Qué necesita el mundo de los BRICS

En 2001, Jim O’Neill (jefe de investigaciones en Goldman Sachs) ganó notoriedad al acuñar el término BRIC para referirse a las cuatro economías en desarrollo más grandes del mundo: Brasil, Rusia, India y China. Ya pasó más de una década y sin embargo, lo único que los cuatro parecen tener en común es el hecho de ser los únicos países no integrantes de la OCDE listados entre las 15 economías más grandes del mundo (ajustadas por poder adquisitivo).

Los cuatro tienen estructuras económicas muy diferentes: Rusia y Brasil dependen de las materias primas, India del sector servicios y China de las fabricaciones. Brasil y la India son democracias, mientras que China y Rusia, decididamente, no lo son. Y, como explica Joseph Nye en un artículo de su autoría, Rusia es una superpotencia en decadencia, mientras que China y (en menor medida) los otros dos países están en ascenso.

Sin embargo, en un extraño caso de imaginación convertida en realidad, los BRICS (los cuatro originales con el agregado de Sudáfrica) crearon un grupo aparte, mantienen reuniones periódicas y tienen iniciativas políticas propias. El proyecto más ambicioso que han encarado hasta el momento es la creación de un banco de ayuda al desarrollo.

En la reunión que celebraron en Durban en marzo, los líderes de los cinco países anunciaron que el “nuevo banco de desarrollo” se concentrará en la inversión en infraestructuras en países en desarrollo, algo que en su opinión adolece de “falta de financiación a largo plazo e inversión extranjera directa”, y se comprometieron a hacer un aporte inicial de capital “sustancial y suficiente para que el banco sea un instrumento eficaz de financiación de infraestructuras”. También anunciaron la creación de un fondo de reserva contingente de 100.000 millones de dólares para hacer frente a “presiones de liquidez en el corto plazo”.

Sin duda, que las economías en desarrollo más grandes del mundo mantengan conversaciones regulares y lancen iniciativas comunes es motivo para celebrar. Pero que hayan decidido que su primera área importante de colaboración será la financiación de infraestructuras deja mucho que desear.

Esta decisión representa una idea de desarrollo económico propia de los años cincuenta, idea que se abandonó hace mucho para adoptar otra perspectiva más diversificada, que reconoce una variedad de limitaciones (desde problemas de gobernanza hasta fallas de mercado) que afectan a diferentes países en mayor o menor medida. Podría decirse incluso que en la actualidad, el problema de la economía mundial no es que falte financiación internacional, sino que sobra.

Lo que el mundo necesita de los BRICS no es otro banco de desarrollo, sino más liderazgo en los grandes temas globales de la actualidad. Los países del grupo de los BRICS son hogar de alrededor de la mitad de la población mundial y poseen la mayor parte del potencial económico no explotado del planeta. Si la comunidad internacional no encara sus problemas más graves (desde la necesidad de construir una arquitectura económica internacional sólida hasta la de atacar el cambio climático), los BRICS serán los más perjudicados.

Sin embargo, la actuación de estos países en foros internacionales como el G20 o la Organización Mundial de Comercio hasta ahora fue bastante tímida y poco imaginativa. Cuando realmente sentaron posición fue más que nada para defender intereses nacionales sin proyección global. ¿Es que no tienen nada nuevo que ofrecer?

Hasta ahora, la economía planetaria funcionó de acuerdo con ideas e instituciones nacidas en los países avanzados de Occidente. Estados Unidos dio al mundo la doctrina de multilateralismo liberal con reglas (un régimen cuyos muchos defectos destacan los altos ideales que en general guiaron el funcionamiento del sistema). Europa aportó los valores democráticos, la solidaridad social y (dejando a un lado sus problemas actuales), la hazaña más impresionante del siglo en materia de ingeniería institucional: la Unión Europea.

Pero estas viejas potencias no tienen ni la legitimidad ni el poder para seguir sosteniendo el orden global a medida que nos adentremos en el futuro. Al mismo tiempo, las nuevas potencias ascendentes todavía no han manifestado qué valores articularán y promoverán. Es preciso que estos países elaboren su visión de una nueva economía global y trasciendan el mero quejarse por las asimetrías de su estructura de poder. Pero lamentablemente, aún no está claro si realmente tienen intención de elevarse por encima de sus intereses inmediatos para encarar los problemas comunes a toda la humanidad.

Por sus propias experiencias en materia de desarrollo, países como China, India y Brasil se oponen al fundamentalismo de mercado y son naturalmente partidarios de la diversidad institucional y de la experimentación pragmática. Estos países podrían aprovechar sus experiencias como punto de partida para una nueva narrativa global que dé más importancia a la economía real que a las finanzas, a la diversidad de políticas más que a la armonización, a dejar margen para la política nacional más que a la restricción externa y a la inclusión social más que al elitismo tecnocrático.

Para ello, deben dejar de actuar como suplicantes y empezar a actuar como auténticos líderes; y comprender al hacerlo que otros países (incluidos los avanzados) también se enfrentan con desafíos que a veces los obligan a priorizar sus propias economías a la hora de definir políticas. Además, los BRICS deben esforzarse por mantener en pie los principios fundadores que tanto sirvieron a la economía global (y a ellos mismos) durante los últimos 60 años: multilateralismo y no discriminación.

Pero en definitiva, lo que también se necesita de los BRICS es que den el ejemplo. Las políticas de derechos humanos y la represión del disenso político en China y Rusia son incompatibles con el liderazgo internacional. Si estos regímenes autoritarios pretenden tener alguna clase de predicamento moral fuera de sus fronteras, primero deben reformarse fronteras adentro.

Dani Rodrik is Professor of International Political Economy at Harvard University’s Kennedy School of Government and a leading scholar of globalization and economic development. His most recent book is The Globalization Paradox: Democracy and the Future of the World Economy. Traducción: Esteban Flamini.

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