¿Qué no funciona en España… y nos resignamos a que siga igual?

Después de haber pasado cerca de 20 años en este país, viniendo de uno que se consideraba referente en casi todo y que ahora se descompone ante la mirada atónita de todo el mundo, puedo afirmar, como Julián Juderías, que la leyenda negra no es más que eso: una leyenda. España es hoy un país moderno, con infraestructuras de primera línea y donde casi nadie va a negar que se vive muy bien. Unos cuantos dirían que hasta mejor que en cualquier otro lugar del mundo.

No es por nada que gran parte de los que emigran acaben regresando, atraídos quizás por la calidad de vida, el clima, la comida, o incluso los fuertes lazos familiares que, ¿por qué no reconocerlo?, han mantenido a la sociedad relativamente cohesionada incluso durante la gran recesión. Dicho eso, como cualquier otro lugar del planeta el nuestro tiene sus fallos, y el primero de ellos es la baja autoestima de muchos de sus ciudadanos, que se refleja en expresiones que oyen con demasiada frecuencia cuando como foráneo señalas algo que consideras podría y debería mejorar. Escondida en la frase, “Spain is different” está la resignación. La idea de que algunas cosas nunca cambiarán, y que lo mejor es acostumbrarse.

Sin embargo, sí pueden cambiar, y cuando nos azotan los populismos, tienen que cambiar para que la sociedad recupere la confianza en sí misma. Pero sólo cambiarán cuando los políticos pasen de las promesas a los hechos. A continuación, detallo algunas de estas carencias (siete) que, si hubiera mayor voluntad por parte de la sociedad para corregirlas, España daría un salto cualitativo y se situaría en el lugar que merece.

La burocracia: la Administración electrónica en nuestro país funciona. Y lo dice alguien que ha visto el tiempo que se tarda en el Reino Unido en renovar el pasaporte, un trámite que en España se realiza en el acto. Sin embargo, si se ha demostrado la eficiencia en algunas áreas, ¿por qué tardan las universidades hasta dos años en entregar un título académico, un documento que en cualquier otro país se obtiene al terminar la carrera?

Nos quejamos de los niveles de paro, pero cuando un recién licenciado español va a otro país para trabajar, no puede demostrar sus estudios porque sigue esperando que el certificado lo firme el Rey. Es un vestigio del franquismo, y no tiene justificación alguna. Todo el mundo lo reconoce, pero casi nadie reclama una solución. Lo dicho: “Spain is different”.

La situación de los autónomos: el progreso es imposible sin los empresarios y los emprendedores, sin embargo la Administración sigue poniendo trabas a todos los que no sean funcionarios, asalariados o parados. Los exprime hasta el límite de sus ingresos y si quieren crear una empresa les impone un calvario burocrático que quitaría las ganas a cualquiera. Todos los gobiernos han prometido mejorar su situación, pero apenas se hace nada. Es una situación imperdonable.

Los festivos: España es un país turístico, algo que se refleja en el número de días de descanso, nacionales, regionales y autonómicos. Sin embargo, cuando se juntan estas fiestas el país se para. Y lo nota cualquiera que llega a España para buscar trabajo a principios de diciembre o a mediados de junio. Le quedan meses esperando hasta que el país se reactive. Es bueno que podamos descansar, pero no por ello tiene que cerrar todo el país ¡durante tres meses del año! Económicamente es completamente inasumible.

La separación de los residuos: A comienzos de la primera década de este siglo, recién llegado a España, un servidor bajó al contenedor de envases para tirar los desechos que había separado meticulosamente de los orgánicos. Se encontró con un viandante que le explicó que lo único que hacía era perder el tiempo, que él ya había visto como la inmensa mayoría de las cosas que se metían en la bolsa amarilla acababan mezcladas con la basura normal.

Han pasado casi 20 años, siguen siendo pocos lo que entienden qué se debe meter como envases, y España está en el furgón de cola en materia de reciclaje. Entretanto, los políticos siguen con sus campañas de información ineficaces, cuando lo que tendrían que hacer es un auditoría de por qué no funciona el modelo actual y qué hay que hacer para cambiarlo.

Turespaña: Para el segundo país turístico del mundo, no es de recibo que, según me comenta un antiguo directivo del mayor parque temático de Cataluña, en la agencia oficial de turismo del Estado no sabían cuál era la oferta turística de su empresa, y no eran capaces de promocionarla. Si el Estado no es capaz de representar los intereses de sus autonomías, es difícil criticar que unos acaben pensando que la solución es la independencia. No lo es, pero todos tenemos que poner de nuestra parte para que se entienda el valor que supone mantenernos unidos.

El transporte: La Comunidad de Madrid lleva casi una década implementando un sistema de tarjetas de transporte de escasa inteligencia. La estructura tarifaria no ha cambiado desde los años 90, no hay integración alguna entre las diferentes modalidades de transporte y el sistema no te cobra por uso, sino que te obliga a cargar títulos de diversa índole en un mismo soporte. Es peor: para un traslado de Alcorcón al Hospital del Norte se necesitan más títulos de los que caben en una sola tarjeta. Es una situación absurda, pero nadie hace nada para cambiarla.

Los partidos: Prometen cambiarlo todo y lo dejan todo igual. Ni siquiera los nuevos partidos, que identificaron hace tiempo cada uno estos problemas, y que en los territorios donde gobiernan no se han movido un dedo para corregirlos. Vivimos en un país de primer orden, pero seguimos pensando que algunos de nuestros defectos son tan innatos que ni siquiera vale la pena intentar remediarlos. Y son apenas algunos ejemplos. ¿Que no te gustan? Lentejas. No tiene por qué ser así.

Adrian Elliot es consultor de relaciones públicas.

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