¿Qué modelo de Estado, señor Mas?

En Catalunya estamos desarrollando un debate interno sobre nuestro futuro sin que quien lo propuso y quien encabeza la reivindicación de los cambios proporcione el detalle más importante de su proyecto. Contra lo que dice Convergència cuando subraya que ha finalizado la etapa de ambigüedades sobre su objetivo, lo cierto es que el debate ha arrancado sin que el presidente de la Generalitat haya dado a la opinión pública catalana el dato esencial: cuál es el tipo de Estado al que desea llevarnos, cuál es el modelo del que está hablando y sobre el que ha empezado a dar pasos políticos importantes. Con esta carencia, el debate se está haciendo en falso.

En un primer momento, tras el Onze de Setembre, sí se produjo la ruptura de una primera ambigüedad: Artur Mas y Convergència se declararon activamente soberanistas. Pasaron de ejercer un soberanismo esencialmente emocional a subrayar que había llegado la hora de concretarlo en realidades. Este paso fue considerado como serio y positivo por una gran parte de la opinión pública catalana, tanto por los independentistas como por quienes no lo somos. Porque delante de problemas tan graves como los que tenemos en la relación estructural con el resto de España y de las injusticias que en este tiempo de crisis económica emanan de ese pésimo encaje, el punto de partida para cualquier solución pasa por la claridad. Sin embargo, después Artur Mas y Convergència dejaron de lado esa voluntad de transparencia y no siguieron la lógica de lo que habían emprendido. Y en un país cansado de ver como se hacen trampas a su costa a partir de retóricas cargadas de eufemismos, pusieron encima de la mesa el objetivo del «Estado propio» sin precisar si se referían a una situación como la de Francia, que es un «Estado propio» independiente, o, por ejemplo, Baviera, que jurídicamente es un «Estado propio» sin ser lo que la mayoría de los ciudadanos entendemos que es un Estado independiente. Hay algo más: ser como Baviera no es tampoco lo que reivindicó la gran manifestación del Onze de Setembre, la percha a la que se agarró el president cuando dijo que su obligación era atender a la voluntad popular que se acababa de expresar pacíficamente en las calles.

No solo persiste, pues, una ambigüedad esencial respecto al debate ciudadano, sino que contamina la trascendencia y seriedad de las próximas elecciones catalanas. Porque, planteadas prácticamente como un plebiscito en torno a lo que propone Artur Mas sobre la soberanía, no es cuestión menor saber si él considera válida o no una fórmula como la de Baviera. Porque si nos dijese que sí le podríamos recordar que, llamando a las cosas por su nombre, este «Estado propio» forma parte del esquema federal -federal, oh, sí- de Alemania. Federal -oh, sí- como la vía que proponen los socialistas catalanes (denostados por ello), así como muchas otras personas de distintas sensibilidades políticas que no quieren que las cosas sigan como hasta ahora pero que prefieren un enésimo intento de arreglar el problema con España antes que romper con ella. Al argumento de que no es posible una salida federal por la supuesta falta de federalistas en el resto de España se puede contraponer el de que todavía hay menos españolistas dispuestos a aceptar la independencia catalana, y que quizá el federalismo pueda ser para ellos el mal menor ante la dimensión de lo que está sucediendo.

Artur Mas, por cierto, tampoco dice nada sobre cómo resolverá la cuestión de la escasez de federalistas en el resto de España si cuando habla de «Estado propio» está pensando en Baviera. Y tampoco subraya que no quiere la fórmula alemana quizá porque eso equivaldría a traicionar la pancarta que reclama ser otro Estado en la Unión Europea, algo que no son los bávaros. La renovada ambigüedad de nuestro president se ve reflejada en dos realidades semánticas: él no habla nunca de independencia (aunque deja que su partido lo haga y deja que muchas personas crean que esa es la apuesta de CiU), y ha empezado a hablar, aunque con timidez, sin insistir, de que probablemente no nos conviene la «independencia total» de Catalunya. A causa de ello los catalanes estamos encallados en dilucidar lo que significan realmente los falsos sinónimos que nos envuelven, porque soberanía no equivale a independencia y derecho a decidir no es lo mismo que querer irnos.

Que no se nos diga, en fin, que la verdadera naturaleza del proyecto de Artur Mas es secreta por necesidades estratégicas. Si esto es una democracia, lo que verdaderamente propone el presidente de la Generalitat en una materia tan trascendental no puede escamotearse y esconderse mientras él mismo, que no es un caudillo fascista, pide el apoyo de la opinión pública para hacerlo.

Antonio Franco, periodista.

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