¿Qué ocurre si pierde tu país?

La esencia del juego es que uno gana y otro pierde. Uno pierde no por jugar mal sino porque el contrincante jugó mejor. En todas las competiciones, a medida que avanzan, van quedando menos equipos. ¿Los que quedan son siempre los mejores? Tal vez hayan sido eliminados equipos tan buenos como los que siguen en la competición; aunque, en general, los que permanecen suelen ser buenos. La competición necesita a los que son eliminados y a los que permanecen en liza. Sin duda, en todo juego, el azar es uno de los componentes que influye en el resultado.

Los hinchas no tienen nombre; el fútbol los vacía de su identidad, de su individualidad; su futuro es el de su equipo; personalmente sólo tienen pasado. Los hinchas experimentan una especie de borrachera, incluso voluptuosidad, cuando ven un partido de fútbol. Los hinchas tutean a los ángeles y como si tal cosa; entre ellos se desenvuelven a sus anchas. Repiten ritualmente lo mismo cada vez y todas las veces que se reúnen porque, fuera del fútbol no existe nada para muchos de ellos. Los hinchas no piensan y les irrita cualquier cosa que se lo pueda sugerir; como si el ser humano perdiera la cualidad racional al estar en manada, o se volviera manada al perder o dimitir de su cualidad racional. Los hinchas no hablan unos con otros, farfullan sobre esto y aquello sin saber exactamente sobre qué; miran el mundo a través de su afición. Son como una jauría, sin cumplidos, que no trata de comprender por qué están allí así. Es una agonía que nunca se acaba. Nada está claro, siempre queda un gran espacio confuso que permite soñar. Los sueños surgen del no saber, de la angustia de la incertidumbre, de la ilusión de «tal vez, quizás, puede ser»; hacen soportable la soledad dentro del hormiguero humano; la única razón de peso para vencer el vacío y seguir existiendo.

Los hinchas, cuando pierden, para distraerse y consolarse, se dicen mutuamente y se repiten lo que todos saben: cosas insignificantes y obvias. «Cuando voy a ver a mis colegas sueño con que tengo muchas cosas que decirles y cuando los tengo delante me doy cuenta de que todo lo que tenía que decirles no significa nada. Cuando lo pierdo de vista otra vez pienso que no le dije muchas cosas que tenía que haberle dicho», me dijo uno de ellos. «Las cosas del fútbol son inagotables. Te parece que ya no hay nada más que decirse pero vuelves a empezar aunque sólo sea para convencerte de que ya te lo has dicho todo», me dijo un filósofo. Las palabras sirven, cuando se pierde, para acunar la tristeza y proteger la esperanza, y cuando se gana, para compartir la alegría. Esperar hace parte de la fiesta y la derrota de la vida. En realidad de nada hablan, farfullan y gesticulan sobre sus penas y alegrías, recuerdos y fantasmas. Gestos y ritos repetidos hasta la saciedad sin que, muchos de ellos, acaben de acabarlos. Se aferran a los recuerdos, a los fantasmas y es imposible arrancarlos de ahí.

El fútbol excita a los seres humanos, los pone en tensión, les hace sentir las mieles y los goces del triunfo, del éxito porque ellos ganan cuando gana el equipo, triunfan cuando triunfa su equipo, el suyo. Cuando salen de un partido importante acabado con resultado adverso, parece como si la noche se hubiera apoderado de todo, hasta de la mirada. El fútbol marca el ritmo de las tristezas y de las alegrías de todas las clases sociales porque escenifica la dimensión agónica y muestra de manera plástica la incertidumbre de la existencia humana. «La felicidad es inagotable. Nunca se termina para quien es capaz de representar un buen papel», se lee en Viaje al final de la noche. Antes había un punto de vista sobre la cosas, sobre el mundo y la vida del más acá y del más allá; ahora esa mirada es múltiple, distinta, pluriforme, fundada en la analogía, en la convergencia y en la metáfora.

Cada individuo pasa a ser un objeto, elemento de la tribu, que puede ser usado, rechazado o eliminado. Todos los elementos dejan de ser cada uno y pasan a formar parte del estadio. Para millones de personas, el fútbol es su único proyecto de vida, la única razón que justifica su existencia. El fútbol es para muchos la unida recompensa que les ofrece la vida. Sin el placer que producen las ilusiones y la esperanza es imposible existir y muchos lo encuentran en el fútbol.

Para la mayoría de la gente el sitio del fútbol es el estadio y sólo lo que pasa allí. Pero el fenómeno del fútbol tiene muchos más sitios, tales como los despachos, las comidas de trabajo entre directivos en restaurantes de lujo, las reuniones de los comités en lugares exóticos y hoteles de máxima categoría, invitaciones en los palacios de los más altos mandatarios de las naciones. El espacio del fútbol consiste en una totalidad de sitios señalados por la mirada en torno. Aquí se trata de descubrirlos y hacer próximos muchos de estos sitios lejanos y ocultos al mayor número de espectadores. No se trata de la cercanía o lejanía físicas de la cosa sino del conocimiento que de ella tenga el sujeto. Con el fútbol lo único que se comenta es el patriotismo barato fundado en el sentimentalismo. El fútbol, y en general el juego, actúa al modo de un formidable revelador del espíritu humano. El fútbol es el magma, el maná de la posmodernidad. El fútbol es una verdad del corazón, como todas las verdades esenciales. La inteligencia es superflua e incluso estorba para ser un hincha. Un partido, más aún un campeonato, es como una tregua de la racionalidad. Desde fuera, todo lo que hablan parecen idioteces que les causan a los sujetos la misma gracia y les dedican la misma atención que los hombres a cosas de mujeres en una taberna. Para convivir en paz con ellos es necesario y suficiente permitirles desparramarse, sonreír, pasarle la mano por el hombro y hacer que se les escucha. Gentes sensatas se vuelven extrañas.

El fútbol no tiene esencia en sí mismo sino que depende de la interpretación que cada uno hace de él. Una cosa es el hecho físico: el partido de fútbol, igual para todo el común de los mortales, y otra la experiencia del fenómeno social del fútbol. El espectador, al mismo tiempo que ve un partido de fútbol, puede estar leyendo un tratado sobre el comportamiento humano. Las crónicas del fútbol lo son de la sociedad. ¿Cuantos espectadores, una vez fuera del estadio, podrían tolerar y estar en medio de la multitud como en este momento? El hombre no es realmente uno sino muchos. Muchas de las personas no harían en una situación de la vida cotidiana lo que hacen cuando forman parte del magma de espectadores, es decir, una responsabilidad separada de sus portadores.

A fuerza de tomar y dejar sueños, al día siguiente sólo queda la conciencia de haberlos tenido. Tal vez los sueños sean una mina de oro sin los cuales el espíritu se ahoga. «No voy al fútbol para pensar sino para desfogarme», me dijo un hincha. Vivir para el fútbol sin ser futbolista o empresario del juego es como cualquier otra expresión del miedo que lleva a zambullirse en simulacros de valor. Cada uno se agarra con fervor desesperado a lo que puede. Tal vez los hinchas hayan emprendido el viaje buscando la nada. La victoria de su equipo es su única victoria. Con la eliminación de su equipo o selección se le cierran todas las posibilidades de alegría, se le derrumban todas las posibles ilusiones; se le cierran todas las puertas que podrían permitir una salida del agujero. Los proyectos del equipo son sus proyectos; si aquellos se destruyen, él queda sin proyecto. Sin perspectivas, aunque sean oscuras, es imposible seguir viviendo.

«Lo que realmente me interesa del fútbol es saber por qué el fútbol es lo que es», dijo un interlocutor, y añadió otro: «No lo sé ni me importa saber por qué me apasiona». Los actos violentos ocurridos en cualquier parte, rincón, recoveco del mundo con ocasión del fútbol no están causados por el fútbol sino por lo que significa el fútbol. ¿Qué puede ocurrir cuando buena parte de un país tiene todas sus ilusiones depositadas en el triunfo de su selección y ésta cae eliminada? Sin duda, ayudará a tomar conciencia a muchos y la toma de conciencia, a veces, llega consigo riesgos.

Manuel Mandianes, antropólogo del CSIC, escritor y teólogo. Autor del blog: diario nihilista. Su último libro: Viaxe sen retorno.

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