidad dependiente del independentismo, España tendrá un Gobierno similar al que ya tiene Andalucía. Quién sabe si en ese o en otro orden de aparición de las tres formaciones que lo componen, pero, en cualquier caso, un Gobierno similar.

Así votará la mayoría de nuestra sociedad. Desgraciadamente. Una parte, contra el miedo a un Gobierno apoyado en la extrema derecha. La otra, contra el miedo a un Gobierno apoyado en fuerzas independentistas. Es todo. La campaña no traerá mucho más. Nuestros problemas de fondo; la revolución tecnológica, su impacto productivo, la estructura económica y su competitividad, nuestro marco de relaciones laborales, el desempleo, el funcionamiento de los servicios públicos, la igualdad, nuestra transición energética, el clima, la demografía… Todo eso queda para más adelante.

Por ahora, dos emociones frente a frente, dos rechazos mutuos. Dos semanas y una única pregunta: ¿qué miedo mide más?

Eduardo Madina es director de KREAB Research Unit, unidad de análisis y estudios de la consultora KREAB en su división en España.

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