Que nos autodeterminan, madre

Por Aurelio Arteta, catedrático de Filosofía Moral y Política de la UPV-EHU (EL CORREO DIGITAL, 10/07/06):

Ya que no esa solemne memoria histórica, déjenme evocar siquiera algunos de mis recuerdos biográficos. Fueron tiempos en que los aspirantes a progresistas del lugar coreábamos aquello de 'Nafarroa Euskadi da', y ahí se agotaba el euskera y la ciencia política de casi todos los presentes. Gritábamos desafiantes 'Navarra es euskaldun', por milagrosa que resultara una comunidad entera hablando la lengua de menos del 10% de sus moradores. Pero era mucho más fácil entonar consignas que ponerse a pensarlas. Tampoco nos arriesgábamos a mirar la realidad sin anteojeras, no fuera que desmintiese de un sopapo nuestras creencias. Aún recuerdo a aquel etarra arrepentido que databa la pérdida de su fe el mismo día en que descubrió sorprendido que el grueso de la ciudadanía navarra no encajaba en lo que la banda le había contado.

Eran tiempos de confusión. Creíamos ser demócratas por correr en ocasiones delante de los guardias y, como luego se probó con creces, no pasábamos de ser antifranquistas. Una vez identificada sin resquicio la nación con aquel régimen político, qué inteligencia la nuestra, comenzamos a dejar de formar parte de España para pertenecer tan sólo al Estado. Más que recuperar los derechos de los individuos, sojuzgados por aquella dictadura, nos importaba recobrar los supuestos derechos de nuestros 'pueblos'. Hacia éstos nos movía una especie de conciencia de culpa por una falta histórica que se debía resarcir, de una deuda que había que satisfacer... Todavía la estamos pagando, como puede observarse.

Pero hay amores que matan, y los amores -muy poco correspondidos- que muestran los nacionalistas vascos hacia Navarra han matado ya a demasiados y oscurecido la vida de muchos más. El caso de Navarra desde hace décadas revela a un tiempo la naturaleza de ese nacionalismo etnicista y el fracaso de su proyecto o, mejor dicho, su rotunda ilegitimidad. Siendo ese territorio foral esencialmente vasco (¿la cuna del País Vasco!) desde toda la eternidad, y dada la sagrada verdad de que cada nación tiene derecho a su soberanía política, Navarra forma parte irrenunciable del futuro Estado de Euskal Herria. Así discurre el nacionalista consecuente, para quien la presunta unidad cultural predetermina a la vez la unidad política y su derecho soberano.

Pues ya ven que no. La Navarra presente demuestra por sí sola que ni el ser cultural determina la conciencia política de sus gentes ni, sobre todo, infunde derechos públicos que merezcan llamarse democráticos. Bien es verdad que hoy la comunidad foral (por geografía, historia, costumbres, lengua) sólo es parcialmente vasca. Pero aunque fuera vasca por los cuatro costados, no se afirma como nacionalista vasca (sólo un 20% de sus electores) ni le mueve afán secesionista alguno. Parece un caso bastante nítido de «identidades compartidas». Algo ha tenido que ver en ello la brutalidad del terrorismo o la sinrazón de un vasquismo que ha repuesto la toponimia vasca allí donde hace siglos que se perdió e inaugura ikastolas en mitad de la Ribera. Aún falta que esa inmensa mayoría que rechaza la anexión a Euskal Herria aprenda a rechazar tal propósito no tanto por sentirse 'navarros' o gozar de sus ventajas fiscales, sino principalmente por saberse 'ciudadanos'. Impartir esta enseñanza democrática es tarea lo mismo de la derecha que de la izquierda.

Claro que, por si acaso no estuviéramos ya bastante predeterminados, ahora nos quieren autodeterminar. Como aquel comunista de los tiempos heroicos que le espetó a su camarada «te voy a hacer una autocrítica», algunos pretenden imponer a los navarros su autodeterminación. El nuestro no es un derecho a decidir, sino más bien un deber de decidir correspondiente al derecho a la decisión que otros al parecer poseen. Igual que el ser humano, los navarros estamos obligados a ser libres. No esperemos grandes razones para llamarnos a semejante obligación, porque la retórica política en este país nunca ha estado tan alicaída. Cuando el mercadeo del Estatut, los argumentos favorables más socorridos fueron que España no se iba a romper o -ante el capítulo de política lingüística- que el castellano no desaparecería de Cataluña. Muy bien, y además de esas alegaciones negativas, que habría que verificar, ¿nos asisten o no razones 'positivas'? Es decir, ¿cuáles son los 'derechos' de una comunidad para recibir competencias desiguales, y cuáles los de una mitad de hablantes para imponer deberes lingüísticos a la otra mitad? Aquí pasa por bueno sencillamente lo que se jura que no es fatídico y, a ser posible, siempre que la oposición lo repudie. Entre nosotros, tan profundo dispositivo dialéctico lo inició el lehendakari con su melifluo «¿qué hay de malo en ello?». Para este trance del futuro político de Navarra, es de temer que no se invoquen argumentos de mayor calado, por más que a estas alturas nadie se llama a engaño. Sabemos lo que reclama ETA para dejar de ser, según dice, y el mundo nacionalista para seguir siendo.

Conforme al plan de los más aguerridos, nuestra suerte se decidiría en un referéndum de autodeterminación en toda Euskal Herria, que incluye a tres departamentos franceses y a Navarra. Si nos hacen sujetos, queramos o no, ¿no se está dando entonces por supuesto lo que sólo el resultado del referéndum debía establecer? Vengamos al fundamento legitimador del derecho que se arrogan: ¿Tal vez alguna brutal conquista, algún agravio continuado, unos derechos básicos suspendidos, una discriminación vejatoria... que venimos soportando vascos, navarros y vascofranceses a lo largo de siglos y a los que la secesión pondría fin? ¿O es la vieja salmodia de la voluntad de un Pueblo, aunque fuere a costa de la libertad de una buena porción de sus pobladores?

Y a todo esto, ¿tendrán algo que decir los demás españoles o esta fiesta no va con ellos? ¿Y nos explicará el nacionalista cuál va a ser la mayoría cualificada requerida (la del Estatuto de Gernika, la de Montenegro, la de Estatut catalán u otra) y por qué? ¿Y se tendrá por tal mayoría la del conjunto de los ciudadanos consultados o sólo la de cada territorio? Y si al menos en Navarra o en la Iparralde francesa los resultados fueran contrarios a las tesis secesionistas, 'como saben con certeza que ocurrirá', ¿por qué su obstinación en extender la consulta a los ciudadanos de esos territorios? Tal vez porque lo más decisivo sea sentar el precedente, que se consagre el principio de autodeterminación, aunque se deje algún jirón en su ejercicio. Serviría para robustecer en el interior y en el exterior la idea de una Euskal Herria a la espera de su plenitud definitiva...Los menos guerreros, de momento, se contentarían con aceptar un «ámbito navarro de decisión», en el que la ciudadanía elija algún vínculo institucional con la comunidad vasca. Vendría a ser un modo artificioso de aplicar la disposición transitoria cuarta de la Constitución, que regula el hipotético ingreso de Navarra en aquella comunidad. Se trata de una disposición que no sabemos si conviene derogar, lo que encendería aún más los desordenados apetitos nacionalistas, o por el contrario mantener, para así convertirla en una amenazante espada de Damocles sobre los navarros y sus gobiernos sucesivos. En cualquiera de los casos, y aun si ETA se esfumara como un mal sueño, tendrán que pasar bastantes años antes de que dos comunidades tan próximas acorten la distancia que el nacionalismo vasco ha puesto entre ellas. En el pecado se lleva la penitencia.